Jason Reitman: los próximos Oscar, la vuelta de Trump y el futuro del cine; “En este momento, nadie sabe cómo ver una película”
El director de Amor sin escalas y La joven vida de Juno, que está en Mar del Plata presentando su nueva película sobre los orígenes del programa de TV Saturday Night Live, habló también del futuro del cine y la próxima fiesta del Oscar
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MAR DEL PLATA.- “Todos sabemos lo que pasa cuando llega la inevitable hora de que empiece un show y cada uno debe ocupar su lugar. Saturday Night Live me parece el lugar perfecto para contar esa historia”. Aunque nació en Montreal el 19 de octubre de 1977, Jason Reitman dice que conoce muy bien todo lo que se siente en una gran jornada inaugural como la que dos años antes, casi para la misma fecha, quedó grabada para siempre en la historia de la televisión mundial.
Cuatro veces nominado al Oscar, reconocido por su talento para narrar historias de pequeños grandes desafíos cotidianos con personajes que se preguntan todo el tiempo por sus propios límites y cómo superarlos, Reitman llegó este año como invitado estelar del Festival de Cine de Mar del Plata para acompañar la presentación, dentro de la competencia oficial internacional, de Saturday Night, su más reciente trabajo como guionista y realizador.
El director canadiense acompañó el viernes la primera proyección de la competencia en la sala más grande de la muestra, el Teatro Auditorium, con una presentación previa y un momento de preguntas y respuestas al final. En la tarde del sábado, sobre el escenario de una pequeña sala del mismo complejo teatral, dialoga con LA NACION poco antes de dejar sus huellas junto a la actriz española Paz Vega en el Paseo de la Fama ubicado junto a la entrada del hotel Hermitage.
Todo lo que cuenta la película ocurre en tiempo real. Es la crónica de la hora y media previa al estreno del primer programa de Saturday Night Live (SNL), uno de los grandes hitos de toda la historia de la TV estadounidense y, todavía más, el lugar del que surgieron a lo largo del último medio siglo los mejores comediantes de las últimas décadas. Algunos de ellos (Chevy Chase, Billy Crystal, Dan Aykroyd, Garrett Morris y los fallecidos Gilda Radner, Andy Kaufman y John Belushi) aparecen personificados por notables actores de las nuevas generaciones.
Pero el gran protagonista de una historia que está por cumplir medio siglo y todavía perdura con fuerza extraordinaria cada sábado en la misma pantalla de origen (la cadena NBC) es su creador, alma mater y productor hasta el día de hoy. “Lorne Michaels es único por dos razones. Una, porque es brillante. Dos, porque entendió como nadie que necesitaba un equipo y un espacio para crecer y evolucionar con sus ideas. Hay nada más que dos piezas de este barco que partió hace 50 años que sigue allí funcionando como el primer día. Una es el edificio de la NBC. La otra es Lorne Michaels”, dice Reitman sobre su película, cuyo estreno en los cines argentinos (después de pasar por el festival marplatense) todavía no está confirmado.
-Lo que más impresiona de la película es cómo se muestra a partir de un trabajo meticuloso y muy detallado de puesta en escena un verdadero caos lleno de momentos de pura improvisación. Y todo en tiempo real.
-Esta película está pensada como un musical. Tiene su propia coreografía, transcurre en una sola locación, como suele pasar en los musicales, y la gente se mueve como si estuviera en un número bailable. Los diálogos funcionan como las letras de las canciones. ¿Vio esos musicales con intérpretes que cantan temas distintos al mismo tiempo? Es eso.
-Imagino que debió haber un extenso trabajo de preproducción para conseguir ese objetivo.
-Empezamos varios meses antes del rodaje a elaborar y ensayar cada movimiento en estudios, como en un teatro. Construimos una experiencia completa de 360 grados. Hubo referencias muy específicas para marcar los movimientos de cada actor. Todo lo escribimos primero en el papel. Cada pasillo, cada escalera, cada ascensor, cada oficina o habitación del decorado pasaron primero por mi cabeza. Luego, en el estudio, registramos cada plano. Antes del rodaje ya teníamos prácticamente la película lista, imagen por imagen, en videos, en fotos, en tomas previas.
-Usted comentó en la presentación que la música fue escrita e interpretada en el mismo set, no antes, por Jon Batiste.
-Sí, y gracias a eso tuvimos la música lista antes de entrar a la isla de edición. Esa música se convirtió por la misma razón en el latido más profundo de la película.
Una experiencia alegre
-¿Cómo fue el vínculo con las figuras reales que formaron parte de esa historia inicial del programa? ¿Se interesaron en la película?
-Pudimos entrevistar a todos. Literalmente. A cada uno de los actores, autores, guionistas y miembros del equipo original del programa que siguen con nosotros. A Lorne Michaels, A Rosie Schuster, a los diseñadores de producción, a los vestuaristas, a los integrantes de la banda. Hasta el último minuto estuvimos en eso. Todos hicieron su aporte. Cada uno tiene su propia historia, pero cuando confluyen y se suman es cuando aparece algo especial: la química, la electricidad, el romance. Sentirse parte de ese círculo a partir de lo que nos contaron fue algo muy grande para mí.
-La historia de SNL es riquísima. ¿Pensó hacia adelante en la posibilidad de contar algún otro capítulo de una historia que lleva ya 50 años?
-Sí, lo pensé. Primero porque hacer esta película fue la experiencia más alegre de toda mi vida en un rodaje. Y después porque hay momentos muy lindos para contar. Una película sobre SNL en 1985, otra en 1995. El nacimiento de Eddie Murphy, de Will Ferrell, de Adam Sandler. Hay un montón de historias a la vista. Veremos.
-¿Cuál es el legado de este programa?
-SNL definió la comedia americana de los últimos 50 años y fue el lugar de nacimiento de algunos de los actores más importante del mundo. No creo que haya otro show igual.
“[...] En el fondo, no sabemos por qué contamos historias. Dirigir y escribir son tareas instintivas que siempre nacen del corazón, nunca del cerebro”
-Hablando de legados, usted se resistió durante mucho tiempo a hacer películas conectadas con la ilustre historia en el cine de su padre, Ivan Reitman. Pero en un momento dijo “sí” y se convirtió en el director nada menos que de una película de los Cazafantasmas.
-Hice Ghostbusters: el legado como una carta de amor a mi padre y también porque en el fondo quería hacer una película con él. Fue una experiencia extraordinaria. Fuimos juntos al set cada día, vimos la película juntos por primera vez y cuando nos tocó hacer la gira mundial para promocionarla me tocó presentar a mi padre cada día y ver cómo el público lo aplaudía y lo saludaba. Fue una de las mejores experiencias de mi vida.
-Volviendo a Saturday Night, allí aparecen algunas de las constantes de su obra como cineasta. Por ejemplo, cómo reaccionan las personas frente a los desafíos más grandes que les toca enfrentar.
-Nunca lo pensé de esa manera. Pero esas cosas suelen surgir después de que hablo con los periodistas. Cada vez que lo hago necesito una sesión de terapia.
-¡No me diga! ¿Por qué?
-Porque en el fondo no sabemos por qué contamos historias. Dirigir y escribir son tareas instintivas que siempre nacen del corazón, nunca del cerebro. Nos preparamos para tratar de responder preguntas que ni siquiera nos planteamos. Por eso, cuando me siento con alguien y escucho cómo interpreta mi trabajo empiezo a preguntarme de verdad qué quise hacer exactamente. Y ahí empiezan los problemas [risas].
-¿Y qué es lo que más le interesa de la experiencia humana cuando cuenta historias en el cine?
-Me interesan mucho más los grises que el blanco y el negro. Me atrae mucho conectarme con la gente que tiene vidas complicadas. Y preguntarme sobre el propósito de la vida. En Amor sin escalas, el personaje protagónico se dedica a juntar millas. ¿Por qué lo hace? Tal vez en 20 o 30 años consiga alguna respuesta.
-Usted representa a los directores en el Board of Governors, la junta directiva de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. ¿Qué tiene para decir desde ese lugar sobre la actualidad del cine y de una industria que usted conoce casi desde la infancia?
-Es un momento muy interesante para el cine, derivado de dos cuestiones fundamentales: el Covid y el streaming. En este momento nadie sabe cómo hay que ver una película. Pero mi corazón sigue pensando que ir al cine es fundamental. No solo por el tamaño de la pantalla o por el sonido, sino porque el cine es uno de los pocos lugares que nos quedan donde se sientan juntas personas que piensan y sienten cosas distintas para reír y llorar al mismo tiempo. La química que se siente en un cine no se compara con ninguna otra. Eso es maravilloso. Y mi tarea en la Academia es poner la mayor energía para sostener la experiencia de seguir viendo cine en el cine.
-¿Intuye algún peligro o amenaza?
-Siento que está por llegar una revolución cultural que va a cambiar todo, y por supuesto también nuestra actividad. A esa crisis nos vamos a enfrentar en los próximos diez años. Por eso, mantener esa comunión con un montón de extraños frente a la pantalla en un cine tiene valor no solo como negocio, sino ante todo como un hermoso ejercicio de conexión humana.
-La próxima ceremonia del Oscar tendrá este año como anfitrión a un debutante como Conan O’Brien y se hará el 2 de marzo próximo, cuando ya Donald Trump haya asumido su segundo mandato presidencial.
-Conan es la voz perfecta en este momento para conducir el Oscar. Es brillantemente divertido y va a lograr que todos los que participen de la ceremonia se sientan juntos. En cuanto a lo otro, no voy a hablar de la política de Estados Unidos. Tengo demasiado roto el corazón como para hacerlo.
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