Juan José Campanella: “Soy un no creyente desesperado por que me prueben lo contrario”
El director de El secreto de sus ojos anticipa su nuevo proyecto filmado en México, la serie Los enviados, que se estrena este domingo en Paramount+. Sus protagonistas, dos sacerdotes encargados de verificar milagros para el Vaticano, se ven envueltos en una trama policial.
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No para. Juan José Campanella atiende el llamado de LA NACION desde Nueva York al final de una intensa jornada de trabajo con un nuevo episodio de la serie La ley y el orden, ya habituada a contar con el director argentino. También anda seguido por Miami, donde están las oficinas de las productoras con las que desarrolla proyectos presentes y futuros. Sigue a la distancia la construcción de su soñado teatro porteño, que espera inaugurar a mediados de 2022. Y en medio de la semana pasó por la Ciudad de México para participar de la presentación de Los enviados, la primera serie surgida del contrato de exclusividad que firmó con ViacomCBS, uno de los conglomerados más poderosos de la industria del entretenimiento globalizada.
Los tres primeros episodios de Los enviados estarán disponibles a partir de este domingo 12 en Paramount+. Los cinco restantes, que completan la primera temporada, se estrenarán en los domingos siguientes, de a uno por semana. Sus personajes centrales son dos sacerdotes, el español Simón Antequera (Miguel Angel Silvestre, el actor de Velvet, 30 monedas y Sky Rojo) y el mexicano Pedro Salinas (Luis Gerardo Méndez, protagonista de Narcos: México), que investigan para el Vaticano si los milagros deben ser reconocidos como tales o están engañosamente ocultos detrás de alguna explicación científica o racional.
En eso andan cuando un sacerdote sanador, al que se le atribuye el milagro de una curación, desaparece misteriosamente en un pueblo de México que además esconde varios secretos dentro de una clínica psiquiátrica manejada por la Iglesia. “En televisión existe el título de showrunner, que todos conocen y no tiene ningún cartel. Esa fue mi función principal en Los enviados. Trabajé en todos los guiones, dirigí los últimos dos capítulos y supervisé el casting, la elección de los decorados, el trabajo de los actores y todos los detalles, a la par de los otros directores”, cuenta Campanella.
–Al showrunner suele pertenecerle también la idea original de una serie.
–No siempre. En este caso, la idea original es de Emanuel Diez, co–autor de ¿Qué hacemos con Walter? y Entre caníbales. Fue un desarrollo que se hizo en 100 Bares, la productora que integro con Martino Zaidelis, Camilo Antolini y Muriel Cabeza. La empezamos en 2015, cuando estábamos terminando Entre caníbales. Nos llevó cinco años hacerla.
–En esta serie los sacerdotes funcionan como héroes del relato. Ya lo hiciste con Luis Brandoni en El hombre de tu vida. Era un personaje clave, pero secundario. Acá los curas son los protagonistas.
–Yo no creo en la religión tal como nos la cuentan. No creo en el cielo y el infierno y tampoco en el Señor como un viejito de barba en una nube. Pero sí creo, aunque no tengo ninguna prueba, en que hay algo más allá, una dimensión a la que todos nosotros desde los cinco sentidos no hemos tenido acceso. Soy un no creyente desesperado por que me prueben lo contrario.
–No es la manera habitual en que últimamente nos asomamos desde la ficción al retrato de un sacerdote.
–No quise caer en el facilismo de tratar siempre la perversión dentro de la Iglesia, el tema de los curas pedófilos. Más allá de eso siempre quise saber qué es lo que moviliza a una persona a abandonar un aspecto muy fuerte del ser humano que no es solamente la necesidad de sexo, sino ante todo también de familia y de amor personalizado. Del amor de pareja. Uno de los grandes designios de la naturaleza para el creyente de Dios que es la necesidad de tener hijos.
–”Creced y multiplicaos”, como dice la Biblia.
–Así como el trabajo del médico, si se lo puede resumir en una frase, es curar a la gente, el trabajo del sacerdote es servir a esa misma gente. Hay un montón de factores que pueden desviar y condicionar esa misión: políticos, económicos, financieros, dudas morales. Puede pasar de todo. Pero el trabajo es ese. Y me interesa mucho el dilema de la gente que se dedica a esto porque cree en un más allá que nunca tira pruebas de su existencia, y al costo de suprimir una parte muy grande y divina, en términos evangélicos, de su humanidad.
–Ellos dicen que se casan con la Iglesia
–La verdad es que no se casan con nadie. Pero hay algo que me inspira mucho respeto. En las villas trabaja mucha gente: asistentes sociales, ONGs. Pero cuando llega la noche, el único que se queda a vivir ahí es el cura. Dentro de la Iglesia hay gente que cree profundamente en esto. Yo hablo con sacerdotes desde hace mucho tiempo. Para esta serie hicimos mucha investigación y hablamos con gente que perteneció a la Congregación de la Doctrina de la Fe, el área del Vaticano que abre el camino para llegar a convertirse en el Canciller de la Iglesia.
–Es toda una organización humana, más allá de sus fines trascendentes.
–En mis películas siempre me interesó observar cosas que para nosotros se convierten en pasiones, pero sus protagonistas las viven como un trabajo de oficina, cotidiano, de llenar expedientes, rendir cuentas. En El mismo amor, la misma lluvia lo hice con el periodismo. En Luna de Avellaneda con la gente que trabaja en los clubes sociales. En El secreto de sus ojos con la justicia. Y en este caso, con quienes consideran a la religión como su trabajo.
–Estos sacerdotes tienen un trabajo muy especial que les exige una formación adicional. Uno es abogado y el otro es médico.
–Ellos no tienen que certificar un milagro, sino verificar que no tenga ninguna explicación científica o natural posible. Al menos en el estado en que se encuentra hoy la ciencia. Cada siglo que pasa es un cachito menos de religión que se lleva la ciencia.
–Hoy el jefe de la Iglesia Católica es un argentino. ¿Por qué, habiendo tantos compatriotas en el Vaticano, los protagonistas son un religioso español y otro mexicano en una trama desarrollada por una productora argentina?
–Primero, el hecho de que el Papa sea argentino es algo fortuito en este caso. Mi interés es otro y empezó hace algunos años, cuando las plataformas todavía no se habían popularizado y yo trataba desde la Academia de Cine argentina de armar una con cine latinoamericano. Yo creo mucho en la idea del star system y en aplicarlo a la región. Que tengamos actores que todo el mundo quiera ver y sobre todo en la idea de acostumbrarnos a escuchar distintos acentos. A veces siento que en América Latina, parafraseando a George Bernard Shaw cuando hablaba de los Estados Unidos e Inglaterra, tenemos países separados por el mismo idioma.
–¿Cómo llegaste a Silvestre y a Méndez?
–Por sus trabajos previos. Los conocía mucho. Me gusta mucho trabajar con el humor cuando se tratan las cosas más serias. Un humor naturalista, irónico, nada payasesco, que exige cierto conocimiento de esas pausas, intenciones y subrayados muy sutiles que manejan muy bien los comediantes. Méndez es un gran comediante y en Silvestre pude descubrir esa faceta. Es un actor extraordinario.
–Ambos personifican a sacerdotes que conocen la vida mundana.
–También interesaba mucho escapar la imagen que tenemos de los curas como personas venerables de avanzada edad. Y no todos son franciscanos. El que interpreta Silvestre no se priva de saborear un buen whisky, por ejemplo. Por suerte yo no conocí a ningún pedófilo, pero sí a curas que disfrutaban de la buena mesa y la buena bebida. Es un dato de la realidad. Además, mis personajes suelen caracterizarse por tener siempre algún aspecto negativo, pequeñas miserias, complejidades. El único que hice en toda mi carrera como totalmente bueno es el de Héctor Alterio en El hijo de la novia. Un tipo lleno de amor.
–Es una excepción.
–Sí. Y no cuento al de Norma Aleandro en esa película, por las características que tenía. Más allá de eso, la complejidad interior es lo que hace que un personaje crezca. En Los enviados hay conflictos que aparecen desde afuera, está todo el aspecto policial de la trama, muchas vueltas de tuerca, situaciones exteriores contra las que los curas tienen que luchar. Pero el conflicto más rico es el que viven ellos internamente. Eso es lo que les impide alcanzar sus objetivos. Lo que más nos gusta es contar historias con esos dos aspectos.
–El lugar en el que transcurre la acción es un pequeño pueblo mexicano rodeado de bosques y montañas, visualmente muy atractivo.
–Se llama Mineral del Chico, está a unos 200 kilómetros de la Ciudad de México y es un lugar de escapadas de fin de semana para los mexicanos, no hay turismo internacional. Si se luce es también porque tuvimos la enorme suerte de trabajar con dos grandes profesionales como el director de fotografía Antonio Riestra y la diseñadora de producción Bárbara Enríquez, que hizo lo mismo en Roma, de Alfonso Cuarón, y en la serie que estaba preparando Spielberg sobre Hernán Cortés con Javier Bardem, que por problemas externos no pudo hacerse. Además tiene un profundo conocimiento de la religiosidad popular mexicana. Con su aporte incorporamos mucho de eso a la serie.
–¿Cuánto tiempo les llevó hacerla?
–La filmamos en doce semanas, entre abril y junio del año pasado. Trabajamos por decorado y locación, como si fuese una película larga, tratando de respetar la cronología de la mayor forma posible. Hubo días de trabajo compartido por tres directores distintos. Fuimos cuatro en esa tarea: Antolini, Zaidelis, la mexicana Hiromi Kamata y yo.
–¿El Covid afectó la producción?
–Me afectó en realidad a mí, porque me contagié cuando estaba por filmar el piloto. Por suerte me agarró antes de viajar, así que no hubo que suspender nada y me reemplazó Martino Zaidelis. Se aplicaron los protocolos y los cuidados, como en todas las filmaciones.
–¿En qué instancia de tu carrera te encuentra el estreno de esta producción?
–Esta es la primera serie latinoamericana de Paramount+. Bendigo a las plataformas, porque cambiaron para bien a la televisión. Y cuantas más haya, mejor. Nos hemos llevado muy bien en todo el aspecto creativo.
–¿Qué te espera de aquí en más?
–Esperamos por supuesto el veredicto del público, pero nosotros ya estamos pergeñando la segunda temporada. La idea que tenemos desde el principio es que estos dos personajes recorran el mundo siempre detrás del mismo objetivo, pero enfrentando en cada nueva temporada un nuevo caso. Además, yo estoy trabajando en una nueva serie y el equipo de 100 Bares está desarrollando otra más. Todavía no te puedo anticipar los temas.
–Las plataformas parecen estar en su esplendor, pero hay preocupación porque la gente no está volviendo al cine tras el impacto de la pandemia.
–Es un proceso que ya se venía dando y que el Covid aceleró a la velocidad de la luz. Aquí en Estados Unidos los cines están abiertos desde diciembre del año pasado y puedo certificarlo. Fui a ver un sábado a la tarde la última de James Bond y en el cine éramos 15. Ahora las películas tienen una ventana cada vez más chica que separa al estreno en cines y la llegada a las plataformas. Jeffrey Katzenberg había anticipado hace algunos años lo que se venía: dos semanas de cine y todo el resto del tiempo a la tele. Pasa ahora con grandes proyectos pensados directamente para el cine, como las películas de James Bond. Las películas de DC se estrenan al mismo tiempo en las salas y en las plataformas.
–¿Qué te inquieta más del futuro del cine?
–Hay un tipo de películas con las que nos formamos, esas que a mí me llevaron a querer vivir del cine, que están en peligro. Está hoy en las plataformas y el público, equivocadamente a mi juicio, prefiere verlo allí. Obviamente la experiencia de la TV se mejoró muchísimo con las plataformas. Sacaron las tandas, mejoró la calidad de imagen, podemos manejar el ritmo de las películas viéndolas como si leyéramos un libro. Pero no es lo mismo que ir al cine.
–¿Qué se puede hacer para cambiar eso?
–El cine nunca va a desaparecer y yo sigo soñando con una reacción del público. Que aparezcan películas películas que rompan esa dinámica y que la gente vuelva a disfrutar del cine para llorar, emocionarse o reír a carcajadas, todos juntos. La última vez que vi en un cine una película mía fue El cuento de las comadrejas, en una sala para 1200 personas en el Festival de Miami. Tres días después se clausuró todo por la pandemia. Las risas se alimentaban unas a otras y se convertían en carcajadas sin parar. Si la ves solo seguro te reís, pero no es lo mismo. Pensar la pantalla grande solo para el gran espectáculo es un error. El cine está pensado sobre todo para las grandes emociones. A mí me gusta mucho la TV, pero el cine me da la satisfacción del contacto con el público. Para eso también estoy haciendo un teatro en Buenos Aires, el Politeama, en Paraná y Corrientes.
–¿Cómo está la obra?
–Ya la hemos retomado. Y si todo va bien, y si Dios quiere, la vamos a inaugurar en julio del año que viene. La gente quiere salir y juntarse. La pandemia creó esa necesidad. Se extraña el contacto, la salida con gente. Cuando el público se acostumbre a vivir de nuevo el ritual de ver una comedia a sala llena, con todos riéndose a carcajadas, se van a dar cuenta de todo lo que se estaban perdiendo mientras veían televisión en soledad. La comedia es la que más sufrió todo esto.
–Hablemos de la actualidad, finalmente. Tenés un perfil muy alto en Twitter, con comentarios muy críticos hacia el Gobierno.
–Venimos de una etapa en la que el país sufrió como nunca en su historia por cosas que se le pueden atribuir a este gobierno y otras que no, obviamente. Después de atravesar traumas dolorosísimos, llegaron las elecciones como una luz de esperanza que nos lleva a pensar que la sociedad puede estar reaccionando para salir de este círculo vicioso en el que estamos los argentinos desde hace décadas. Hubo un resultado histórico que por primera vez creo que modifica a fondo el mapa político. En este tiempo, quienes no somos políticos tenemos que observar cómo se desarrollan las cosas, dejar hacer y ver cómo reacomodan las cosas quienes tienen que trabajar para nosotros. Tenemos que tratar de curar nuestras heridas.
–Hace un buen tiempo que estás lejos de Buenos Aires, pero te comprometés con tus opiniones como si estuvieras todo el tiempo por acá.
–Yo no estoy radicado fuera de la Argentina. Toda mi familia está en Buenos Aires, también mis amigos. Tengo contacto permanente con todos ellos. Además tengo el proyecto del teatro, que es la inversión más grande que hice en toda mi vida. Hoy me toca andar por distintos lugares, por suerte con una seguidilla muy intensa de trabajo que me lleva a no parar. Hay que pagar las cuentas del Politeama.
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