La dinosauria que cambió el cine gracias a una apuesta delirante y el talentoso artista que hizo que Estados Unidos fuera a la guerra
Se cumplen 110 años del estreno de Gertie, the Dinosaur, la más celebre creación de Winsor McCay, quien dibujó a mano los más de 3000 cuadros que componen la película; se hizo tan famoso que un cortometraje posterior sobre el hundimiento del Lusitana influyó decisivamente en el ingreso de su país en la Primera Guerra
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Una de las más poderosas formas cinematográficas cumple 110 años. Uno más que El nacimiento de una nación, para muchos el verdadero inicio del cine como lo conocemos. Pero no, en realidad el cartoon, el dibujo animado de cortometraje, es un año mayor. Lo inventó un genio y la razón fue una apuesta. Lo protagoniza un personaje femenino -sí, la primera estrella del cartoon es “ella”- y definió prácticamente todas las posibilidades del dibujo animado. En 1914 se estrenó en los cines de los Estados Unidos Gertie, the Dinosaur, creado por Winsor McCay a partir de miles de dibujos realizados pacientemente, uno por uno, a mano. Pero la historia de cómo Gertie empezó a retozar en las pantallas es más interesante incluso que el corto mismo, todavía una belleza (está disponible en YouTube).
Winsor McCay es, para cualquier especialista de la narración dibujada, un genio. Neoyorquino, había comenzado a dibujar historietas en 1900, pero obtuvo un enorme éxito con Little Nemo in Slumberland, que es al día de hoy no solo un clásico del género sino una obra mayor de diseño gráfico. Nemo era un niño que cada noche vivía extraordinarias aventuras en el mundo de los sueños, para despertarse indefectiblemente en la última viñeta. Pero –curiosidad– las aventuras seguían y seguían en una seguidilla al mismo tiempo propia de los cuentos de hadas y absolutamente surreal. De hecho, es posible definir el arte de McCay como “surrealista” en la medida en que ese movimiento quería plasmar materialmente los sueños. Quizás McCay no pensó tanto en eso como en la crítica a las reformas arquitectónicas que transformaron Nueva York, a principios del siglo XX, en una enorme mole de edificios. Sus dibujos, de un detalle maniático, se van convirtiendo viñeta a viñeta en otras cosas, como si realmente se movieran. McCay fue el primero en entender que la historieta y el cine, nacidos ambos en 1895, eran la misma cosa.
En aquellas primeras décadas del siglo pasado había varios dibujantes célebres, como Rube Goldberg o Richard F. Outcault. Pero sin dudas los más famosos eran McCay y George McManus, creador de Bringing Up Father, conocida en la Argentina –comenzó a publicarse en LA NACION en 1920– como Pequeñas delicias de la vida conyugal o, más tarde, por los nombres de sus protagonistas, Trifón y Sisebuta. La tira mostraba la vida de una pareja de mediana edad repentinamente enriquecida donde la mujer pretendía tener aires de alta sociedad y el hombre quería seguir siendo un hombre de barrio y gustos simples, quizás hoy políticamente incorrectos. Si McCay se dedicaba a la invención poética, McManus triunfaba en la sátira social. Por cierto: ninguno de los dos escribía o dibujaba “para chicos”. La historieta era el descanso cómico de las noticias del diario, de allí el término “comic strip” (tira -de dibujos- cómica). También eran cartoons y los dibujantes, cartoonists, porque los originales se entregaban en grandes cartulinas. Que el término, fuera de los Estados Unidos, refiera a los dibujos animados, es parte del triunfo de McCay. Igual, entre nosotros: en el país del norte siguen utilizándose cartoon y cartoonist tanto para los historietistas como para los animadores.
Ahora bien: una noche de 1913, en una de esas reuniones de colegas dibujantes llenas de habanos, bromas, lonjas de carne y bromas varias, McManus contó la impresión que le había causado un esqueleto de brontosaurio instalado en el Museo de Historia Natural de Nueva York (donde aún puede verse, claro). Y McCay, en broma, le dijo que era capaz de hacerlo mover. Algo que no hemos dicho es que otra de las vocaciones de don Winsor era la prestidigitación. McManus le apostó entonces una cena a que no podría lograrlo, y le dio un plazo. McCay, más que probablemente con la solución en la cabeza desde antes de provocar la apuesta, recogió el guante.
Semanas más tarde, el mismo grupo se reunió en una cena y McCay, a la hora de los puros y los licores, mostró en una pantalla cómo una brontosauria amaestrada seguía sus instrucciones. La hacía venir hacia él, le pedía que saludara, la premiaba con calabazas tal como a los caballos se los premia, en los circos, con terrones de azúcar. La representación era al mismo tiempo cómica y tierna: por momentos, Gertie no respondía a las órdenes de su amo y al ser regañada, lloraba. Pero todo terminaba bien, con el animador convertido él mismo en un dibujo y retirándose de la escena a lomo de Gertie. Por supuesto, McManus pagó la apuesta.
Esta es la historia real. Pero es también la trama de la película Gertie, the Dinosaur, que es exactamente todo lo que contamos más el intermedio cómico en el que vemos a McCay realizando algunos de los más de 3000 dibujos de los que constaba la animación. El hombre conocía la técnica: había realizado ya dos animaciones experimentales (Cómo opera un mosquito y una fantasía breve con los personajes de Little Nemo). Pero en Gertie fue extremadamente cuidadoso de la continuidad entre dibujos y hasta contrató a un estudiante de diseño para que lo ayudara a producir cada cartulina de 6,5 x 8,5 pulgadas. El corto original no era más que el movimiento de Gertie; pero luego se le agregaron las partes “documentales”, y McCay salió de gira con su dibujo con un éxito atronador a partir de febrero de 1914.
Las consecuencias fueron variadas. En primer lugar, tuvo peleas con su editor -el todopoderoso William Randolph Hearst, el modelo del protagonista de El ciudadano- y, como consecuencia, fue raleándolo en sus medios. A McCay no le importaba: se había vuelto una celebridad, aunque como toda novedad, duró poco. La segunda fue el inicio de la primera gran era del dibujo animado industrial. Es cierto: existía antes. De hecho la primera película real, realizada por Émile Reynaud en 1892, Pauvre Pierrot, era un dibujo animado coloreado a mano, dibujado en una tira sinfín de película y proyectado sobre escenarios también dibujados, con música en vivo. Pero esta experiencia de “teatro óptico”, como todo lo que llega antes de tiempo, quedó como una nota al pie en las enciclopedias del cine. Lo de McCay era distinto porque no solo sus dibujos eran de una gran precisión, sino que además creaba un personaje carismático y con reacciones realistas aún siendo un dinosaurio (perdón, dinosauria). La impresión es tan grande que el primer dinosaurio producido por una computadora que vemos en Jurassic Park no solo es un brontosaurio (hembra, ¿recuerdan?) sino que hace lo mismo que Gertie: pararse en dos patas para comer de un árbol. Sin Gertie, no habrían existido Félix el gato, Koko el payaso ni, década y pico más tarde, un ratón llamado Mickey. Ni la enorme descendencia de estos bichos, de Bugs Bunny a Homero Simpson, claro.
Pero hubo una tercera consecuencia, más allá de que McCay se dedicó casi exclusivamente al dibujo animado. En 1914 no solo nació Gertie: también comenzó la Primera Guerra Mundial. El presidente de los Estados Unidos, elegido poco después, era Woodrow Wilson, que había llegado al poder con la promesa de que su país no iba a involucrarse en la guerra europea. Pero los industriales estadounidenses veían una oportunidad extraordinaria para vender sus productos a los aliados, especialmente, armas. Comenzó una propaganda fuerte que tuvo su pico con el hundimiento del transatlántico Lusitania. El 7 de mayo de 1915, sin aviso, un submarino alemán lo hundió cuando estaba a 11 millas náuticas de Irlanda, destino final de su travesía. La ola de indignación fue aprovechada por muchos en los Estados Unidos para crear un sentimiento antialemán enorme. Pero todavía era temprano para que Wilson cambiara su posición y embarcara a su país en la guerra. La presión de los magnates de la industria fue enorme -lo narra perfectamente John Dos Passos en su biografía de Wilson en su novela central de la Trilogía USA, 1919–, y en 1918 hubo una decisión. Pero para eso, una pieza de propaganda fue central: una película de dibujos animados llamada The Sinking of the Lusitania, realizada por Winsor McCay con 12.000 dibujos realizados a mano.
McCay muestra, casi en tiempo real, el hundimiento del vapor (que, se supo mucho más tarde, fue hundido por llevar armas de contrabando a Gran Bretaña). La película es extraordinaria y detallada hasta la crueldad (un bebé que se hunde en los brazos de la madre; la gente saltando por la borda y muriendo en el mar), y fue una pieza de enorme efectividad. Quien haya visto Titanic no podrá dejar de notar enormes parecidos entre ciertas tomas del film de James Cameron y la obra de McCay. Aunque no faltaron críticos a Wilson por llevar las tropas a Europa, la propaganda –la película fue central en ese propósito– logró que la adhesión fuera suficiente.
Se sabe cómo terminó todo: los Estados Unidos ayudaron a terminar la guerra pero se quedaron afuera del reparto de Versalles y Wilson no tuvo su reelección presidencial. McCay fue dejando la historieta e intentó hacer nuevas películas de Gertie, pero apenas logró el esbozo Gertie On Tour. Pero el legado de esa película fue enorme. En Gertie ya están la sátira, la desmesura, la simpatía, y esa combinación de fantasía y diseño realista que fue luego la carta de triunfo de Disney cuando comenzó a dedicarse al largometraje. Gran parte del cine, especialmente el contemporáneo industrial donde una fracción enorme de las imágenes se diseñan en una computadora, muestra la influencia de aquella Gertie, Spielberg aparte. Lo que hace efectiva y bella la película a pesar de que pasó más de un siglo, es su atención al detalle de la expresión y la naturalidad de los movimientos, algo sustancial a la hora de hacer pelear a los Avengers, por ejemplo.
McCay estudiaba su modelo, incluso si era un modelo “inventado” para moverlo de tal modo que pudiéramos creer en su existencia. Ni más ni menos lo que hace la mayoría del cine espectacular de hoy, con las herramientas depuradas del dibujo animado más tradicional. Así que los 110 años de Gertie no son solo los de una película clave en el desarrollo del cine, sino los 110 años de cuando la imaginación y el humor, juntos, encontraron la forma perfecta de jugar con la realidad. Nada más coherente que un arte de lo desaforado nazca de la evolución de un dinosaurio.
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