La filmación de una de las películas decisivas de Quentin Tarantino tuvo una multitud de complicaciones; el sueño compartido por el director y su musa terminó en distanciamiento
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No debe haber experiencia más extrema de reconocimiento del estilo y la identidad de Quentin Tarantino como narrador cinematográfico que Kill Bill. Todas las obsesiones de este casi maniático acumulador de citas, referencias, apuntes, nombres, homenajes e influencias que por lo general aluden a eso que genéricamente llamamos “cine de culto” aparecen integradas en un doble programa resumido en una sola idea fuerza: la venganza.
Solo Tarantino pudo lograr algo así. Las dos partes de Kill Bill suman en total 248 minutos (la primera tiene 111 minutos y la segunda, 137) dedicados a tributos a las películas de acción y de artes marciales que identificaron al cine del Extremo Oriente durante los años 60 y 70, mezcladas con las habituales notas al pie que Tarantino toma, también a modo de reconocimiento, del spaghetti western, el cine de terror y otras expresiones de todo lo que se conoce como “clase B”. Un mar proceloso y abundante concentrado en una sola sigla.
Cuando Tarantino hace pasar toda esa mezcla por el cedazo de su propia mirada, el resultado se reconoce con mucha facilidad por encima de todo ese inmenso acopio de influencias. Llega un momento en el que deja de ser un mero coleccionista de la memorabilia de ese cine que otros descartan y él tanto valora. Llega el momento en que hace suyo ese repertorio ajeno y el efecto es absolutamente original. Y en el caso de Kill Bill, todo se resume en el camino que sigue adelante La Novia para terminar con la vida de las personas que casi la destruyen. Y no va a parar hasta conseguirlo del todo.
La Novia es Uma Thurman, la única actriz que imaginó Tarantino desde el comienzo para el personaje. No podía ser otra, porque además de interpretarla es una de las dueñas de la idea. De hecho, en el desfile de créditos finales de la segunda película lo último que se lee es “Basado en el personaje de La Novia (The Bride), creado por Q & U”. Las iniciales de los nombres de Tarantino y Thurman.
No podría esperarse otra cosa que un rodaje lleno de vueltas, complicaciones y peripecias de todo tipo en el caso de Kill Bill. Y una de las cosas más llamativas es la rara asociación que los hechos establecen entre el motivo que lleva a La Novia a ejecutar su sangrienta venganza y la circunstancia que pudo haber cambiado para siempre el destino del proyecto. Todos sabemos que La Novia (también conocida como Beatrix Kiddo y Black Mamba) es una asesina serial entrenada para matar en los tiempos en que formó parte de un escuadrón experto en artes marciales liderado por Bill (David Carradine). Y sabemos también que en el comienzo del relato despierta de un coma profundo, comprueba que perdió en su vientre al hijo que estaba esperando y decide como una furia salir a vengarse de quienes le provocaron ese daño irreversible.
Casi como una broma tarantinesca, Thurman estuvo cerca de renunciar al proyecto al quedar embarazada de su segundo hijo, Levon, nacido en 2002 como fruto de la unión con el actor Ethan Hawke. Se casaron en 1998, tuvieron ese año a su primogénita Maya Rae –actualmente una actriz en alza gracias a su trabajo en Stranger Things– y terminaron divorciados en muy malos términos en 2005. Thurman y Tarantino habían empezado a esbozar las ideas de Kill Bill durante el rodaje de Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) y el guion empezó a tomar forma definitiva entre 2000 y 2001. Pero cuando todo estaba listo para empezar el rodaje, Thurman anunció su segundo embarazo.
“Ella quedó embarazada y yo pensé: “Está bien, ¿espero o no?”. Honestamente no tuve elección. Esta era mi película de samuráis, de chicas rudas, mi spaghetti western y mi película de comics. Pero también era mi película de Josef Von Sternberg. Y si Von Sternberg se está preparando para hacer Marruecos y Marlene Dietrich queda embarazada, ¡hay que esperar a Marlene Dietrich!”, dijo Tarantino antes del estreno de la primera película en octubre de 2003. Llegó a los cines de la Argentina como Kill Bill, la venganza: volumen 1, el 27 de noviembre de 2003. Para la segunda parte hubo que esperar algunos meses más. El lanzamiento mundial fue en febrero de 2004 y comenzó a exhibirse en nuestro país como Kill Bill, la venganza: volumen 2, el 29 de abril de ese año.
La compleja producción de Kill Bill demandó mucho más tiempo que hacer una película cualquiera. Nada que sorprenda: tan obsesionado por los detalles y por esas búsquedas de fragmentos perdidos de películas casi olvidadas que en su mirada podrían cambiar por completo en un minuto el rumbo de la historia que ya tenía definida, Tarantino suele emplear mucho más tiempo que sus colegas. Hacer las dos partes de Kill Bill le llevó 155 días. Buena parte de ese largo tiempo tuvo que ver con la filmación de una escena específica, convertida inmediatamente en objeto de culto propio dentro de ese objeto de culto mucho más grande que es Kill Bill.
Esa secuencia, seguramente la que primero recuerdan los fans de Kill Bill y de Tarantino, es la que enfrenta a La Novia con O-Ren Ishii (Lucy Liu) y 88 guerreros yakuza (la clásica mafia japonesa) rigurosamente vestidos de negro. Pasó a la historia con el nombre de Crazy 88 por la formidable coreografía del enfrentamiento y por la audaz decisión de Tarantino, en el apogeo de la pelea, de pasar inmediatamente del color a la fotografía en blanco y negro, seguramente para atenuar frente a los ojos del público el impacto de tanta sangre, que en algunos casos salía directamente a chorros de los cuerpos de los combatientes.
La impresionante exhibición de sangre en Kill Bill quedó cuantificada. Christopher Allan Nelson, uno de los responsables de los efectos especiales de maquillaje, contó que en total se usaron entre las dos películas 1703 litros de sangre de utilería para “rociar, derramar y descargar”. Semejante derroche se explica en el deseo de Tarantino de evitar el uso de efectos visuales para replicar algo que él consideraba esencial. Había que darle a las imágenes un tono similar a la de sus amadas películas asiáticas de samuráis de los años 60 y 70. Eso implicaba que la sangre debía tener un determinado color y una textura diferente a la que Hollywood emplea, por ejemplo, para las producciones de terror.
La necesidad de apelar a los usos y costumbres tradicionales, según citan varias memorias del rodaje, llevó inclusive a Tarantino a avalar el uso de condones fabricados en China en las escenas en que vemos estallidos de sangre. Al parecer, los protagonistas de esas películas tradicionales de artes marciales, acción y pelea filmadas décadas atrás en Extremo Oriente hacían estallar en el momento oportuno esos preservativos escondidos para conseguir el efecto buscado del chorro de sangre salpicando toda la escena. Eso era lo que Tarantino buscaba, aunque no pudo confirmarse si efectivamente aplicó en todas las escenas de acción esa fórmula.
Al director le llevó ocho semanas enteras filmar la escena de La Novia y los 88, que forma parte del volumen 1 de Kill Bill. “Encaré la escena completa como si fuera una película muda”, contó Thurman más tarde. Enfundada en su inconfundible jogging amarillo cada vez más teñido del rojo de la sangre propia y ajena, la actriz maneja la espada samurái como si fuese una prolongación de su cuerpo, pero detrás del resultado que aparece a la vista hubo un esfuerzo mayúsculo por parte de ella. Tarantino imaginó la escena como el equivalente en términos de artes marciales de la famosa escena bélica de Apocalypse Now! que Francis Ford Coppola ilustró con la música de “La cabalgata de las valquirias”.
Antes del rodaje se presentó un problema muy complicado. Si había alguien que no estaba a priori en condiciones de filmar escenas de artes marciales por sus características físicas era Uma Thurman. “Mi cuerpo es el opuesto al de todas las personas que crearon las artes marciales. Ellos tienen un centro de gravedad bajo. Yo no”, reveló tiempo después al semanario Time. Thurman es una actriz distinguida por una figura escultural y por bellísimos rasgos, que estaban en su apogeo al momento de rodar la película, cuando ella tenía algo más de 30 años. Pero también se destaca por su altura. Mide 1,81 metros.
Por esa razón, la primera vez que tuvo que mover en el aire la espada samurái de cuatro kilos y medio de peso que utiliza en la escena no pudo evitar perder el control y golpearse con ella en la cabeza. “Casi me pongo a llorar. Al principio me mentía a mí misma. Era obvio que eso iba a ser imposible para mí. Tenía que encontrar alguna manera de simularlo”, diría más tarde.
Tarantino, según la reconstrucción que hizo Time, pensaba otra cosa. Le insistió a Thurman que tenía que resistir y aguantar esa carga. Además, buscaba el máximo realismo posible. “Empezó el entrenamiento con 13 kilos de sobrepeso después del embarazo y estaba muy intimidada por la situación, pero le dije que de ninguna manera estaba dispuesto a usar cortes de montaje rápidos o efectos digitales. No lo iba a hacer en esta película”, narró el director.
Thurman pasó los siguientes tres meses entrenándose junto al gran maestro Yuen Woo-Ping, uno de los más grandes coreógrafos de escenas de acción de la historia del cine. Al experto nacido en Hong Kong le debemos los logros en tal sentido alcanzados en las películas de Matrix y en El tigre y el dragón, por ejemplo. A su lado, Thurman aprendió a interpretar cada movimiento de artes marciales como si se tratara de una danza.
La concepción de esta extraordinaria secuencia de los 88 es un símbolo de todo lo que fue el rodaje de Kill Bill. Con Tarantino decidido a satisfacer todas sus obsesiones, procurando que la película responda de la manera más exacta posible a la multitud de fuentes visuales, estéticas y narrativas de las que abrevaba. Y con Thurman empeñada al mismo tiempo en convencer al director de que podía sugerir cambios y convencerlo de que su visión de actriz también debía ser tenida en cuenta para el diseño de cada escena, el desarrollo del rodaje y, sobre todo, el perfil de su protagonista.
Tarantino logró que Thurman fuese insustituible como principal figura femenina, pero no pudo hacer lo mismo con Warren Beatty, el primero que imaginó para interpretar a Bill, que tenía en en la versión original del guion un aspecto bastante parecido al de un villano clásico de las películas de James Bond. “Escribí primero el personaje de Bill para Warren Beatty y al final no funcionó. Y luego elegí a David Carradine, y lo terminé reescribiendo para David Carradine. Pero cuando vuelvo a leer la versión original de Kill Bill ahora me río, porque es la versión de Warren”, contó Tarantino años después.
La tercera opción era Bruce Willis, que en opinión de Tarantino hubiese podido adaptarse a aquella mirada original cercana a las aventuras de 007. “Bruce es un actor fantástico y creo que me hubiese podido apoyar muchísimo en su personalidad de haberlo elegido. Un poco menos de champagne, seguramente, pero al mismo tiempo un poco más de cerveza”, ilustró.
Con el tiempo, la leyenda de la película empezó a correr paralela a la de David Carradine personificando a Bill. Hoy cuesta imaginar a otro actor en ese lugar, sobre todo por la línea directa que conecta a Kill Bill (una película construida a partir del vínculo de su director con el cine clásico de artes marciales) con su consagración previa como Kwai Chang Caine, el “pequeño saltamontes” de la popular serie de los 70 Kung-Fu. Carradine murió en junio de 2009, con 72 años, en un hotel de Bangkok. Su cuerpo fue encontrado desnudo y con una soga atada alrededor de su cuello. Las causas nunca esclarecidas del episodio y el misterio que sigue rodeándolo (¿suicidio? ¿asesinato? ¿resultado involuntario de un arriesgado juego sexual?) llegaron a superar en la realidad cualquier imaginario desenlace concebido por alguien como Quentin Tarantino.
Si algo caracteriza a Tarantino es su condición de autor de películas caudalosas, potencialmente interminables, a las que no le queda más remedio que ponerle un final después de laboriosas jornadas en la sala de edición. Pero no está allí nunca la última palabra. Siempre se reserva la posibilidad de entregar en algún momento una versión más larga, un “corte del director”, un nuevo montaje. Ese ejercicio de “cortar y pegar” que Tarantino hace con las películas clase B y de género que lo inspiran también lo aplica a su propia obra. La versión extendida de Los 8 más odiados es el último ejemplo de una práctica que se hizo familiar y que muchos esperan que se extienda a su última película hasta el momento, la magnífica Había una vez… en Hollywood.
¿Qué pasó en este sentido con Kill Bill? Se sabía en su momento que la idea original de Tarantino era hacer una película muy larga, pero las conversaciones con Harvey Weinstein, el productor estrella de sus primeras obras, lo convenció de separar en dos partes la historia y estrenarlas sucesivamente. Weinstein, mientras reinó en Hollywood, siempre fue un defensor a ultranza del ahorro de metraje, pero a Tarantino le concedía libertades que en otros casos no eran posibles. Se habló mucho después de la posibilidad de una tercera parte y de la integración de las dos historias en una sola, más larga, con otro título y tal vez un nuevo montaje final. Con el tiempo, Tarantino lamentaría lo “complaciente” que fue ante la conducta de Weinstein con las mujeres.
Uma Thurman fue una de las muchas víctimas del aberrante comportamiento de Weinstein. A los 47 años, en 2018, reveló que el productor quiso abusar sexualmente de ella en un hotel de Londres. El hecho ocurrió en 1994, tras el éxito de Tiempos violentos, y Thurman lo contó después de 25 años de silencio. Pero en ese mismo testimonio ante The New York Times, la actriz fue más allá. “Weinstein me agredió sexualmente, pero no intentó matarme como Quentin Tarantino”, agregó. Era una denuncia casi literal de intento de asesinato que había ocurrido durante el rodaje de… Kill Bill. El fruto de un vínculo aparentemente inquebrantable de amistad entre actriz y director comenzaba a romperse en mil pedazos.
¿Qué pasó en el medio? Contó Thurman que Tarantino la obligó a manejar un auto que no estaba en condiciones para filmar otra de las célebres escenas de Kill Bill, la del accidente automovilístico protagonizado por La Novia. La decisión precipitó que ella perdiera el control del auto y se estrellara contra un árbol. Thurman le había advertido en su momento a Tarantino que todos sabían que ese vehículo tenía problemas mecánicos y que para rodar la escena había que utilizar una doble de riesgo. Pero el director insistió.
“Quentin vino a mi tráiler y no quería escuchar nada. Estaba furioso porque perdía mucho tiempo en la escena, pero yo estaba asustada. Me dijo: “Te aseguro que el coche está bien. Es una carretera recta. Tienes que alcanzar los 65 kilómetros por hora para que tu pelo pueda ondear como yo quiero y como se debe. De lo contrario te haré repetir la escena”. Pero el camino era una trampa mortal. La carretera no era recta, el asiento no estaba sujetado como correspondía, en vez de asfalto había arena”, narró Thurman.
En un larguísimo descargo al portal Deadline, Tarantino dio su versión. Contó que la escena correspondía a uno de los últimos días de rodaje y se hizo en un camino de México que aparentemente estaba en perfectas condiciones y él mismo había recorrido previamente. Pero la escena terminó filmándose en sentido opuesto, y allí el camino no era recto. Tenía una curva leve pero peligrosa tras la cual el vehículo de Uma terminó chocando contra un árbol. El accidente fue grave.
“El volante me presionaba la barriga y mis piernas estaban atascadas. Sentí un dolor abrasador y pensé que no volvería a caminar. Cuando salí del hospital –con un collar ortopédico en el cuello, mis rodillas dañadas y una contusión– quise ver cómo estaba el auto. Me enojé mucho. Tuve una pelea tremenda con Quentin y lo acusé de haber intentado matarme. Se puso muy mal, porque supongo que él no sentía que hubiese intentado algo así. Es comprensible”, relató Thurman, además de denunciar que el estudio le impidió luego ver el coche. “Ella me culpó por el accidente y tenía derecho a hacerlo. Yo no quise provocarlo. La convencí para que se subiera al auto, le dije que el camino era seguro. Y no fue así. Fue uno de los más grandes arrepentimientos de mi vida y de mi carrera”, confesó Tarantino a Deadline quince años después de los hechos.
También contó allí un par de episodios más que contribuyeron todavía más al distanciamiento con Thurman. En una escena, Tarantino ocupó el lugar del actor Michael Madsen, cuyo personaje debía lanzarle un escupitajo al de Thurman. El director contó que tomó esa decisión porque solo él sabía cuál era la manera correcta de concretar la incómoda escena. En otra, una cadena terminaba envuelta alrededor del cuello de La Novia. Era una escena en la que los enemigos del personaje buscaban estrangularla y Thurman dijo que el director había intentado asfixiarla, mientras la explicación de éste se dirigía a la búsqueda del mayor realismo posible, consensuado previamente con la actriz.
Tras el episodio hubo algunos acercamientos y gestos amistosos mutuos. Pero algo se rompió en el camino. Los inseparables Q y U, auténticos creadores de Kill Bill cerraron más separados que nunca la historia que abrieron juntos y soñaron durante tanto tiempo.
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