La leyenda de Nosferatu
"La sombra del vampiro" (Estados Unidos/Inglaterra, 2000). Dirección: E. Elias Mehrige. Con Willem Dafoe, John Malkovich, Cary Elwes, Udo Kier, Catherine McCormack. Guión: Steven Katz. Fotografía: Lou Boge. Director de arte: Christopher Bradley. Producción: Nicolas Cage y Jeff Levine. Presentada por Eurocine. 93 minutos. Para mayores de 13. Nuestra opinión: buena
Como en la reciente "Celuloide", que contaba la filmación de "Roma, ciudad abierta", aquí también estamos en el cine dentro del cine, ya que la historia transcurre durante el rodaje de "Nosferatu", clásico y cumbre del género de terror realizado por F. W. Murnau en 1922. Sin embargo, las intenciones no son las mismas.
Aunque echó mano a personajes reales y se documentó a fondo sobre el complicado proceso de gestación de aquella sinfonía de horror expresionista, Mehrige se propuso además introducir un elemento de ficción. Uno solo, por cierto atractivo, pero que basta para quitarle a su película toda vinculación con la realidad. Con ese elemento de ficción hizo una película de vampiros, y la razón principal por la cual lo mejor que pueda decirse de ella es que es bastante divertida es que la original era infinitamente superior.
El "chiste" al que nos referimos consiste en suponer que, en su afán de dar veracidad a "Nosferatu", Murnau buscó -y encontró, lo que de haber ocurrido lo hubiera convertido ya no en un mago del cine sino en un mago a secas- a un verdadero vampiro para encarnar a su conde Orlock (no pudo llamarlo Drácula, porque los herederos del autor del libro, Bram Stoker, se opusieron con fuerza a cederle los derechos). El film sostiene que Murnau convence a su ejemplar de que finja ser actor a cambio de entregarle, en cuerpo y sangre, a Greta Schroeder, la protagonista de "Nosferatu", cosa que de haber sido cierta hubiera convertido esta vez al realizador alemán no ya en un mago sino en un asesino.
La realidad es que Murnau tenía sus propias concepciones en materia de moral, y que perdió prematuramente la vida en un accidente automovilístico en cierto modo provocado por las licencias que se estaba tomando con su joven chofer, pero nada indica que haya dañado intencionalmente a terceros. También es cierto que el actor que contrató para Orlock era un bicho raro, pero a Max Schreck no lo carbonizó la luz del sol al cabo de la filmación, sino que vivió todavía otros 14 años, durante los cuales trabajó en otras veinte películas. Esto hace que deban tomarse con pinzas los toques documentales, que incluyen escenas registradas con la cámara original de Murnau.
Una actuación soberbia
En la piel de Murnau está John Malkovich, en una composición refinada. Las escenas que va rodando se ven en blanco y negro y algunas remedan con bastante rigor las del film de 1922. El tratamiento formal que tiene la película de Mehrige es bello y muy cuidado, y en su magnífica fotografía hay que buscar buena parte de los puntos fuertes de "La sombra del vampiro", puesto que, una vez sabido el planteo, la trama no depara otras vueltas de tuerca sorprendentes.
Pero quizá la atracción más poderosa que presenta es la interpretación que hace Willem Dafoe de Schreck-Orlock. No sólo ha logrado, en parte gracias a un estupendo maquillaje, estar muy parecido, sino que ha ido más allá, incluso más allá del talento del propio Schreck.
En rigor, éste aparecía en muy pocas tomas de la película de Murnau, y más allá de su máscara inolvidable no tenía ocasión de mostrarse expresivo. Era la figura opuesta a la de los Drácula apuestos y varoniles que compusieron después Bela Lugosi y Christopher Lee: rígido, delgado en el extremo, con cara de muerto vivo, o de animal. Dafoe, siempre distinto, refuerza en cada gesto la crueldad y la tortura interior del vampiro romántico que imaginó Stoker, capaz de enamorarse, de unir amor y muerte y de ansiar, como un deseo imposible, la visión directa del sol.
Auténtico protagonista, Dafoe está nominado por esta labor al Oscar concedido a los actores de reparto, una categoría particularmente peleada este año: están Benicio del Toro, por "Traffic", y el gran Albert Finney, por "Erin Brockovitz". Si resultara el ganador de una pelea tan dura como ésta, nadie podría decir que la Academia ha cometido una injusticia.
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