La Caja de Pandora (Lulú): la película que convirtió a una despreciada actriz en mito erótico del cine mudo y obsesionó a Hugh Hefner
El film del director Georg Wilhelm Pabst se estrenó en 1929 y, pese al escándalo y las críticas negativas que recibió en su momento, se convirtió en una joya del cine alemán del siglo pasado
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“Cumple con los dos objetivos caritativos de Hefner: la expresión artística y una nueva película prístina, ambas finalmente desplegadas después de décadas de frustración”, así presentaba el programa del Festival de Cine Mudo de San Francisco la proyección de La caja de Pandora (Lulú), de Georg Wilhelm Pabst, de la cual el magnate fundador de la revista Playboy Hugh Hefner había financiado su restauración. De ese modo, entre la provocación y la aclamación, se le daba continuidad al film que no solo entronizó a un mito erótico perdurable como Louise Brooks sino que, muchos años más tarde, sería considerado como fundamental dentro del panorama del cine alemán alumbrado con influencia expresionista.
Pero su lugar dentro de los grandes clásicos producidos durante la República de Weimar será tardío. A su estreno berlinés, a finales de enero de 1929, se sucedieron críticas negativas, episodios de censura y modificaciones al original para intentar moderar el escándalo que suscitó esta versión fílmica de la Lulú de Frank Wedekind, ya de por sí objeto de controversia por su mundana enunciación de diversos temas sexuales. A todo ello se sumaba el natural erotismo de Brooks, por la cual Pabst desde el mismo momento de producción del film ya fue objeto de polémica: se trataba de una película basada en la obra de uno de los principales dramaturgos alemanes de la época y sería protagonizada por una actriz norteamericana de segunda línea.
Ya con su estilo “flapper” (que tan bien le sentó a Lulú), la existencia hollywoodense de Louise Brooks nunca despegó, pese a que al momento de embarcarse en el SS Majestic rumbo a Europa ya había rodado catorce películas. Atrás dejaba la actriz no sólo las fiestas de la alta sociedad que miraban con admirada reprobación su natural desparpajo, sino también una vida personal que se entremezclaba naturalmente con el personaje que la haría célebre. Brooks tuvo romances con Charles Chaplin, Greta Garbo, Humphrey Bogart y dos matrimonios tan efímeros como el amor lésbico que sostuvo con Pepi Lereder, sobrina de Marion Davies, a su vez amante del todopoderoso magnate de los medios William Randolph Hearst. Era un historial intenso, pero no conocido en Europa como en los pasillos de los grandes estudios de Hollywood, lo que le permitía pensar en un cambio de rumbo en su carrera. Entre tanto, el productor Benjamin Percival Schulberg, jefe de Paramount, le informó que un director alemán ofrecía mil dólares semanales para rodar una película en Berlín, lo que superaba abiertamente sus reclamos para mejorar su paga en Hollywood.
En paralelo, la prensa alemana se hacía eco de cada avance de la producción con la que Nero-Film buscaba incluso por las calles de Berlín a una joven que pudiera personificar a Lulú. Marlene Dietrich perseguía con afán a Pabst para ser Lulú, pero el director no cedió. Según él, Marlene era muy mayor para ese papel. “Abordé a chicas en la calle, en el metro, en las estaciones de tren: ‘¿Le importaría a usted acompañarme a mi oficina para que le presente a Mr. Pabst?’. Él las recibía, las miraba, les hacía una prueba, obedientemente, y luego las rechazaba. Y finalmente escogió a Louise Brooks”, recordaba el asistente Paul Falkenberg sobre esa odisea de encontrar el rostro perfecto y también el cuerpo deseado. Louise Brooks, quien se explayó largamente sobre la película que la catapultó a la memoria del cine, sostenía que Pabst le había enseñado las imágenes de todas las actrices desnudas que le habían enviado sus fotos para el papel y que el realizador guardaba a modo de colección.
El argumento de La caja de Pandora se basa en dos obras de Frank Wedekind, la homónima de 1893, y El espíritu de la tierra, de 1905, donde la Lulú de Brooks es sensual y entregada al sexo pero, sobre todo, encarna al mito femenino demonizado en la piel de la joven artista de vodevil que provoca la perdición de todos, ya sean hombres o mujeres. En el camino, desnudaba la doble moral del protocolo social de una sexualidad reprimida que ocultaba, en rigor, la decadencia de una sociedad con mucho más que esconder que sus conductas de alcoba. Allí se dirige la cámara de Pabst, al divertimiento nocturno por donde desfila el poder.
“Nadie ha sabido exponer mejor que Pabst la fiebre que reina entre bambalinas en la noche de un estreno, la prisa ensordecedora, el vaivén sin objetivo aparente, la promiscuidad de los cuerpos mientras los decorados se transportan de un lado a otro...”, citaba Lotte Eisner sobre la mirada de Pabst a un estreno que La caja de Pandora (Lulú) no pudo repetir en el mundo real, donde la crítica de entonces se encarnizó con su protagonista. “La magia de Louise Brooks es demasiado exterior para encarnar al personaje tal como lo quería Pabst (…) Louise Brooks no llega a ser suficientemente demoníaca, sino tan sólo una simpática Sportgirl”, escribió Heinz Pol en el Vossische Zeitung, en línea con el juicio de Herbert Ihering en el Berliner Borsen Courier: “Su actuación no alcanza a rozar el domonio que caracteriza al personaje. Habría sido mejor que la inolvidable, talentosa e insuperable Asta Nielsen encarnara al personaje. Una venganza de Louise Brooks contra los sufrimientos a los que Pabst la sometió durante el rodaje”.
Cinco años antes, Asta Nielsen había protagonizado una versión de Lulú mucho más acorde con la moral de la época. Ese desprecio acompañó a la actriz desde el inicio del rodaje, donde su partenaire Fritz Kortner e incluso asistentes del film no le dirigían la palabra directamente. La consideraban la peor actriz de todas. Pabst había elegido un elenco en el cual nadie estaba conforme con su papel y además cambiaba todos los días el plan de rodaje para evitar que los actores planificaran su trabajo. “El mejor trabajo de casting de G. W. Pabst fue elegirse a sí mismo para interpretar al director -el entrenador de animales- en su adaptación de la “tragedia de monstruos” de Wedekind. Fue el truco del látigo ejercido por su mano derecha lo que congregó a los actores, cual bestias. El revólver lo dirigió al corazón de la audiencia”, confesaba Brooks a la revista Sight and Sound, en 1965.
Brooks volvió a Estados Unidos y no pudo reinsertarse en la industria. Tenía 25 años y divagó durante una década por producciones de tercera línea al no ser considerada una voz para continuar con la llegada del cine sonoro. “Descubrí que la única carrera bien remunerada que me quedaba, como actriz de treinta y seis años sin éxito, era la de una prostituta”, escribía en 1982 sobre aquellos años en los que sufrió una pausa de casi tres décadas hasta que La caja de Pandora (Lulú) fue revalorizada a mediados de los cincuenta desde la impetuosa Cinemateca Francesa que comandaba Henri Langlois. Desde entonces, y sustentada por entrevistas a revistas especializadas, autobiografías y documentales, Louise Brooks volvió a construir un perfil que la construía en mito erótico del cine, el lugar natural que sus contemporáneos le habían negado.
Entre tanto, cinéfilos y archivistas buscaban las copias originales de un film sin los intertítulos cambiados o incluso su mismo final, que mutó en algunas versiones a uno edificante donde intervenía el Ejército de Salvación. Pabst siguió filmando, y en 1930 dirigió su primera película sonora, Cuarto de infantería; un año después adaptó La ópera de tres centavos, que le valió un juicio de Bertolt Brecht que perdió el dramaturgo. Luego de algunos viajes, regresó a Alemania al inicio de la Segunda Guerra Mundial, donde continuó filmando hasta su retiro de la escena pública en 1956, en coincidencia con el auge que entre los cinéfilos comenzaba a despertar Lulú.
En 2002, con música de Peer Raben, La caja de Pandora (Lulú) fue proyectada en el Teatro Colón con acompañamiento musical en vivo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con la dirección de Frank Strobel. El próximo sábado 27 es su última proyección dentro de la 25 edición del Bafici, gracias a la cual los espectadores de hoy podrán coincidir con el otro gran teórico del expresionismo, Sigfrid Kracauer, que sintetizó: “Louise Brooks es la Lulú perfecta”.
La caja de Pandora (Lulú), de Georg Wilhelm Pabst, puede verse este sábado 27 a las 14, en la sala Leopoldo Lugones.
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