Joaquín Sabina: cuáles son las revelaciones de Sintiéndolo mucho, el documental que se filmó durante 13 años
Dirigida por el exprimentado cineasta madrileño Fernando León de Aranoa, la película llega a los cines argentinos luego de su estreno en España; este viernes podrá verse en los cines y desde el 31 de marzo estará disponible en Star+
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¿Es un Joaquín Sabina auténtico el de Sintiéndolo mucho? Claro que sí. La película del madrileño Fernando León de Aranoa lo pinta de cuerpo entero, con su brillo y sus flaquezas, funciona como un retrato fiel y noble que, sin perder la calidez, también exhibe la vulnerabilidad y las inseguridades de un personaje muy singular.
Lejos de acomodar su discurso para sintonizarlo con las demandas de la época, Sabina habla en esta película que llega este viernes a los cines de Argentina con naturalidad y desprejuicio, con el prisma más común entre la gente de su generación. Hoy más que nunca no suele quedar del todo claro si los personajes públicos cuyas declaraciones se ajustan perfectamente al canon de corrección política dicen la verdad o mienten. El riesgo de la hipocresía está casi siempre latente. Entonces resulta novedoso, y además valioso, que alguien suene creíble. La trayectoria del cineasta que dirige la película (Barrio, Los lunes al sol, El buen patrón) también es un aval, él se ha ganado una credibilidad de la que podría presumir con una obra rigurosa de marcado contenido social y alto voltaje emotivo.
Contra viento y marea, Sabina asegura en el documental que “las grandes obras están escritas por borrachos, drogadictos y pendencieros”, que “el amor tóxico da unas canciones cojonudas” y que “el tango tiene todo lo que a mí me gusta: el arrabal, los malevos, los cuchillos y las putas”. Es un Sabina sin filtros, con mucho sentido del humor (“Siempre me propuse envejecer sin dignidad, y creo que lo estoy consiguiendo”, dice también) y del que se revelan algunas facetas íntimas no del todo conocidas, por ejemplo el pánico escénico que lo ataca más seguido de lo que él pretendiera, antes de muchos conciertos.
Esos grandes momentos que León de Aranoa consiguió registrar son el resultado de trece años de trabajo, una especie de conversación larguísima entre el director y un protagonista cuya vida vertiginosa sufrió unos cuantos cambios en todo ese tiempo. Aunque hay material de toda su carrera, que ya suma más de cuarenta y cinco años, el Sabina de este documental es sobre todo el de la etapa de su productiva sociedad con Serrat -iniciada allá por 2007 con una extensa gira y el disco en vivo Dos pájaros de un tiro-, el que está más cerca de este presente otoñal en el que permanece sentado en casi todos los conciertos que da, como vio el público que llenó el Movistar Arena para acompañarlo y seguramente verán los que tengan entradas para el resto de las fechas en ese mismo estadio, los días 21, 23, 25 y 27 de marzo.
La salud ha sido siempre un asunto complicado en la vida de Sabina, un aficionado irreductible al tabaco y el alcohol que en la película aparece muchas veces carraspeando, lidiando con los problemas de una voz aguardentosa que hace tiempo es de todos modos una señal de identidad. Como muchos otros artistas (Bob Dylan, el Polaco Goyeneche), el español tuvo que encontrar un estilo interpretativo amoldado a sus posibilidades y lo logró: el Sabina que tenemos en la memoria reciente es el de esa entonación de taura que domina tan bien, como prueban también algunos pasajes del documental donde aparece cantando informalmente, fuera del escenario.
En rigor, León empezó a seguir los pasos de Sabina en 2009, cuando el cantautor nacido en Úbeda, una ciudad del sur de España que hoy apenas supera los 30 mil habitantes, se unió al poeta Benjamín Prado para escribir el disco Vinagre y rosas. Y de todo el material que filmó, que es mucho, hizo una selección muy ajustada que no está presentada en orden cronológico, algo que le sirvió para dinamizar el relato, para liberarlo de las ataduras comunes de una biografía al uso y volverlo ágil, entretenido.
Nunca hubo guión, y la decisión fue un acierto, dado el perfil de un protagonista que difícilmente hubiera podido someterse a alguna rutina demandante. El guión es la propia vida de Sabina en estos años, un guión imaginario y lleno de peripecias que parece escrito por un autor con la mente afiebrada. Sabina editó discos, hizo decenas y decenas de shows en vivo, debutó en Estados Unidos, publicó libros, recibió premios, siempre con un cigarrillo y un vaso de whisky, cava o cerveza a mano. En el inicio de la película le ruega a León de Aranoa que no la empiece con la escena de su accidente, una de sus pocas sugerencias, según cuenta el cineasta: “Coño, Fernandito, no me jodas, no irás a empezar la película con la hostia que me di, ¿no?”.
El momento del accidente en el imponente WiZink Center de Madrid, el 12 de febrero de 2020, cuando estaba presentándose otra vez con Joan Manuel Serrat, es uno de los más impactantes de la película: por el riesgo que corrió la vida del artista al caerse del escenario y porque León de Aranoa tomó una muy buena decisión para sintetizar el dramatismo de esa instancia: en lugar de repetir la imagen que circuló muchísimo en los medios y en las redes sociales para incentivar el morbo, eligió mostrar a la multitud enmudecida que durante quince minutos vivió una tensa incertidumbre montada alrededor del estado de salud de su ídolo.
El otro fragmento fuerte de la película es el de la cornada que sufrió José Tomás en la Plaza de Toros de Aguascalientes, México. Sabina estaba de gira por ese país, fue a ver la performance del famoso torero madrileño y presenció de primera mano ese impresionante suceso. Tuvo que dar un concierto en esa misma jornada, y en la película se lo ve en la trastienda, en la previa a salir a escena, nervioso y angustiado. Como también se lo nota tomado por la emoción cuando visita el lugar donde nació, Úbeda, donde lee a viva voz unos versos escritos por su padre y luego se lamenta: “Uno de los nubarrones que llevo en el alma es que cuando empecé a tocar en sitios grandes, mi padre estaba con Alzheimer y mi madre muy enferma. Murieron enseguida. No pudieron disfrutar del éxito del niño, y lo habrían disfrutado como locos”.
Ni siquiera la adoración que le profesan sus fans lo hace ganar seguridad: “No sé si me siento un Dios, un gilipollas o, tal vez, un Dios gilipollas”, explica cuando se refiere al tema. Es una más de las tantas confesiones teñidas de ironía que Sabina desparrama a lo largo del documental, como la que revela sin censuras el estado en el que se encontraba cuando grabó 19 días y 500 noches, disco de 1999 producido por un argentino (Alejo Stivel, cantante y fundador de Tequila, que pronto estará en el Bafici porteño presentando un documental sobre esa banda legendaria en España) y que vendió medio millón de copias: “Fueron sesiones de tres días sin dormir y con mucha coca”, cuenta Sabina. Cerca de él siempre está “la Jime”, como llama cariñosamente el músico a Jimena Coronado, su pareja y fotógrafa peruana que conoció en 1994.
Ya en el final, Sabina pelea contra él mismo en la grabación de “Sintiéndolo mucho”, la canción que escribió con Leiva especialmente para este documental. “Muchos creyeron que me habían amortizado / Cuando viajé del WiZink Center en camilla al hospital / Con los dedos del Serrat entrelazados / Devolviéndome las ganas de cantar / El pan de ayer no es un buen postre para hoy / Mañana lunes es momento de inventarse y apostar / Ya que Fernando me ha pintado en esta peli tal cual soy / Un tahúr que no se cansa de arriesgar”, canta antes de amenazar con “tomar una decisón grave” luego de escucharse con “la voz muy rota”, como él mismo describe durante la pausa que se toma en el estudio “para fumar un cigarrito”.
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