Lo llaman "el sumo pontífice del trash". Empezó haciendo películas con pocos recursos económicos pero un estilo muy rico, que cuestionaba los límites del buen gusto. Se hizo famoso por filmar una revulsiva escena para su film Pink Flamingos (1972) en la que una diva trans comía excremento de perro. Fue un director de culto casi desde su debut, a fines de los años 60, con películas como Mondo Trasho (1969). Luego entró al mainstream con Hairspray (1988), un film que abogaba por la integración de quienes lucen diferentes a lo que dictan los cánones de la belleza y siguió cuestionando desde el corazón de la industria cinematográfica –como lo hizo desde sus márgenes– quiénes son los verdaderos héroes y villanos en la sociedad norteamericana. Esa feliz mezcla de particularidades es John Waters , héroe subversivo de la cinefilia con un sentido del humor corrosivo y modales impecables.
El director estará de visita en Buenos Aires como invitado de lujo de la 20º edición del Bafici, donde ofrecerá una charla abierta moderada por Axel Kuschevatsky (el sábado 14, a las 14, en la Usina del Arte); firmará ejemplares de sus libros Mis modelos de conducta y Carsick, editados por Caja Negra; y se dialogará con Diego Trerotola sobre su trabajo como escritor (el domingo 15, a las 18.30, en el Village Recoleta). Además, está latente la posibilidad de un encuentro con su admirada Isabel Sarli , protagonista de Fuego, de Armando Bó, uno de los films preferidos del cineasta nacido en 1946. También tendrá una retrospectiva de sus películas en el marco del festival.
"Me entusiasma ir a un nuevo país –dice Waters en una conversación telefónica con La Nación, en la que hizo gala de su humor y amabilidad–. Siempre me parece increíble cuando voy a distintos lugares del mundo en los que la gente conoce mi trabajo y hasta hay fans jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando hice mis películas. Para mí es emocionante encontrar en otros lugares personas que tienen mi mismo sentido del humor. Es una tribu internacional que, según creo, están unidas por el humor; no por la sexualidad ni la política. Siempre digo que tengo la suerte de conocer a mis fans alrededor del mundo, que son exactamente el tipo de gente que quiero conocer ¡Me ahorra mucho tiempo!"
–¿Qué es lo que te atrae de Isabel Sarli y de la película Fuego, de Armando Bó, en particular?
–Siempre me gustó Isabel Sarli. Esas películas se proyectaron a principios de los 70 en Nueva York, antes de que la pornografía hardcore estuviera en la escena, antes de Garganta profunda, etcétera. Las presentaban en los cines latinos más que nada, después pasaron a otras salas. Leí sobre esas películas y fui a verlas. Ella es increíble. Tuvo una gran influencia en Divine. Hay una escena en Fuego, que vino a filmar en los Estados Unidos, en la que Sarli camina por Times Square y obviamente la gente en la calle la mira. Eso me inspiró para la escena de Pink Flamingos en la que Divine camina por la calle y cómo la gente reacciona ante ella. Fuego siempre fue mi preferida y la presenté en un programa de TV que tenía, John Waters presenta películas que te corromperán. La presenté diciendo "Ésta es una película muy heterosexual que los gays aman’.
–¿Qué opinás de la selección de tus películas para el festival? Parecen representar bien tu carrera...
–Sí, estoy de acuerdo. Siempre digo que mis películas son básicamente siempre la misma. Me dicen que cómo puedo decir que Pink Flamingos y Hairspray cuentan la misma historia ¡pero así es! Tratan sobre alguien que no encaja en la sociedad, que exagera su personalidad, lo convierte en un estilo reconocible y así "gana". La gente probablemente se ría de que diga esto, pero mis películas son políticamente correctas de una forma extraña, porque intento hacerte reír de algo que nunca viste antes pero, al mismo tiempo, no estoy juzgando a los personajes. Los villanos de mis films son invariablemente los que juzgan, los que son celosos y envidiosos del éxito de los otros. Los héroes son los que serían los villanos en otras películas, pero son felices con cómo son. Eso es buena política.
–Tus películas son una celebración de lo diferente, ¿qué opinás de la cultura de la corrección política?
–Mis películas son definitivamente una celebración de lo diferente. El tema de la corrección política es algo que sólo pasa en las universidades de los ricos: sólo ellos tienen los trigger warnings, ese aviso que tenés que dar antes de hablar de algo polémico: "Lo que voy a decir ahora puede desafiar tus creencias". Bueno, ¡yo pensaba que para eso ibas a la universidad! ¡Toda mi vida es un trigger warning! Al mismo tiempo con mi trabajo estoy pidiéndote que consideres comportamientos que tal vez nunca habías conocido antes. Mi trabajo es salir a la calle y revelar comportamientos incomprensibles al gran público.
–En tus primeras películas recurrías más al shock, pero después cambiaste un poco tu estilo...
–Claro que recurría al shock en mis primeras películas, porque tenía veinte años y estaba enojado. Un tipo de veinte años enojado es emocionante y sexy, pero uno de 70 enojado es un idiota. No tengo mucho por lo que estar enojado ahora: tuve una vida maravillosa y todas las cosas que quería que pasaran con mi carrera sucedieron hace muchos años. Es todo lo que podría esperar. Cuando digo esto a muchos les da ganas de vomitar, pero es la verdad. No puedo quejarme demasiado: hace mucho que no hago una película, pero me pagaron para escribir tres que nunca se filmaron. El negocio del cine como yo lo conocía ya no existe más. Pero a mis tres últimos libros les fue muy bien en los Estados Unidos, se tradujeron y editaron en todo el mundo. Sólo necesito contar historias y sigo pudiendo hacerlo, gracias a Dios.
El abanico de influencias de Waters es verdaderamente diverso: realizadores independientes de los años 60 como Russ Meyer, los hermanos Kuchar (The Devil's Cleavage) y Herschel Gordon Lewis (conocido como "el abuelo del gore"); grandes autores europeos como Ingmar Bergman, R. W. Fassbinder, Luis Buñuel y, también, las películas que se estrenaban en el autocine del Baltimore de su adolescencia. Waters hizo sus primeras incursiones en el cine en la década del 70, financiándose con pequeños prestamos que le hicieron sus padres. Así creó una verdadera escena del cine underground en su ciudad natal –luego retratada impiadosamente en la serie The Wire– junto con un grupo de actores tan diversos y fuera de lo común como lo es él. La gran estrella de esa troupe, con la que hizo películas como Multiple Maniacs, Pink Flamingos y Female Trouble, era Divine, quien había nacido como Harris Glenn Milstead.
"Divine no era transgénero, no tenía deseos de ser una mujer –explica Waters, quien prestó su voz para un personaje gay amigo de Homero Simpson en un famoso capítulo de la serie, "Homer's Phobia", que estuvo muy cerca de no emitirse por TV en 1997 por presión de los censores de la cadena y luego ganó el Emmy–. No andaba vestido de mujer ni nada por el estilo. El último papel que interpretó en el cine fue de hombre y en los últimos años vestía trajes caros cuando iba a los programas de TV. Él no quería ser una mujer, quería ser un monstruo. Quería ser Godzilla, no Marilyn Monroe. Divine era un actor que al principio estaba muy enojado por el bullying que había sufrido en la secundaria pero una vez que se convirtió en Divine pudo usar esa furia para convertirse en estrella. Él contaba que muchas veces vio a quienes le pegaban en el colegio haciendo fila para pedirle un autógrafo. Nunca pude reírme de eso. Creo que el mejor humor muchas veces proviene de la tristeza y el enojo. Al final Divine ya había superado todo eso. Yo no tengo ningún interés en ir a uno de esos reencuentros del secundario. Si me interesara saber qué fue de ellos ya estaría en contacto. No entiendo por qué la gente busca a sus compañeros de colegio en Facebook. Entiendo que quieran ver cómo luce ahora alguien con quien querían tener sexo cuando iban al colegio, pero yo no quiero saber".
La última película que Waters hizo con Divine fue Hairspray, un éxito de crítica y público que su estrella no pudo disfrutar, ya que murió pocos días después del estreno. Durante su estadía en Buenos Aires, el director presentará una proyección al aire libre –el domingo 15, a las 21, en Plaza Francia– de este film, que se centra en una chica que desafía los cánones estéticos convencionales y muestra la segregación en un concurso de baile en la Baltimore de 1962. Hairspray se convirtió en un clásico que le abrió las puertas al director para realizar otras películas de factura más industrial pero igual espíritu transgresor, como Cry Baby (con Johnny Depp ); Mamá, asesina serial, con Kathleen Turner, y Cecil B. Demented, con Melanie Griffith , entre otras.
Además de hacer que un público más amplio conozca a Waters, Hairspray inspiró un musical de Broadway, estrenado en 2002 y, cinco años más tarde, una remake basada en la obra teatral, en la que John Travolta interpretaba el rol que había sido de Divine. En 2016 se emitió una versión en vivo en la TV abierta norteamericana.
–¿Qué le provoca la longevidad de Hairspray en la pantalla?
–¡Y todavía continúa! El año pasado Hollywood me dio dinero para escribir la secuela de la película para HBO, que al final no se hizo y también para escribir una serie basada en Hairspray. Nunca va a terminar. La única manera en que va a terminar es si hacen Hairspray en el espacio o una versión porno.
–¿Cómo te parece que evolucionó tu estilo como director?
–Los tiempos cambian. Tenés que tener en cuenta que cuando empezamos con Multiple Maniacs y Pink Flamingos había mucha censura y no podías hacer nada en el cine. Ahora cualquier película de Hollywood puede hacer lo que hacíamos nosotros, así que no tiene sentido hacerlo. Para mí la mejor película que hice fue Mamá, asesina serial (Serial Mom): es la que está mejor dirigida, editada y actuada. Lo principal que no cambió en mi trabajo es el sentido del humor. La razón por la que tal vez funcionaron Multiple Maniacs y Pink Flamingos es porque se veían tan mal, casi parecían una snuff movie (película que retrata un crimen real). Pero no era a propósito, ¡es que no sabía cómo hacerlas bien! Por supuesto que eso no lo pude decir hasta que pasó algún tiempo.
–¿Siempre te interesó llegar a un público amplio?
–Sí, siempre pensé comercialmente. Leo Variety desde los 14 años. Tenés que conocer el negocio y saber cómo hacer para que vean tus películas. Por algo se le dice show business (negocio del entretenimiento) y no show art. Siempre hice campañas publicitarias, pensé en buenos títulos, lo que fuera para convencer a la gente de que fuera ver mis películas. No tenía dinero para hacer la publicidad así que me convertí a mí mismo en el medio para conseguir publicidad gratis, haciendo charlas y espectáculos en universidades porque así podíamos atraer al público.
–¿Cuál es el valor del buen "mal gusto"?
–El buen "mal gusto" te hace reír y te obliga a considerar distintos puntos de vista al tuyo. Este año fui a Graceland, la casa de Elvis. Cuando fuimos hace cuarenta años con mis amigos y éramos todos unos locos hippies nos reímos de lo horrible que era, con las alfombras verdes y los muebles modernos. Ahora sigue siendo lo mismo pero estaría en la portada de la revista Architectural Digest. La diferencia entre el buen gusto y el mal gusto es el tiempo.
–¿Qué es hoy el mal gusto?
–El mal gusto es esforzarse demasiado. En Hollywood ahora gastan millones de dólares en hacer comedias de "mal gusto" que no son graciosas. Es fácil ofender y shockear, lo que es difícil es hacer algo nunca visto. Decidimos hacer esa última escena de Pink Flamingos (aquella coprofágica de Divine) porque se nos ocurrió que no había aún una ley que nos lo impidiera, pero ¿por qué haría alguien algo así? Te hacía reír de cuáles eran los límites o cuáles son tus límites de lo que puedes considerar gracioso. El humor siempre está buscando los límites, la línea entre lo que te hace llorar y lo que te hace reír. Para mí el humor es político siempre, se trata de qué tan lejos podés llegar saliéndote con la tuya. Siempre hice eso y creo que logré filmar esas cosas porque nunca fui malintencionado. Ser malo puede ser gracioso por quince minutos, pero después cansa.
–¿Hay algún cineasta en cuyo cine te ves reflejado?
–Creo que la persona que se acercó más al cine que hago es Johnny Knoxville con las películas de Jackass. Soy un gran fan de Todd Solondz, de Pedro Almodóvar, de Gaspar Noé y de Lars Von Trier. Aún me gustan las películas más artísticas. No veo films de superhéroes porque ni siquiera podría saber si son buenas o no: hay algunos géneros que no entiendo. Nunca voy al cine durante el verano en los Estados Unidos porque son todas películas de miles de millones de dólares hechas para China. No tienen estrellas ni diálogos: sólo efectos especiales. Parecen un proyecto científico en lugar de una película.
–¿Qué tan importante es observar los horrores de la vida cotidiana?
–Es la razón por la que todavía vivo en Baltimore. Tengo un departamento en Nueva York y otro en San Francisco, pero en Baltimore puedo observar mejor la vida cotidiana. Soy un espía, me encanta escuchar las conversaciones ajenas y mirar a la gente. Los aeropuertos son los mejores lugares para hacerlo. Nunca entendí a quienes dicen que se aburren, ¿cómo podés aburrirte cuando lo único que tenés que hacer es salir y observar el comportamiento humano?
Más notas de Johnny Depp
Más leídas de Espectáculos
“La vida es más dura que la ficción”. Thelma Biral: por qué dejó Brujas, la extraña enfermedad que la aqueja y el amor que no pudo ser
Una temporada fugaz. El reality de parejas conducido por Alejandro Fantino finalizó sin cubrir las expectativas de público
En su primera visita a la Argentina. El joven prodigio del violín que cautivó a Plácido Domingo y sueña con tocar con todos los grandes
De no creer. El increíble cambio de Emma Vich a cuatro meses de la final de Gran Hermano