El estudio que tenía “más estrellas que en el cielo” vivió su esplendor entre la década de 1930 y la Segunda Guerra Mundial; cuna de los grandes musicales del cine, ahora empieza una nueva etapa de la mano de Amazon
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En la nueva vida de Metro Goldwyn Mayer (MGM) puede empezar a escribirse un capítulo clave del futuro de la industria del cine. Pero la transformación que acaba de experimentarse allí también es un homenaje al pasado. El estudio que Amazon acaba de adquirir por 8450 millones de dólares es una presencia secundaria en el actual tablero de Hollywood. En otro tiempo podía mirar desde arriba a sus pares. Hoy la ecuación se invierte: Warner, Disney, Universal, Paramount y hasta Columbia (transformada en Sony Pictures) tienen mucha más influencia en la determinación de las estrategias de la industria. Fox quedó en el camino, absorbida por el gigantesco poder de Disney.
A pesar de todo, MGM sigue vivo, después de quedar como ningún otro estudio de Hollywood a merced de los avatares del mundo financiero. Esa exposición casi lo destruye. Tal vez sea la historia que sostiene ese nombre propio desde su creación en 1924 lo que mantuvo con vida a MGM. Y quizás ese poder simbólico (además de unas cuantas razones bien concretas) fue lo que llevó a Amazon a decidir su compra. Lo que el gigante del comercio electrónico ahora tiene en su poder es un fragmento esencial e intransferible del patrimonio de Hollywood a lo largo de casi un siglo. Y de la mano de ese poder simbólico, Amazon empieza a diseñar la hoja de ruta del futuro de la industria del entretenimiento.
Para convertirse en propietario del estudio que todos en el mundo conocen como “la Metro”, Amazon pagó una suma multimillonaria, suficientemente grande como para no quitarle ese nombre en sus futuras operaciones. Es razonable imaginar que MGM continuará sus operaciones sin renunciar a esa marca ni absorberla. ¿Quién podría desdeñar el poder simbólico del león rugiente cuando por fin se estrene Sin tiempo para morir, la película número 25 de James Bond?
Lo mismo podría esperarse con futuros lanzamientos de películas importantes que hoy MGM tiene en producción como House of Gucci, de Ridley Scott, con Lady Gaga, Al Pacino, Salma Hayek, Adam Driver, Jared Leto y Jeremy Irons. ¿Tendría el mismo efecto si al comienzo aparece el logo de Amazon Studios, mucho más anodino que la clásica identificación de MGM, con el rugido del león y el anillo en el que se destaca la leyenda “Ars Gratia Artis”? El arte por el arte mismo. El arte por excelencia.
El desfile de nombres famosos en el elenco de House of Gucci nos trae de vuelta otro de los sellos identificatorios de MGM. Era el estudio que tenía “más estrellas que en el cielo”, frase acuñada por un publicista del estudio que pasó a ser realidad y quedó inscripta para siempre en la memoria de Hollywood. Así lo demostró en 1949, cuando MGM reunió a todas sus figuras en una comida escenificada de manera imponente para celebrar sus primeros 25 años. Cada una llegaba al lugar y era anunciada como en los antiguos bailes de etiqueta. De esa reunión quedan hoy solo dos sobrevivientes: Angela Lansbury (95 años) y Dean Stockwell (85 años).
Hay también una sutil línea que entrelaza la operación que acaba de sacudir a la industria y lo ocurrido 96 años atrás, cuando empezó a escribirse la historia de la Metro. Así como desde la semana pasada MGM está integrada a Amazon, en 1924 tres productoras de películas acordaron amalgamarse bajo una sola conducción. El 2 de abril de ese año se unieron la Metro Picture Corporation (fundada en 1915), la Goldwyn Picture Corporation (creada en 1917) y Louis B. Mayer Pictures (nacida en 1918). Todo bajo el control financiero de Loew’s, Inc., propietaria de una amplia cadena de cines.
En ese acto nacieron “los mayores estudios de cine que el mundo jamás haya conocido”, según las crónicas de la época. Y comenzó al mismo tiempo la historia de “un reino turbulento con sus propias normas y su propia mitología”, en palabras de Patrick Stewart, anfitrión de un documental de seis horas sobre la historia de MGM que Turner Pictures produjo y estrenó en video en 1992 con el título de When the Lion Roars (Cuando ruge el león)
En las siguientes décadas, “la Metro” fue el nombre que el mundo más identificó con el esplendor de Hollywood en su época dorada. No tuvo rival entre sus pares sobre todo en el período que se extiende desde 1930 hasta fines de la Segunda Guerra Mundial. Y en la década del 50 logró mantener ese predicamento gracias a sus insuperables películas musicales. Aunque por entonces ya empezaban a asomar los primeros indicios de un ocaso que se haría cada vez más pronunciado. Empezaba el tiempo caracterizado en el documental When the Lion Roars con el título de una gran película de 1968, El león en invierno.
El crecimiento extraordinario de MGM que siguió a su creación como estudio se debió a la impronta conjunta de dos figuras que dejaron su sello en la historia de Hollywood: Louis B. Mayer e Irving Thalberg. Cuando se constituyó MGM, Mayer fue designado vicepresidente ejecutivo, algo así como un CEO de estos días. Su conducción personalizada quedó a la vista durante el siguiente cuarto de siglo. Thalberg, elegido vicepresidente de producción con apenas 25 años, fue el mayor prodigio de toda la historia del cine estadounidense. Se convirtió en el artífice y el responsable de todas las instancias de producción de las películas del estudio, tarea que ya había mostrado anteriormente en Universal, donde se ganó el título de “joven maravilla” (Boy Wonder).
Thalberg era único en su tipo. Ninguna otra persona en la industria del cine de entonces reunía sus atributos: talento para administrar recursos, una capacidad sin igual para organizar las tareas de producción con la máxima eficiencia y una notable intuición para desarrollar ideas y transformarlas en historias narradas a través del cine. Con el tiempo, la figura de Thalberg se convertiría en el modelo de F. Scott Fitzgerald para el personaje central de El último magnate.
Pero el productor estrella de MGM tenía un problema insalvable: su endeble salud. Enfrentó desde su nacimiento problemas físicos de todo tipo, sobre todo en el corazón, y los médicos en un momento le aseguraron a su familia que no iba a sobrevivir más allá de los 30 años. El diagnóstico llevó a Thalberg a acelerar todavía más el camino laboral que lo llevaría a concretar su vocación y convertirse en uno de los grandes protagonistas de la industria del cine de su tiempo.
Con el tiempo, el círculo empezó a cerrarse de la peor manera, porque el método de trabajo de Thalberg no hacía más que complicar un cuadro de salud cada vez más frágil. Se hizo cargo personalmente de exigentes producciones durante los doce años que dedicó a MGM. Esas producciones respondían a un plan ambicioso y sin precedentes que había fijado el estudio para sostener su poderío. MGM tenía que hacer una película por semana. Murió a los 37 años, dejando de manera póstuma su último trabajo: La buena tierra (1937).
El estudio quedó en manos exclusivas de Mayer, decidido a profundizar con un manejo personalista los objetivos que se había fijado desde un comienzo para llevar a MGM a la cumbre del poder en el Hollywood de un siglo atrás. La primera muestra de ese temperamento era la expansión física y geográfica del estudio, que en su momento de apogeo llegó a ocupar 18 hectáreas en Culver City, una de las poblaciones que integran hoy el condado de Los Angeles. Ese imponente espacio contaba, además de los estudios, con su propio departamento de policía y de bomberos y un hospital.
En ese lugar, Mayer se ocupaba de tomar las grandes decisiones y ponerle el broche a cada película, así como de sumar un elenco sin parangón de estrellas comprometidas bajo contrato a dedicarse con exclusividad al estudio. Ese plantel estable, manejado por Mayer con mano de hierro (puede certificarlo la historia de Judy Garland y de Mickey Rooney, dos de las figuras más populares, vinculadas al estudio casi desde la infancia) fue decisivo para que MGM se convirtiera en el estudio más poderoso de su tiempo. En ese Hollywood regido por el star system, siempre tenía más estrellas que los demás.
Además de Garland y Rooney integraron esa nómina desde el principio nombres como Joan Crawford, Clark Gable, Lionel Barrymore, Marie Dressler, Jean Harlow, Norma Shearer (esposa de Thalberg), Marion Davies, Spencer Tracy y sobre todo Greta Garbo, la diva que supo salir airosa del tránsito del cine mudo al sonoro. No todos los astros del cine mudo tuvieron esa suerte. Muchos vieron terminar sus carreras casi de un día para el otro como John Gilbert, el galán por excelencia del cine mudo (su único rival en la pantalla era Rodolfo Valentino) y de Garbo en sus comienzos. Las dificultades para adaptar su voz a lo que el público esperaba de él y un enfrentamiento personal cada vez más duro con Mayer derrumbaron a Gilbert, que murió en 1936 de un ataque al corazón.
Tras la muerte de Thalberg el estudio fue manejado durante los siguientes 20 años con mano de hierro por Mayer, bajo cuya conducción el estudio extendió su presencia dominante en Hollywood. Nacido como Lazar Meir en las afueras de Kiev en 1885, era hijo de un chatarrero que emigró a América del Norte, estableciéndose primero en Canadá y luego en los Estados Unidos. Al quebrar la empresa familiar comenzó a trabajar como boletero en un cine de Nueva York.
Allí empezó su carrera hacia el poder absoluto. Cuando lo alcanzó, Mayer estaba convencido de que “era el dueño de las almas de sus estrellas así como de sus imágenes en movimiento durante los siete años de contrato que firmaban con él”, según escribió el gran crítico y ensayista británico David Thomson, uno de los autores que mejor analizó su personalidad.
Citando a su hija Irene, Thomson decía que Mayer “a veces confundía su figura con la de Dios” y que a veces en el estudio era considerado un impostor. “El mejor actor que jamás pasara por la Metro Goldwyn Mayer”, comentaban en voz baja. Pero al mismo tiempo tenía un costado sensible y auténtico (“lloraba lágrimas reales porque estaba inspirado por sus propios sueños”) que contrastaba con los aspectos más duros de un temperamento que podía ser inequívocamente “cruel y violento”. Amo y señor de todas sus películas, podía encumbrar a ciertas figuras y arruinar al mismo las carreras de quienes pretendían mantener algún espíritu independiente, como ocurrió con Buster Keaton. Los hermanos Marx tuvieron más suerte en ese terreno, ya que su carrera (que algunos consideraban terminada) revivió gracias a las películas que Groucho, Harpo y Chico hicieron para MGM. De hecho, llegaron a aparecer una vez rugiendo en lugar del león.
En tiempos de Thalberg, MGM contaba con recursos financieros ilimitados para llevar adelante producciones colosales como la primera versión de Ben Hur (1925), de Fred Niblo, en la que llegaron a participar 150.000 extras y fue la experiencia inicial del Technicolor en la historia del cine mundial. Otros títulos destacados fueron The Big Parade (1925), Anna Christie (primera película sonora de Greta Garbo en 1930), Gran Hotel (1932), Cena a las ocho (1933), La viuda alegre (1934), ¡Viva Villa! (1934), David Copperfield (1935), la primera versión de Motín a bordo (1935), La dama de las camelias (1936) y La buena tierra (1937).
Con Mayer al comando surgieron de MGM producciones como Lo que el viento se llevó (a cargo de David O. Selznick) y El mago de Oz, ambas en 1939; Pecadora equivocada (The Philadelphia Story, 1940), Ninotchka (1939), Rosa de abolengo (1942) y Madame Curie (1943), así como exitosísimas películas narradas en serie como las aventuras de Tarzán (con el descubrimiento de Johnny Weismüller) y las historias del juez Andy Hardy (Lewis Stone) y su hijo (Mickey Rooney).
El fin de la Segunda Guerra Mundial abrió un período de extraordinario crecimiento en los Estados Unidos y un camino descendente para MGM, que hasta ese momento aprovechaba para sus películas las ventajas del control de una red de cines manejadas por la corporación de Marcus Loew. Pero la Suprema Corte dictó una ley antimonopólica que obligó a separar ambos negocios. La producción fue por un lado y la exhibición por otro. Así comenzó a perder parte del dinero que recibía de Loew’s para financiar sus futuros proyectos.
Fueron además los últimos años de dominio de Mayer, que de a poco fue resignando su influencia para dejar el estudio en manos de Dore Schary, su jefe de producción, quien logró mantener en lo más alto a MGM gracias sobre todo a su compromiso e identificación con los más grandes musicales que dio en su historia el cine de Hollywood. Schary convocó a los mejores especialistas en cada rubro, empezando por el formidable director artístico Cedric Gibbons, responsable de casi todos los fastuosos sets de los films musicales del estudio, y a través de ellos mantuvo la identidad de MGM en películas inolvidables producidas por Arthur Freed, escritas por Betty Comden y Adolph Green y dirigidas por Vincente Minnelli, Charles Walters y Stanley Donen, entre otros.
Así llegaron entre muchas otras Leven anclas (1945), Intermezzo lírico (1948), El pirata (1948), Un día en Nueva York (1949), Un americano en París (1951), Cantando bajo la lluvia (1954), Siete novias para siete hermanos (1954), Invitación al baile (1956) y muchas otras más, con figuras extraordinarias como Fred Astaire, Gene Kelly, Judy Garland, Frank Sinatra, Ann Miller, Cyd Charisse, Debbie Reynolds, Donald O’Connor, Leslie Caron, Maurice Chevalier y Oscar Levant, además de las proezas danzantes que hacía bajo el agua Esther Williams.
Paralelamente, el estudio comenzó a desarrollar otras vetas paralelas: una, ligada a producciones más intimistas, como el drama Cautivos del mal (1952) y el policial Mientras la ciudad duerme (The Asphalt Jungle, 1950); otra, conectada con el espíritu de las viejas superproducciones. Así Ben-Hur tuvo su segunda versión (la más importante) en 1959 y aparecieron otras ambiciosas películas inspiradas en temas bíblicos y épicos como Quo Vadis e Ivanhoe, en 1952.
En los años 60 no alcanzaron algunos títulos de gran esplendor y atractivo entre distintos públicos (Doctor Zhivago, Doce del patíbulo, 2001: odisea del espacio) para sostener la fortaleza de MGM entre sus pares, que también enfrentaban la crisis con pesimismo. El viejo sistema de estudios comenzaba a derrumbarse y el león rugiente empezaba a hacer menos ruido que nunca.
El primer paso de un incontrolable descenso se produjo en 1970 cuando el estudio fue adquirido por el magnate Kirk Kerkorian, uno de los artífices de la gran transformación inmobiliaria de Las Vegas. De hecho, su primera inversión fue la compra del terreno en el que luego se levantaría el gigantesco hotel y casino Caesars Palace.
De la mano de Kerkorian, MGM dejó de ser a los ojos del mundo uno de los grandes estudios de cine que hacía las mejores películas de Hollywood. Ahora no era otra cosa que una gigantesca señal en la cima de uno de los hoteles más imponentes de Las Vegas, el MGM Grand, sede de grandes veladas boxísticas.
¿Qué quedó de aquel pasado glorioso? Una gigantesca subasta que tuvo lugar en 1970. Todo salió a remate, hasta la carroza triunfante conducida por Charlton Heston como Ben-Hur. Un millón y medio de dólares obtuvo Kerkorian al desprenderse de la historia del estudio. Alguien llegó a pagar 15.000 dólares por los zapatos color carmín que lucía Judy Garland en El mago de Oz.
De allí en adelante, MGM se fue achicando más y más. Curiosamente, la marca crecía como signo identificatorio de proyectos inmobiliarios, pero se reducía hasta las últimas instancias como usina creadora de películas. Logró un poco de aire en 1981 cuando se asoció con United Artists (UA), otro legendario sello hollywoodense que le sumó su propio catálogo, incluyendo las películas de James Bond que conserva hasta hoy.
Pero en 1986, MGM/UA quedó al borde de la desaparición como marca cuando otro magnate, Ted Turner, la compró por 1500 millones de dólares. Tan convencido no estaba, porque rápidamente se desprendió de la marca, que quedó en poder de la productora televisiva Lorimar. Pero conservó el archivo de películas clásicas producidas por MGM, que hoy está en manos de Warner Media. Eso explica que en el catálogo adquirido por Amazon no estén todas las películas del estudio en sus tiempos de esplendor. Cantando bajo la lluvia y El mago de Oz, por ejemplo, estarán disponibles a fines de junio en la plataforma HBO Max.
Amazon, el flamante dueño de MGM, aprovechará en cambio el archivo remanente de los tiempos de United Artists y los títulos que el estudio logró producir y distribuir en sus tiempos menos brillantes. El brillo de la marca se fue apagando con sucesivas transferencias de patrimonio a distintos dueños corporativos y financieros (de nuevo Kerkorian, el holding franco-italiano Pathé, el banco Credit Lyonnais) que no podían resolver el dilema económico del estudio. Para 1992, MGM perdía un millón de dólares por día.
En 2010, la Metro tocó fondo: entró en convocatoria de acreedores, se declaró insolvente y logró así reestructurar su pesada deuda. Hasta que luego de varias fallidas operaciones de rescate y planes de recuperación, algunos bastante plausibles, apareció Amazon con una oferta imposible de resistir.
Los ojos del nuevo dueño, el gigante del comercio electrónico, están puestos en el archivo de 4000 películas y 17.000 horas de TV que tarde o temprano se sumarán a la oferta de streaming de Amazon Prime Video. De todo ese patrimonio fílmico, lo que parece interesar más es el potencial de algunos títulos como potenciales factores de futuras continuidades. Ya lo adelantaron algunos ejecutivos influyentes de Amazon: pensaron en MGM a partir de lo que puede dar como creador de “grandes franquicias para el siglo XIX”.
Habrá que tomar nota: James Bond, Rocky-Creed, la Pantera Rosa, Legalmente rubia, Robocop, Tomb Raider. Historias que ya tuvieron varias apariciones exitosas en la pantalla y podrían seguir sus respectivos caminos adoptando múltiples formatos. ¿Series? ¿Nuevas películas? ¿Spin-offs? ¿Historias interactivas? En los próximos capítulos de la historia de la industria del entretenimiento se hablará mucho de la nueva vida que acaba de iniciarse en MGM.
Dónde ver las películas de MGM
- Mata Hari (1931), de George Fitzmaurice. Con Greta Garbo, Ramon Novarro, Lionel Barrymore. Disponible en Qubit TV.
- Motín a bordo (Mutiny in the Bounty, 1935), de Frank Lloyd. Con Clark Gable, Charles Laughton, Franchot Tone. Disponible en Qubit TV
- Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), de Victor Fleming. Con Clark Gable, Vivien Leigh, Leslie Howard, Olivia de Havilland. Disponible en Google Play y Apple TV.
- El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming. Con Judy Garland, Ray Bolger, Jack Haley, Brent Lahr, Frank Morgan. Disponible en Qubit TV.
- Intermezzo lírico (Easter parade, 1948), de Charles Walters. Con Fred Astaire, Judy Garland, Ann Miller, Peter Lawford. Disponible en Qubit TV.
- La hija de Neptuno (Neptune’s Daughter, 1949), de Edward Buzzell. Con Esther Williams, Red Skelton, Ricardo Montalbán. Disponible en Qubit TV.
- El padre de la novia (Father of the Bride, 1950), de Vincente Minnelli. Con Spencer Tracy, Elizabeth Taylor, Joan Bennett. Disponible en Qubit TV.
- Un americano en París (An American in Paris, 1951), de Vincente Minnelli. Con Gene Kelly, Leslie Caron, Oscar Levant. Disponible en Qubit TV.
- Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), de Gene Kelly y Stanley Donen. Con Gene Kelly, Debbie Reynolds, Donald O’Connor. Disponible en Qubit TV.
- La gata sobre el tejado de zinc caliente (Cat on a Hot Thin Roof, 1958), de Richard Brooks. Con Paul Newman, Elizabeth Taylor. Disponible en Qubit TV.
- Intriga internacional (North by Northwest, 1959), de Alfred Hitchcock. Con Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Martin Landau. Disponible en Qubit TV.
- Ben-Hur (1959), de William Wyler. Con Charlton Heston, Jack Hawkins, Stephen Boyd, Haya Harareet. Disponible en Movistar Play.
- Doctor Zhivago (1965), de David Lean. Con Omar Sharif, Julie Christie, Alec Guinness, Rod Steiger, Geraldine Chaplin. Disponible en Qubit TV.
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