La avenida Cabildo se quedó sin cines: una historia cinéfila de Belgrano
Como antes le había ocurrido a la avenida Santa Fe, ya no quedan salas sobre la principal arteria de ese barrio tras el cierre de los complejos General Paz y Artemultiplex; entre 1960 y 1970 llegó a tener siete cines, más un octavo sobre Juramento
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Con el cierre del complejo Artemultiplex, confirmado en la semana última, la avenida Cabildo perdió todos sus cines. No es que el barrio de Belgrano se haya quedado huérfano por completo de pantallas. Todavía quedan en pie el complejo Multiplex Belgrano, en la esquina de Mendoza y Vuelta de Obligado, y las diez salas del Showcase Belgrano, instalado en Monroe y Arribeños.
Pero con clausura del Artemultiplex, que siguió el mismo camino tomado pocos días antes por el Cinemacity General Paz, la arteria que más identifica a Belgrano desde su actividad comercial y el movimiento de gente pierde su identidad cultural, un espacio de encuentro, un lugar que en los últimos años se había convertido en destino de un entusiasta peregrinaje cinéfilo. Un ocaso muy parecido al que le tocó vivir a Barrio Norte, con la pérdida sucesiva e irremontable de un puñado de hermosos cines con epicentro en la zona de Santa Fe y Callao, algo que todavía se lamenta. Lo mismo va a ocurrir en una avenida Cabildo sin cines. Desde ahora y para siempre.
Ese espíritu de búsqueda de un cine distinto (independiente, de autor o de culto) identificó a la última etapa de una historia que conoció tiempos de esplendor. La avenida Cabildo llegó a tener en las décadas de 1960 y 1970 siete cines funcionando a pleno, al que se agregaba un octavo situado sobre Juramento, pero a pocos metros de la esquina con Cabildo, lo que le permitía integrar sin problemas ese circuito, el histórico y entrañable cine Mignon.
El arco cinematográfico de la avenida Cabildo tenía un extremo norte en el pequeño cine Lido, de Cabildo casi esquina Iberá, y del otro lado al magnífico y elegante cine Ritz, ubicado a metros de Cabildo y Olleros. Entre ellos funcionaban el Gran Savoy (futuro hogar del Artemultiplex), a metros de Cabildo y Congreso; el General Paz, en la esquina de Cabildo y Pedro Ignacio Rivera; el diminuto cine Cabildo, entre Blanco Encalada y Olazábal; el Nuevo Belgrano, entre Olazábal y Mendoza, y el General Belgrano, entre Mendoza y Juramento. Este último, al desaparecer, le cedió su lugar a una sala mucho más moderna e imponente, que se llamó Atlas Belgrano. Hoy tampoco está.
Todos esos cines le entregaron en su momento al barrio de Belgrano y a sus habitantes momentos extraordinarios. Grandes recuerdos relacionados con una oferta muy amplia, dirigida a distintos públicos de manera simultánea. El General Paz y el Gran Savoy, como salas “de cruce” programaban las novedades más importantes que llegaban al barrio de Belgrano un par de semanas después del estreno en los cines céntricos, tal como lo fijaban las reglas del mercado cinematográfico argentino de otra época.
Eran cines muy amplios, con plateas infinitas y enormes pantallas, que solían llenarse cuando los títulos eran verdaderamente atractivos. Una película de la serie de la Pantera Rosa, algún film de James Bond o los estrenos de cine catástrofe típicos de los años 70 convocaban a multitudes. Con el tiempo, el cambio de costumbres entre el público y la aparición de nuevas propuestas de entretenimiento hogareño forzaron la reinvención de esos gigantescos cines y sus únicas salas empezaron a subdividirse. Primero se separaron la platea y el pullman, y más tarde los espacios fueron haciéndose más pequeños. Aquellos cines inmensos se convirtieron en complejos de cinco o seis salas, cuyos diseños tenían que adaptarse a inmuebles que no estaban preparados para semejante cambio.
Esas construcciones abrieron con el tiempo incomodidades y desajustes que nunca pudieron resolverse. Quedaron todavía más expuestos en los últimos años, pese a los esfuerzos de los nuevos operadores que quisieron actualizar y modernizar los cines, y la pandemia provocó el golpe de gracia. Los nuevos protocolos exigían correcciones edilicias y actualización de instalaciones imposibles de pagar porque el negocio mismo de la exhibición no resultaba satisfactorio y nunca dejaba de dar pérdidas, y porque los inmuebles (que sus dueños alquilaban a los dueños de las salas) presentaban insalvables complicaciones estructurales.
En esa falta de adaptación a los nuevos tiempos (en muchos casos imposible de frenar) estuvo el ocaso irreversible de esas salas que identificaban a Cabildo como una de las avenidas con más cines de la Capital Federal. Una postal que desde hace unas horas ya no existe.
El Nuevo Belgrano, un lugar que también recibía con las demoras lógicas los estrenos llegados desde el centro, desapareció casi de un día para el otro resignado a la tracción incontrolable de las galerías comerciales que extendían su dominio en la zona. El General Belgrano, testimonio de otro tiempo, cambió su vieja escenografía por otra más moderna. El cine se mantuvo en ese reducto de la vereda impar de Cabildo y muchos vecinos pensaron que la amplia comodidad y el diseño del Atlas, con sus grandes escaleras y una cómoda platea llegaba para quedarse mucho tiempo. Pero eso no pasó. Hoy solo los memoriosos recuerdan ese pasado no tan lejano cuando pasan por el lugar, ocupado por el local de una conocida cadena de venta de electrodomésticos.
El Cabildo y el Mignon aguantaron un poco más, pese a ser las cenicientas del cine en el barrio de Belgrano. La pequeña sala de la calle Juramento, con una diminuta platea sin declive que obligaba a cabecear con esfuerzo para encontrar el mejor punto de vista para la película, podía llenarse con facilidad cuando se estrenaba alguna película familiar, pero el crecimiento de un entorno identificado con el comercio gastronómico y de indumentaria hacía imposible su continuidad en el tiempo. Llegó a convertirse, como tantas salas de barrio, en un templo evangélico de dimensiones más bien modestas.
El Cabildo era otra sala chiquita que, a diferencia del Mignon, contaba con una platea diseñada en declive, lo que permitía disfrutar mejor de la película sin necesidad de forzar el cuello. Pero sus condiciones de imagen y de sonido no dejaban de deteriorarse y ese factor fue decisivo para que su actividad languideciera hasta que el cierre se hizo inevitable. La falta de actualización de estos cines, que se convertían en experiencias cada vez más incómodas para el público, resultó decisiva en más de un caso. Hubo que esperar hasta que en los años 90 llegara la cadena Showcase al barrio para encontrar esas mejoras que se venían reclamando durante mucho tiempo. Muchos vecinos de Belgrano se sorprendían al encontrarse con salas en las que las películas después de mucho tiempo se veían y se escuchaban bien, además de contar con butacas cómodas.
Con el tiempo, los exhibidores vieron que no había mejor negocio que actualizar esas herramientas imprescindibles y mejorar la experiencia de ver cine en el cine. Así ocurrió también en las distintas etapas del antiguo Savoy, que pasó por diferentes nombres antes de convertirse en el Artemultiplex y en el General Paz, pero en estos último dos casos las limitaciones estructurales se hicieron infranqueables. Mientras tanto, también se despedía casi en silencio el cine Lido, que funcionaba de una manera atípica para la oferta cinematográfica de Belgrano. Siempre se caracterizó por recibir películas que estaban por bajar de cartel y encontraban allí una última oportunidad de proyección en pantalla grande, con entradas mucho más baratas, y siempre acompañadas por otro título en dobles programas muy atractivos.
En un momento, el Lido cambiaba de programación casi todos los días, con una amplísima y a veces sorprendente oferta de películas clase B, de distintos géneros y con artistas populares. Las trasnoches también eran allí muy concurridas en algunas épocas que hoy ya resultan lejanas, como aquellos tiempos en los que se proyectaban en esos horarios, para un público ávido y curioso, las películas eróticas protagonizadas por Isabel Sarli, tal vez por última vez en una pantalla grande.
El otro cine de Belgrano recordado por sus trasnoches es el Ritz. Verdadera rareza dentro de los cines de barrio, había encontrado desde fines de los años 60 un lugar de reconocimiento cinéfilo de la mano del laborioso y siempre recordado Salvador di Silvestro. A partir de su impulso, el Ritz se convirtió en esa sala deseada y soñada por los seguidores más entusiastas del cine de autor. Las películas independientes estrenadas en los cines “intelectuales” del centro podían encontrar en el Ritz una extraordinaria continuidad, junto con reposiciones de clásicos del cine de autor, muchas veces exhibidos en dobles programas. Y en cuanto a las trasnoches, el Ritz se hizo famoso en Buenos Aires por la presencia eterna en la cartelera de Woodstock, uno de los clásicos del rock en el cine, que después de la medianoche de cada sábado siempre encontraba en la zona público dispuesto a verla. Por primera, segunda o enésima vez. Ese impulso encontró eco en otros cines y con otros títulos que siguieron la tradición de trasnoches adueñadas por el cine y el rock.
La ubicación del Ritz, distante de cualquier otra sala parecida, fortalecía su condición de templo cinéfilo, así como la atención esmerada de su personal, que parecía estar siempre a la altura del tipo de cine que allí se exhibía. El diseño de la sala, con sus características puertas de blindex, también marcaba diferencias. Pero el paso del tiempo resultó implacable y el Ritz tampoco pudo resistirlo. El último cine de Belgrano, en Cabildo y Olleros, resistió a fines de los años 70 un tiempo más con otro nombre (Fantasy) y una programación dedicada a los niños. Hasta que cerró del todo y dejó su espacio libre para la construcción de una estación de servicio que funciona hasta hoy.
El cine de autor no murió del todo en Belgrano con el cierre del Ritz. Pudo resistir bastante tiempo de la mano del Artemultiplex, que multiplicó las salas disponibles del viejo cine Savoy, y del General Paz, que se había reinventado con la idea de replicar en Belgrano el estreno de los títulos más fuertes pero terminó programando mucho cine europeo. Allí algunas distribuidoras independientes organizaban preestrenos y el histórico Cine Club Núcleo llegó a imaginar allí la continuidad de sus actividades. Pero entre ambos también seguían las diferencias. En el Artemultiplex no se vendía pochoclo, reemplazado por una cafetería que ocupaba casi todo el hall de entrada, junto a la boletería. Allí inclusive llegó a funcionar más de una vez el Bafici y el lugar era reducto de actividades culturales, debates y preestrenos exclusivos. El General Paz, en cambio, dependía mucho de la venta de pochoclo y bebidas, ya que allí el cine europeo de autor podía convivir con los tanques de Hollywood. De hecho, la última puerta abierta de ese cine era una ventana a la calle en la que se vendía el pochoclo que ya no formaría parte de la experiencia de ir al cine.
Hasta que llegó la pandemia y arrasó con todo. También con la memoria cinéfila y cultural del barrio de Belgrano, que le bajó la persiana con el triste cierre de estos dos últimos complejos a la larga historia del cine sobre la avenida Cabildo. Quedan ahora solo los recuerdos de un tiempo que difícilmente regresará.
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