Isla de perros: Wes Anderson, tan sublime como popular
Isla de perros (Isle of Dogs, Estados Unidos/Alemania, 2018) / Dirección: Wes Anderson / Guion: Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman, Kuichi Nomura / Fotografía: Tristan Oliver / Edición: Edward Bursch, Ralph Foster / Música: Alexandre Desplat / Distribuidora: Fox / Duración: 101 minutos / Calificación: Apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: excelente
El texano Wes Anderson es uno de los autores claves del cine contemporáneo. Isla de perros es una de sus grandes películas, una que no puede definirse como consagratoria porque Anderson es un cineasta consagrado desde hace dos décadas. Que haya mucho público que concurre al cine de manera regular que quizás no identifique su nombre y su cine habla más del estado alarmante de los vasos comunicantes del cine con el público contemporáneo que de la importancia del cine del director. Anderson, además, reafirma que está en un momento especial, en algo así como una segunda plenitud, iniciada con El Gran Hotel Budapest. Tanto en esa película de 2014 como en Isla de perros el director se sale con decisión del presente, o de ese mundo suyo un poco fuera del mundo pero, de alguna manera, con aires de contemporáneo.
El Gran Hotel Budapest transcurría en la década del 30 del siglo XX, e Isla de perros en un futuro cercano, en una suerte -o desgracia- de distopía signada por un régimen populista y autoritario que decide enviar a todos los perros de Japón a una isla. El relato se centra en un chico, su perro y sobre un grupo de perros en esta nueva sociedad de canes aislados.
De todos modos, como pasa con las grandes películas de los grandes autores, el tema y el argumento son las bases para desplegar una forma de entender el cine, un modo personal de transmitir una personalidad artística.
Las películas de Wes Anderson son inconfundibles: sus nociones convencidas y convincentes -y muchas veces simétricas- sobre el plano, sus bandas sonoras sofisticadas, la melancolía infinita como mar de fondo, pero sabia y rítmicamente cortada por un humor sardónico -una paradoja andersoniana insoslayable-, el diseño como derecho humano (y perruno, en este caso) primordial y una serie de coordenadas que nos ofrecen un mundo propio que este cineasta único busca compartir con un público que debería ser cada vez más amplio.
La noble y centenaria promesa del cine como arte sublime con posibilidades de ser popular -que no, claro, no es lo mismo que masivo- tiene en la Isla de perros de Wes Anderson un ejemplo ineludible. Y sí, esta es una película con múltiples referencias a la cultura japonesa y al cine japonés y está exquisitamente animada (la segunda en la carrera del director) en stop motion.
Y, además, está también animada por el alma superior del cine perdurable.
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