José Sacristán: recuerdos de un caminante
El protagonista de "Roma", el último film de Aristarain, escribe su autobiografía y celebra la derrota electoral de Aznar
José Sacristán camina seguro hacia un sillón del lobby del hotel. Prefiere conversar con LA NACION en un espacio más abierto porque en el amplio despacho preparado para la entrevista el aire acondicionado castiga sus cuerdas vocales.
A diferencia del personaje que compone en "Roma", la nueva película de Adolfo Aristarain que se estrenará el jueves próximo y en la que comparte protagonismo con Susú Pecoraro, Juan Diego Botto y Marcela Kloosterboer, luce el cabello más corto y menos plateado, genuinamente más joven. También es un poco menos corrosivo, aunque lo disimule. Y lo primero que hace es preguntar a viva voz, así, al viento, si allí sirven radicheta. "En España no se consigue la misma que hay aquí, y tiene distinto gusto... La de aquí es tan buena que me la pondría endovenosa", bromea.
En la ficción, el actor que supo ser protagonista de clásicos del cine español posfranquista como "Solos en la madrugada" ("Pasó mucho tiempo de aquello", reflexiona con resignación e ironía: "Ahora Garci es del Partido Popular ¡y hasta se lo vio en el casamiento de la hija de Aznar!"), en la Argentina, en teatro en "Un día muy particular" y en la pantalla, con su muy amigo Aristarain, en "Un lugar en el mundo", volvió al cine argentino, más allá de la parte que le toca en esta aventura, que abarca casi medio siglo, haya sido rodada del otro lado del Atlántico. En "Roma", Sacristán encarna a un argentino, un escritor que emigró muy joven a España, donde hizo carrera, y que, al filo de retirarse de la vida pública, acepta escribir una autobiografía para cobrar el dinero suficiente y sobrevivir a su manera, hasta el último suspiro. El título de la película, que refiere a Roma Di Toro, el nombre de la madre de este escéptico de cincuenta y pico que recuerda algunos episodios de su vida que lo marcaron a fuego, más que un juego de palabras es una metáfora viviente de aquella sentencia que asegura que todos los caminos conducen a Roma, la mujer que lo ayudó a construir su espíritu libre y su alma de bohemio. Y así ocurre, porque no sólo Joaquín Góñez, el personaje creado por Aristarain con varios rasgos de su propia personalidad y su historia (su Parque Chas natal y su amor por el jazz, por ejemplo) escribe sus memorias para perpetuar en las hojas de un libro su infancia y su juventud perdida. A Sacristán, en este preciso momento, le ocurre algo parecido.
-¿Le costó mucho interpretar a Adolfo Aristarain?
-No. Tal vez yo sea el menos indicado para decirlo. Desde luego que esfuerzo ninguno; lo que espero es haber cubierto las expectativas que Adolfo había puesto en mí. Todo lo que él escribe es muy fácil de transmitir; otra cosa es que luego uno tenga el talento suficiente como para hacerlo: el material que Adolfo suele proponer a los actores es de primerísima mano, de muy buena calidad. Después está su consejo, su forma de mirar el trabajo de cada uno: es un muy buen espejo para un actor.
-Ahora que dice "espejo", lo de "interpretar" en la pregunta era en un doble sentido... ¿Cómo interpreta ese personaje que parece tener tanto del mismo Aristarain?
-Hablando con Adolfo, a quien lógicamente conozco y muy bien, he procurado saber hasta qué punto se implica. Creo que es una manera mía de ver al personaje. Es un personaje que tiene cosas relacionadas con la vida de Adolfo, pero más con las intenciones del Aristarain director.
-¿Cómo es ese personaje?
-Es un tipo al que la vida le fue dando golpes y, como él mismo lo reconoce, muchas veces por su propia responsabilidad, por su descuido en el manejo de la brújula, incluso a la hora de construir sus sentimientos. Pero el balance final lo es desde el amor a la figura de su madre, la evocación de todos aquellos momentos en que el amor ha merecido la pena: la música, la literatura, los amigos, las mujeres; esa mirada al río que tiene... Igual que Adolfo, tan esperanzador y esperanzado, tan lúcido y con la noticia de que el dolor está permanentemente a la vuelta de la esquina.
De Pepe a Joaquín
-¿Cómo es interpretar a un argentino?
-Es un argentino que lleva tanto tiempo en España que de hecho es español. Conozco bastante de los argentinos como para que no haya una extrañeza al relacionar mi cara o mi manera de ser con la de un argentino. Creo que esta ida y venida, este flujo permanente, es, hombre... Ha habido exilios varios que suelen ser motivados por razones extremas que no se resuelven donde uno ha nacido. En ocasiones, y es mi caso, es mucho más gozoso que otra cosa. Mi posibilidad de estar y conocer la Argentina, de encontrar un lugar en el mundo en la Argentina; de ahí este intercambio a tal punto de hacer, por así decirlo, de argentino, el éxito de los argentinos en España, ojalá que el flujo de idas y venidas actual marque el fin de la necesidad y la urgencia de otros tiempos.
-Corrijo: ¿es difícil hacer de argentino?
-No. Es igual que un checo o un polaco, si el personaje está bien en el guión. Lo que sí me hubiese sido extremadamente difícil es imitar con precisión el acento argentino... Hacer de argentino es como hacer de príncipe de Dinamarca; depende de quién haya escrito el personaje...
-¿Siempre es así?
-El compañero de viaje de un actor es su personaje y lo que hay a su alrededor, los otros personajes, la estructura, la historia y quien la dirige, quién mira todo eso desde la dirección; pero si previamente no hay un personaje bien escrito, bien construido, difícilmente podrías hacer un buen trabajo.
-¿Cuántos puntos de coincidencia hay, esta vez, entre el actor y su personaje?
-Bastantes. Miro las cosas desde una perspectiva muy parecida. La ventaja es que, y lo comentaba con Adolfo, yo estoy ahora escribiendo mi autobiografía a pedido de una editorial. Mi personaje lo primero que recuerda son olores y rincones, y yo estoy ahora en esa misma latitud emocional. Roma es Natividad, que es mi madre, y el "alma de bohemio" son los fandanguillos que me cantaba cuando era pequeño. La ventaja que tengo es que los altavoces así de altos los sigo teniendo (dice, refiriéndose a una escena clave de la película), de dos mil vatios y además les puedo pegar porque tengo una casa en las afueras de Madrid, y meter todo el ruido, y no tengo la necesidad de escribir estas memorias para pagarme nada. Mi trabajo me va bien. Tengo el equipo de audio y discos, a Brahms y Grieg... Afortunadamente, la manera de resolver los años que me quedan no necesariamente será "...en un hotel de lujo, en una ciudad decadente europea": creo que podré hacerlo en mi casa, escuchando la música que me gusta y a toda pastilla sin que nadie me diga nada. Tengo esa ventaja.
-¿La melancolía de los argentinos es igual a la de los españoles?
-Hay unas variantes; puede ser hasta qué punto el argentino es capaz de alargarla. Hay una palabra entre nosotros, cierto "regodeo". El español, al menos el castellano como yo, que dice: "Ya está bien de melancolías: ¡sácalas!". Estoy de acuerdo con la mirada de Adolfo, a quien conozco desde hace montones de años, y hay muchas coincidencias.
-¿Nostalgia o melancolía?
-Melancolía, una categoría distinta: es algo a propósito de lo que uno quiere que pase; la nostalgia, en cambio, ocurre por accidente: se es melancólico por vocación.
-¿Y la figura de la madre?
-Ahora que estoy escribiendo mis memorias, vuelve. Hay montones de coincidencias. Yo recién conocí a mi padre cuando tenía seis años, porque estaba en la cárcel por republicano, y la figura de mi madre ha sido fundamental. Desde que vi la primera película en mi pueblo, yo quise dedicarme a ser actor sin saber qué diablos era esto. Te imaginarás lo que era la España de los años 40 y con un padre en la cárcel. Recuerdo la mirada de mi madre y en especial su voz, porque cantaba muy bien flamenco, como mis primeras guías por donde ir a propósito de seguir alimentando una ilusión, una alegría por la vida, que no tenía nada que ver con lo que había alrededor. Era como que el aliento de la figura de mi madre me ayudaba a salvarme. En el caso de Roma, igual.
-¿La memoria es traidora?
-No sé si traidora, pero sí uno recrea. Como el Joaquín de la película, no quiero dejar testimonio de si fue así; es cuestión de enfocar y desenfocar; si fue así, a lo mejor, no, y el que la coja para él. Es un ejercicio formidable. Siempre me ha gustado escribir y no sé si lo haré bien o mal, pero es interesante recordar cosas que están ahí y si fueron o no así, está bien contarlas.
-Al igual que Góñez, ¡tiene a alguien que le transcriba sus manuscritos?
-Escribo todo con bolígrafo y se lo doy a mi mujer, que es la que lo pasa al ordenador. No tengo la menor idea de cómo es eso; no tengo teléfono móvil, ni tengo fax ni nada de eso.
-Es decir que hay muchas cosas en común...
-Incluso más allá de mi debilidad por Stevenson y Dumas, no obstante, a mí me gusta más Proust de lo que le gusta a Adolfo.
-Y tal como le ocurre a Joaquín, ¿tiene literatura pendiente?
-Sí, y ahí se va a quedar... ¡Madre mía, lo que se ha quedado por leer! ¡Qué barbaridad!