La isla del Dr. Moreau: la millonaria adaptación de un clásico que terminó en catástrofe
"Si llegara a contar todo lo que pasó en esa filmación lo más probable es que no vuelva a trabajar nunca más", confesó una vez David Thewlis. El actor británico, familiar para el gran público después de aparecer como Remus Lupin en las películas de Harry Potter, fue uno de los últimos en llegar a mediados de la década de 1990 a la zona boscosa cercana a Cairns (Queensland, Australia) en donde se filmó La isla del Dr. Moreau (The Island of Dr. Moreau), última adaptación que hizo el cine hasta el momento del clásico de H. G. Wells. Thewlis fue el primero en escaparse de los desastrosos resultados de la película. No quiso participar del estreno y hasta el día de hoy se niega a ver la película completa.
Lo que le pasó a Thewlis es uno de los muchos ejemplos de un proyecto que terminó en catástrofe y solo resulta piadosamente reivindicado por los amantes de las películas de culto. La isla del Dr. Moreau reúne todas las condiciones para quedar ubicado en esa categoría. Para hacerlo, nada mejor que empezar con Richard Stanley, el guionista y director que esperaba consagrarse para siempre con esta obra y terminó atrapado por ella. Tardó 13 años en escaparse. En septiembre de 2019, cuando por fin pudo presentar en el festival de Toronto su siguiente film, Color Out of Space, confesó: "Hasta que pasé la primera semana de rodaje no creí que iba a volver a hacer esto".
La revelación que no fue
Stanley tiene fascinación por el mundo sobrenatural. Vive en un pueblo de los Pirineos franceses llamado Montségur y suele visitar un castillo cercano que está casi en ruinas. Cuenta que allí una vez se le apareció una mujer que identificó como Esclaramunda de Foix, bella líder, noble y sacerdotisa de los cátaros en tiempos medievales. Seguidor fervoroso de la obra de H. P. Lovecraft, de las historias de terror y los fenómenos paranormales, Stanley está convencido de que su encuentro con aquella mujer se produjo gracias a la apertura de un portal que pudo haberlo conectado con la Edad Media.
¿Habrán sido otras extravagancias por el estilo las que llevaron a los ejecutivos de New Line a despedir a Stanley cuando apenas se había puesto en marcha el rodaje de La isla del Dr. Moreau? El estudio puso en sus inexpertas manos casi 40 millones de dólares para volver a contar en el cine la historia imaginada por Wells en 1896 y protagonizada por un científico loco que vivía en una isla remota junto a las monstruosas criaturas (mitad humanas, mitad animales) creadas por él, con resultados calamitosos. Confiaba en que iba a revelarse al mundo como la joven maravilla del cine de terror y a alcanzar la consagración gracias a esa arriesgada apuesta.
Stanley no llegó a terminar ninguna de las escenas cuando fue reemplazado por John Frankenheimer, el experimentado director de El embajador del miedo y Grand Prix. Pero ni siquiera un realizador de tanto oficio logró salvar a la película de la debacle. Cuando se estrenó en 1996 (llegó a los cines argentinos en octubre de ese año) ni por asomo recuperó la inversión del estudio. Al fiasco económico le siguió el hazmerreír general: tuvo varias nominaciones a los Razzies, los "premios" que consagran en Hollywood a las peores películas del año.
Allí empezaron a hacerse más y más públicos los detalles de un rodaje fatídico: el despido de Stanley (y la sensación posterior de que su carrera había terminado para siempre), las peleas de divos entre sus dos protagonistas, Marlon Brando y Val Kilmer, los problemas personales que ambos enfrentaron casi al mismo tiempo en que se puso en marcha la filmación, peleas entre los actores y parte del equipo, los obstáculos naturales del lugar elegido para rodar, actores que se iban y otros que llegaban en medio del proyecto. Y mucho más.
Hombres en pugna
Buena parte de esas situaciones y anécdotas aparecen recopiladas en el documental Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s The Island of Dr. Moreau. Allí se cuenta, entre otras cosas, cómo el director reclutó a un brujo para realizar un conjuro en coincidencia con el momento en que se encontraba por primera vez con Brando. Stanley narra en primera persona todo el largo proceso que lo llevó a desarrollar el proyecto y por qué pensó en Bruce Willis para personificar a Edward Douglas, uno de los personajes centrales de la película. Douglas es un integrante de las Naciones Unidas que logra sobrevivir a un accidente aéreo en el Mar de Java y es rescatado del mar por un hombre llamado Montgomery. Pronto sabrá que ese hombre trabaja para el oscuro y enigmático Dr. Moreau y que ambos lo mantendrán prisionero en la isla ocupada las horribles criaturas surgidas de la mente del científico.
Stanley eligió a Brando para interpretar a Moreau y sumó al elenco a Kilmer (una de las estrellas del momento) como Montgomery. Thewlis se incorporó más tarde, cuando la catástrofe ya empezaba a vislumbrarse, como reemplazante de Rob Morrow, cuyas súplicas para dejar el proyecto lo antes posible fueron escuchadas por el estudio. Morrow fue uno de los primeros en darse cuenta de que, entre otras cosas, la convivencia entre Brando y Kilmer iba a ser imposible.
Brando, leyenda del cine, iba a acometer uno de sus últimos proyectos en una etapa de su vida en la que se mezclaban la indolencia, el descuido personal (su notoria obesidad empezaba a ser fuente de enfermedades en un hombre que ya había llegado a los 70 años) y los caprichos. Para colmo, su inestable carácter sufrió un golpe devastador al enterarse en los primeros tiempos del rodaje del suicidio de su hija Cheyenne. Desde ese momento, el ya voluble estado de ánimo del actor nunca volvió a equilibrarse del todo.
Enfrente estaba Kilmer, un astro al que la fama se le había subido a la cabeza. Muchos lo calificaban como el actor más odiado de su tiempo, famoso por sus desplantes y poses de divo. Cuando Thewlis llegó a Queensland, la producción ya estaba navegando lo más parecido al caos. Pudo ver, por ejemplo, cómo el rodaje se demoró un día entero porque Brando y Kilmer esperaban dentro de sus respectivos trailers quién iba a abrir la puerta primero para entrar al set.
Ya fuera del proyecto, el aliviado Morrow contó que el rodaje lo hizo sentir como si estuviera en un campo de entrenamiento militar y sintiera que el general a cargo de la tropa estaba loco "o algo parecido". Había decidido rogarle a los productores que lo liberaran después de darse cuenta que no había nadie al frente del proyecto. Más tarde, Thewlis revelaría lo primero que le contó Brando: "Esta película es como hacer un crucigrama mientras uno se precipita en el hueco de un ascensor". Y lo primero que le contó Kilmer: "Esto no es para vos. Volvete a casa".
Hasta el ducho Frankenheimer se hartó de las manías y los antojos de Kilmer. Se convirtió en un secreto a voces lo que el director dijo a los gritos cuando terminó de rodar la última escena de la película: "¡Corte! Ahora quítenme a ese cretino de mi vista", señalando a Kilmer. Un tiempo después Frankenheimer declaró: "Hay dos cosas que nunca volvería a hacer en mi vida. No voy a escalar el Everest y nunca trabajaré de nuevo con Val Kilmer. Ni por todo el dinero del mundo".
De hecho, Frankenheimer había llegado para ocupar el lugar de Stanley después de que el director original mantuvo una serie de entredichos y choques con Kilmer. Los ejecutivos de New Line prefirieron quedarse con la estrella (a la que le habían garantizado un suculento salario) en vez de mantener a un director que parecía el indicado para contar una historia de ese tipo, pero no tenía experiencia en manejar egos. Sin ir más lejos, el de uno de sus actores principales, empecinado en que solo se lo trate en el set como "el señor Kilmer" y no de otra manera.
Más adelante, Kilmer atribuyó algunos de esos vaivenes anímicos a dos hechos extracinematográficos que le ocurrieron cuando iba a ponerse en marcha el rodaje. Primero se enteró por la televisión que su esposa de entonces, la actriz Joanne Whalley, le había pedido el divorcio. Y enseguida empezó a preocuparse al saber que el gobierno francés había hecho uno de sus habituales ensayos nucleares de aquel tiempo en un atolón del Pacífico bastante cercano al lugar de filmación. Para colmo, una serie de complicaciones meteorológicas se sumaron a los crecientes problemas logísticos y los cambios de último momento. Un rodaje planificado para seis semanas se extendió a seis meses.
Las excusas no atenuaron el nivel de los conflictos, que se iban elevando en forma paralela a las muestras de arrogancia de Kilmer en el set. Fue el propio actor quien pidió apenas instalado en Australia la reducción de un 40 por ciento en su trabajo. Le parecía excesiva la presencia de su personaje en la trama. Pero sin que se le redujera ni un dólar de su salario. Otro foco de tirantez.
Los productores y el estudio pensaron que la tensión entre actor y director se apaciguaría después del despido de Stanley y la llegada de Frankenheimer. Pero el nuevo director, un hombre con pergaminos y cierta autoridad, jamás iba a tolerar que el actor planteara sugerencias y objeciones a todo lo que ya tenía decidido. Cuenta Entertainment Weekly que cada vez que surgía un inconveniente con Kilmer en alguna escena, el director optaba directamente por suprimirla. Hasta que las cosas pasaron a otro nivel de conflicto cuando se supo que, de manera aparentemente intencional, el actor estrelló un cigarrillo encendido en la cara de un cameraman.
Mientras algunos (entre ellos el propio Brando) trataban de reconciliar al actor y al director, detrás de las cámaras se producía una situación todavía más extraña. De incógnito, el despedido Stanley hacía todo lo posible para regresar al set y seguir participando de alguna manera en el proyecto que lo obsesionaba. Para lograrlo se las ingenió para participar escondido como extra, disfrazándose de una de las figuras espeluznantes creadas en la historia por el Dr. Moreau, en este caso una criatura mitad humana y mitad perro. Así apareció entremezclado con los otros figurantes. Nadie se enteró de que Stanley estaba de nuevo allí. Ni Frankenheimer, ni los productores ni los actores principales. El maquillaje debe haber sido muy eficaz.
Las excentricidades de Brando
Mientras tanto, el desquicio también tenía a Brando como uno de sus gestores. En un momento decidió que no iba a memorizar más ninguno de sus textos. No quería tomarse ese trabajo. Para remediar esa negativa a alguien se le ocurrió que podía transmitirlas a través de un auricular durante el rodaje. Cuando se lo ve en pantalla, Brando repite lo que le van contando.
La primera víctima de la nueva excentricidad de Brando fue el guionista Ron Hutchinson, que había llegado al proyecto con la natural expectativa y el entusiasmo de poder trabajar con su ídolo de toda la vida en el cine. Lo que encontró en cambio fue a un actor que llegó al set con 136 kilos de peso y que sólo abría la puerta de su trailer cuando le llevaban una pizza.
En su autobiografía, Hutchinson escribió con dolor la frustración de su encuentro soñado con el actor que más valoraba. "En esa etapa de su vida, interpretando al Dios de la isla de Moreau y emergiendo como el Dios de esa producción, Brando estaba más que aburrido. Con sobrepeso, distraído, burlón, desdeñoso, en el filo de una navaja en la que el capricho se convierte en malicia, estaba allí directamente para sabotear esta película", dice un extracto del libro reproducido por el diario londinense The Guardian.
También recuerda la curiosa relación que Brando mantuvo con Nelson de la Rosa, aquel actor dominicano que el libro Guinness registró como el hombre más pequeño del mundo (medía 54 cm de altura) y que más de una vez participó como invitado del programa de Susana Giménez. Cuenta Hutchinson que Frankenheimer le mostró unas cintas en las que se veía a Brando sentado en una hamaca con De la Rosa en su pecho mientras le cantaba un tema muy popular del cantante folk Tex Ritter ("Frog Went A-Courting") que se usó muchísimo en el mundo anglosajón como canción de cuna.
"Eso es todo lo que puedo convencer a Brando para que haga", cuenta el guionista que le dijo el resignado director. Y agrega Hutchinson: "Brando se colocó un colador de cocina en la cabeza, se untó con protector solar, se enamoró de Nelson, se retiró a su trailer y se negó a dejarlo". En su mirada, el rodaje era lo más parecido a "un choque de trenes de 40 millones de dólares". La del Dr. Moreau era una isla "llena de gente peligrosa".
Fue del propio Brando la idea de embadurnar todo su rostro con el protector solar, como si tuviese una especie de segunda piel completa de maquillaje blanco. También se le ocurrió aparecer en alguna escena con un balde de hielo en la cabeza. Estaba convencido, al parecer, de que el Dr. Moreau también tenía alguna característica animal propia de las criaturas que había concebido. En este caso, un delfín. El actor estaba en la plenitud de su etapa de mayor excentricidad.
A Brando también se le atribuyó buena parte de la responsabilidad en los cambios permanentes en el guion de la película, acentuado por las dudas y discusiones planteadas en un equipo que parecía por momentos haber perdido completamente la brújula. "Todos teníamos diferentes ideas acerca de dónde debería ir la película. Yo mismo terminé improvisando algunas de las escenas principales con Brando", reconoció más tarde.
A Thewlis nunca le pasó ni le volvió a pasar algo igual. Hasta tuvo que reescribir por completo y por su propia cuenta buena parte de la evolución de su personaje. Con el tiempo todos entendieron por qué nunca quiso ver la película terminada.
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