La guerra, según un agudo narrador
La conquista del honor ( Flags of Our Fathers , Estados Unidos/2006). Dirección: Clint Eastwood. Con Ryan Phillippe, Jesse Bradford, Adam Beach, John Benjamin Hickey, John Slattery, Barry Pepper, Jamie Bell, Paul Walker. Guión: William Broyles Jr. y Paul Haggis, basado en el libro de James Bradley y Ron Powers. Fotografía: Tom Stern. Música: Clint Eastwood. Edición: Joel Cox. Diseño de producción: Henry Bumstead. Producción de Warner Bros., DreamWorks, Amblin y Malpaso, hablada en inglés con subtítulos en castellano y presentada por Warner Bros. Duración: 132 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
A los 76 años, Clint Eastwood sigue sorprendiendo por la vitalidad, la potencia y la profundidad de su cine. Si bien es posible que La conquista del honor no se ubique entre las películas más redondas y logradas de su notable carrera como director y que tampoco alcance la solidez, la precisión y el lirismo de la todavía superior Cartas desde Iwo Jima (reconstrucción de la misma batalla desde la perspectiva japonesa, que aquí se anuncia para el 22 de febrero), se trata de un trabajo con varios grandes momentos, escenas bélicas que ratifican su calidad impar para la puesta en escena, y una mirada desencantada y cuestionadora sobre la construcción de la figura del héroe y su utilización propagandística para manipular a una sociedad crédula y desinformada.
Tras un breve prólogo ambientado en la actualidad, La conquista del honor se retrotrae hasta fines de 1944 y luego ofrece una larga y muy cruda secuencia con el posterior desembarco masivo norteamericano en la pequeña, desolada pero estratégicamente clave isla de Iwo Jima. Prácticamente sin mostrar a los soldados japoneses, que, disminuidos por la falta de apoyo aéreo y naval y superados largamente en número (22.000 contra 100.000), se atrincheraron en cuevas y montañas, ese segmento del film remite a la escena inicial de Rescatando al soldado Ryan en su acumulación de explosiones, ríos de sangre y cuerpos desmembrados. Pero en la mostración de las atrocidades de la guerra y en la manera visceral de transmitir la sensación física de la violencia más brutal es en lo único en que coinciden aquel film celebratorio del patriotismo de Steven Spielberg (que a su vez es coproductor de estas dos películas de Eastwood) con esta propuesta bastante más compleja, triste y desafiante.
La conquista del honor se bifurca luego en varias líneas argumentales para contar el caso de la icónica fotografía tomada por Joe Rosenthal de los soldados clavando la bandera estadounidense en la cima del monte Suribachi, que encendió el nacionalismo norteamericano y se convirtió en emblema de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente, lo que cuenta Eastwood es la gira por estadios de todo el país a la que son obligados los supuestos tres héroes retratados en aquella instantánea que recorrió el planeta en una campaña desesperada por juntar fondos para un ejército financieramente quebrado. En medio de todo tipo de presiones, simulaciones y exposiciones de las peores miserias (racismo incluido), los jóvenes deben aparentar un alto grado de compromiso, rectitud y patriotismo con el que no se sienten a gusto.
La larga estructura de historias paralelas diseñada por William Broyles Jr. ( Soldado anónimo ) y Paul Haggis (el mismo de Río místico y ganador del Oscar por Vidas cruzadas ) ingresa al promediar sus más de dos horas de metraje por caminos sinuosos, ya que no todas las subtramas alcanzan el mismo rigor e interés y, por lo tanto, el film se resiente en términos dramáticos con varias recaídas y ciertas resoluciones (como la historia del soldado de origen indio) poco convincentes.
Pero, más allá de sus desniveles, de algunos diálogos sobreescritos que terminan cayendo en el didactismo o de sus coqueteos con los lugares comunes, estamos ante un gran director clásico, capaz de construir con la misma destreza un tenso pasaje bélico con cámara en mano o una toma subjetiva desde un avión en medio de un bombardeo como de ofrecer un momento demoledor, cuando los héroes involuntarios ingresan, incrédulos, al estadio Soldier Field de Chicago atestado de ciudadanos y banderitas flameando con un fondo de excitación y de fuegos artificiales que resuenan como explosiones bélicas.
Más allá de la enorme categoría de su fiel equipo técnico (el fotógrafo Tom Stern, el editor Joel Cox o el diseñador Henry Bumstead, que falleció en pleno trabajo, a los 91 años) o del aporte funcional de un elenco dominado por jóvenes actores, si La conquista del honor termina sobreponiéndose a las pequeñas recaídas apuntadas es, antes que nada, gracias al talento y la convicción de ese gran narrador que, aún hoy, sigue siendo el incansable Clint Eastwood.
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