Juan José Campanella: "Me parece muy prematuro hacer un balance de la gestión de Mauricio Macri"
Juan José Campanella confiesa que no vio Los muchachos de antes no usaban arsénico al momento de su estreno, en abril de 1976, apenas un mes después del comienzo de la última dictadura militar en la Argentina. "La descubrí en 1983, cuando estudiaba cine y era alumno del director de esa película, José Martínez Suárez. Fue en el cine Premier, dentro un ciclo de clásicos argentinos de los 70 que pasaron inadvertidos, unos por prohibición y otros por mala suerte", asegura Campanella, que vuelve a dirigir un largometraje de ficción en nuestro país a una década exacta del histórico éxito (Oscar a la mejor película extranjera incluido) de El secreto de sus ojos.
El film original de José Martínez Suárez, una deliciosa historia ambientada en un caserón aislado del mundo y marcada por el humor negro, era también un generoso tributo a un puñado de grandes del cine nacional: Mecha Ortiz (una diva del cine del pasado que añora sus tiempos dorados), Narciso Ibáñez Menta, Arturo García Buhr y Mario Soffici (sus tres enigmáticos compañeros) y junto a ellos, Bárbara Mujica en la plenitud de su belleza y su talento. "Además de esta película estaban en ese ciclo La Raulito, Quebracho y una más que no recuerdo. Cuando la vi quedé enloquecido. Me pareció ingeniosa como pocas, con muchísimas vueltas de tuerca y otras cosas que me gustaban mucho", se entusiasma el realizador, mientras charla a solas con LA NACION en un elegante hotel porteño.
Para esta nueva versión, el director eligió el título de El cuento de las comadrejas, ahora interpretada por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock, a quienes se sumaron Nicolás Francella y la estrella española Clara Lago en su segunda incursión en la pantalla local (después de Al final del túnel) hablando "en argentino".
-Me pregunto por qué en su momento quedaste tan atrapado con esta película y no, como podrían imaginar muchos, con el cine político argentino de los 70.
-El cine político habla de un lugar, de una época y de un determinado momento. Esta película, en cambio, tiene que ver con otro tipo de historias más universales, con temas y personajes que pueden aparecer en cualquier instancia. Y siempre volvía a mi cabeza a partir de sus temas, por cierto muy reales: la vejez, el olvido, las ganas de vivir, el amor en la madurez. Empecé esta adaptación agregándole a la original un elemento de comedia romántica y otro más cinematográfico, porque en mi memoria los personajes de esta película eran todos gente de cine, seres que solamente pueden imaginar la realidad a través de una película. Y me entusiasmó la idea de hacer una película con personajes que te van contando cómo es la dinámica y la estructura de la película que estás viendo.
-Por lo visto, te llevó muchísimo tiempo hacerla.
-Y no es casual que aparezca como coguionista Darren Kloomok, que fue el compaginador de mis dos primeras películas que hice en los 90 en Estados Unidos. Por esa época empecé a bosquejar el guión, que tuvo varias reescrituras y llegó varias veces a ser obras de teatro. Pasaron los años y los personajes, que remitían a otras épocas, ahora son prácticamente de mi edad. Pero aunque tengo muchísimo más en común con ellos me rehúso a ser visto como un viejo. Como los protagonistas de la película, que son mucho más jóvenes que ningún otro. Hay algo paradójico. Hicimos varias pruebas con público y de todas mis películas, esta es la que más le gusta a los jóvenes.
-¿Por qué?
-Porque ven a un grupo de personas más cool, más despiertas y políticamente incorrectas que los mismos jóvenes de hoy. ¿Viste que cuando alguien llega a determinada edad se pone más allá del bien y del mal? Bueno, estos son cuatro viejos inimputables. Por eso causan tanta gracia.
-El elenco es uno de los puntos más fuertes.
-De todas las versiones del guión que fui haciendo, la última y definitiva tomó forma cuando fui pensando en el elenco. Cuando trabajé con Graciela en El hombre de tu vida empezó a tomar forma un papel que hasta allí no había nadie capaz de hacerlo. Es un papel dificilísimo porque requiere a una gran actriz, a alguien que tenga mucho sentido del humor, a una figura con la edad que exige el personaje y además que tenga un cuerpo de trabajo que le pertenezca a una verdadera estrella de cine. Ser estrella es algo que se lleva y se ve en la pantalla. Y Graciela sigue manteniendo esa belleza de estrella de toda la vida. Cuando sonríe brilla el sol en el cuadro.
-Pareciera que llegaste a un punto de tu carrera en el que te proponés explícitamente reflexionar sobre el cine en una película.
-Es algo que se me hizo consciente. El gran homenajeado en el estilo de la película es Ernst Lubitsch, para mí el mejor director de comedias de la historia. Trato de pensar esta película como una reivindicación de aquél cine clásico que tanto me gusta, con el que me crié y que en los últimos tiempos se puso en tela de juicio. Lo clásico puede ser muy divertido si lo comparamos con lo moderno.
-En una comparación rápida e inmediata, la película original de 1976 tenía más humor negro y esta remake, más sarcasmo e ironía.
-El humor es el mismo y es el que suelo aplicar, apoyado en la ironía y el sarcasmo, en los diálogos. Lo que convierte en negra a la historia es la situación misma, todo lo que ocurre. El estilo es similar y los personajes hablan en los dos casos de la misma manera. Toda remake parte por supuesto de la historia original, pero tiene que ser lo suficientemente distinta como para que las dos puedan ser vistas y disfrutadas en un doble programa. Siempre pongo como ejemplos El bazar de las sorpresas y Tienes un e-mail. Es la misma historia pero con un montón de variantes.
-¿Y en el caso de tu remake?
-Se va a notar que son dos películas distintas. José me dijo, con su tremenda lucidez, algo muy interesante después de ver mi película: "Le confieso, Juan, que no estaba seguro de si quería que me gustara menos o más que la mía". Es lo más sabio que escuché en mi vida sobre las remakes. Muy pronto me dí cuenta de que había hecho otra película. Algo parecido le dije a Billy Ray cuando iba a escribir y dirigir la remake de El secreto de sus ojos. "Hacé lo que quieras, pero hacela distinta", le dije. Así pueden verse las dos en un doble programa.
-¿Qué es lo mejor que recordás de tus conversaciones con Martínez Suárez?
-Con José los diálogos fueron mucho más allá de la película y mi lugar de estudiante frente al maestro. Con Fernando Castets llegábamos a verlo a las 9 de la mañana y nos íbamos a las 8 de la noche. Lo que más me gusta de José es su ingenio. Ese cine que no es una mera representación de la realidad, sino su estilización. A ninguno en la vida se le ocurren tantas frases ingeniosas como las que aparecen en una película. Lo que se dice allí en dos horas, a nosotros nos llevó seis meses escribirlo. Pero me gusta ese equilibrio. Hablar de la vida de una manera un poco más estilizada. De lo contrario, ¿para qué ir al cine?
-¿En ese equilibrio podría estar la definición del cine clásico con el que tanto te identificás?
-No. El cine clásico tiene que ver sobre todo con una estructura. A te lleva a B, B te lleva a C, C te lleva a D. El director tiende a pasar inadvertido y hacerse notar solo para los que sabemos un poco más. Uno se da cuenta cuándo una película está dirigida por Lubitsch, pero no sé si el público se da cuenta de la diferencia entre Ninotchka y Casablanca. En estas películas lo más importante ni siquiera son los actores, sino los personajes. Y la historia que nos están contando.
-De todas maneras, los actores aquí tienen un peso enorme. Y lo acentuás todavía más con algunos de los primeros planos más poderosos del cine argentino reciente.
-Es que son caras enormes. Los cuatro protagonistas tienen unas máscaras impresionantes, por eso llegaron donde están. Graciela, Beto, Oscar, Marcos son extraordinarios, una cosa increíble. Mundstock es Hemingway. Aprendió la técnica del actor de cine con una gallardía y una entereza increíble, ayudado por supuesto por sus compañeros. Para un actor de cine, además del manejo de las emociones, lo más desafiante es poder llegar a una marca sin mirarla. Pararse en el lugar exacto sin perder la noción de estar actuando. El actor de cine puede hacerlo porque siente naturalmente la luz en la cara. Marcos pasó esa prueba con creces.
-¿Y los más jóvenes?
-Clara Lago fue un hallazgo, una de las grandes estrellas de España que tuvo la cortesía de hacer un casting. Me encanta cómo pasa de ser tan encantadora a convertirse en una villana completa. Y además tenía que reemplazar a Bárbara Mujica, nada menos. Y lo de Nico Francella es buenísimo, porque empieza como un ingenuo y crece mostrando un montón de facetas. Lo vengo diciendo desde El hijo de la novia: mi paisaje favorito para trabajar es el rostro de los actores.
-Si lo importante pasa por el personaje y la estilización de la realidad, ¿cómo salir a atrapar entonces a un espectador que parece haberse acostumbrado tanto al realismo, al naturalismo y al costumbrismo?
-Esta película es un gran juego, pero lo mejor es cuando te lo creés. Hay un tema al que vuelvo siempre, el de la crítica a la capacidad para la actuación de las grandes estrellas clásicas. Siempre se dijo que Humphrey Bogart y Clark Gable no eran grandes actores y yo eso lo discuto a muerte. Ser gran actor de cine depende de algo que se tiene o no se tiene: ser amado por la cámara. Esa capacidad de trasmitir emociones en un primer plano que te voltea, te enamora, te impresiona y te impacta. Hay actores muy capaces que no hicieron carrera en el cine porque carecían de esa fotogenia, algo que no se entrena ni se aprende. Y yo creo que la gente eso lo percibe. El streaming es una gran cosa que cambió la historia de la televisión. El problema es cuando empieza a reemplazar al cine, que te permite ver cosas únicas como impresionarte con un primer plano. Esa magia es como una trompada de Tyson: te voltea aunque no lo quieras.
-Narrar a la manera clásica también podría ser para vos un bálsamo para olvidar por un rato todos tus desvelos sobre la política y la actualidad, que nunca te privás de comentar.
-En esta película entramos en una casa que parece detenida en el tiempo y nos encontramos con las emociones más auténticas y profundas, pero ocultas por la urgencia del día a día. Sin embargo, seguimos pendientes de ellas: qué hacemos con nuestro legado, con nuestros amores, con el tercer acto de nuestra vida. Todo esto es muchísimo más importante que pasar el tiempo mirando qué pasó con el dólar.
-Se te nota tan irónico en Twitter como en la película. Y un poco más enojado.
-No es tan así. Si te metés en mi timeline, las cosas más picantes que escribo son las que más se retuitean. Y si seguís a diez personas que lo hacen, entonces lo recibiste diez veces. Tal vez esa sea la sensación. Pero si ves lo que escribo o posteo hay una sola mención de política por cada 20 que hablan de mi obra de teatro actual, de la película o de cosas humorísticas que tomo de otras cuentas.
-Sin embargo hay algunos comentarios muy fuertes en su tono irónico, cuestionando sobre todo al kirchnerismo.
-Tomemos una serie como Doctor House. Tenés un arco que corresponde a cada capítulo, la enfermedad de la semana. Al lado, otra historia que se extiende por tres o cuatro episodios. Y una más que transcurre en toda la temporada. En el caso de la actualidad argentina, el capítulo nos hace olvidar lo que significa el arco de toda la temporada. Y el devenir económico nos lleva a perder de vista alguna lucha de largo alcance mucho más importante para nuestro futuro. Cuando tuiteo algo estoy aludiendo a eso, a que no nos olvidemos de dónde vinimos y adónde queremos ir.
-Fuiste en las dos últimas elecciones fiscal de Cambiemos. ¿Vas a volver a hacerlo?
-Por supuesto. Hay mucha gente que no sabe cómo colaborar y esa faceta me parece fundamental. Y lo digo para todos los partidos, especialmente para los más chicos. Además, es una jornada cívica muy disfrutable. Tuve una hermosa y cordial experiencia de vínculo con los fiscales de los otros partidos.
-¿Qué balance harías de estos últimos cuatro años de gestión?
-Prefiero no hacerlo todavía, porque me parece muy prematuro. Todos saben que jamás me rehúso a hablar de estos temas, pero ahora me gustaría tomarme unas vacaciones hasta que por lo menos se presenten los otros candidatos. No estoy esquivando el bulto. Es que siempre estamos hablando de lo que pasa de este lado. De nuestro balance, de nuestros aciertos y errores. Ahora que se pongan un poco en la picota los otros, que están muy guardados, y cuando salgan al ruedo, en julio, nos juntamos de nuevo y volvemos a hablar.
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