Janet Gaynor, primera ganadora del Oscar
Cuando el 16 de mayo de 1929, en el Roosevelt Hotel de Los Angeles, Janet Gaynor recibió, ante unas doscientos cincuenta personas, el premio de la flamante Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, la estatuilla aún no tenía nombre y ella ignoraba, además de la trascendencia del hecho, que estaba estableciendo un récord que conservaría durante casi sesenta años. "Era más o menos como una palmadita en la espalda en una reunión de amigos -evocó la actriz casi medio siglo después-; una especie de fiesta privada llena de caras famosas. Y en realidad, para mí, lo más emocionante de esa noche no fue recibir el premio sino conocerlo en persona a Douglas Fairbanks y que fuera él quien me lo entregara."
Con el paso del tiempo, la reunión de amigos se convirtió en una ceremonia pública, la estatuilla ganó un nombre, Oscar, y Janet Gaynor se aseguró un lugar en la historia: fue la primera actriz que lo recibió y permaneció hasta 1986 (cuando lo ganó Marlee Matlin por Te amaré en silencio ), la que lo hizo a edad más temprana; tenía 22 años, ya que había nacido el 6 de octubre de 1906, hace ahora un siglo. Y apenas 20 o 21 cuando filmó las tres películas por las que fue distinguida: El séptimo cielo , Amanecer (o La canción de dos almas ) y El ángel de la calle , todas de 1927. La chica nacida en Filadelfia, que había tenido el sueño de aparecer en el cine desde que se instaló en Los Angeles recién egresada de la escuela secundaria, había tenido la paciencia suficiente para esperar su oportunidad. Mientras trabajaba como vendedora en una zapatería donde ganaba 18 dólares por semana, se las arregló para conseguir ínfimos papelitos en películas de largometraje o cortos de comedia. Y bastó que le confiaran un personaje protagónico en un film catástrofe de Irving Cumming ( The Johnstown Flood , 1926) para que los productores de Hollywood advirtieran que, además del bello rostro, la enrulada cabellera castaña y los expresivos ojazos, había en ella una rara mezcla de dulzura, inocencia, vulnerabilidad y carácter, de modo que ese mismo año animó los personajes centrales de otros cuatro films, hoy olvidados. En cambio, algunos de los que interpretó el año siguiente son los responsables de que el nombre de Janet Gaynor resulte todavía familiar para cinéfilos memoriosos o interesados en la historia. Uno - Amanecer, de F.W. Murnau- porque aún figura entre las obras maestras dadas por el cine; el otro - El séptimo cielo, de Frank Borzage-, porque fue un formidable éxito popular. En los dos mostró Janet Gaynor que podía, como ninguna otra actriz de su época, hacer vibrar la pantalla con la emoción del amor más franco y más desinteresado. Poco importaba que no pudiera hacer oír su voz: la luminosa plenitud de quien es capaz de darlo todo por un sentimiento al que no se creía merecedora se volvía transparente en cada mirada suya, en cada gesto, en cada postura. Podía ser la pobre chica rescatada de la calle por un hombre de modos rudos y corazón sensible que trabaja en las alcantarillas y la lleva a vivir en su buhardilla de Montmartre, el lugar al que llaman su séptimo cielo, o la fiel campesina que a punto está de ser abandonada (y aun asesinada) por su marido, seducido por una vamp de la ciudad en el primer film norteamericano de Murnau, al que algunos han calificado de "la última joya del cine mudo alemán".
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Con Charles Farrell, el galán de El séptimo cielo y El ángel de la calle, superó la dura prueba del ingreso en el sonoro (su voz encantadora le abrió incluso las puertas del musical en Sunny Side Up ) y formó una de las parejas más celebradas del Hollywood de los treinta (en el 34, Janet se convirtió en la actriz más taquillera). Pero los desacuerdos con la Fox respecto de los papeles que el estudio le ofrecía la hicieron buscar otros rumbos. Hizo entonces la primera versión de Nace una estrella (William Wellman, 1937), al lado de Fredric March y volvió a ser candidata al Oscar, que esta vez fue a parar a las manos de Luise Rainer. Y tras otra comedia para David O Selznick, Jóvenes de corazón (Richard Wallace, 1938), se casó con Gilbert Adrian, el más cotizado diseñador hollywoodense de la época, anunció su retiro y se fue a vivir al Brasil.
Sólo regresaría muchos años después para aparecer en algunos episodios de series de TV ( El crucero del amor , entre otras) y para encarnar a la madre del protagonista en un film puesto al servicio del entonces muy popular Pat Boone, Bernardine (Henry Levin, 1957). Murió en 1984, no sin antes volver a exhibir sus dotes artísticas como pintora (sus obras fueron exhibidas en Nueva York en 1975) y como actriz, en una breve temporada teatral donde animó a la protagonista de Harold and Maud .
Otro sentimental como ella, Charles Chaplin, la llamó "la actriz más grande de la pantalla" después de verla en El séptimo cielo . Probablemente no lo fuera, pero bien merece que se la recuerde.