Nacida en Cataluña y convertida en ciudadana del mundo, Isabel Coixet ha construido a lo largo de su carrera un cine de mujeres en movimiento. Personajes que desafían normas y limitaciones, que conquistan su propia independencia a fuerza de empuje y tesón. Con una perfecta alquimia entre intimidad y trascendencia, sus películas han cruzado el mundo, han hablado todos los idiomas, han llegado a todos los públicos. Su último largometraje, La librería, basada en la novela de Penelope Fitzgerald, cuenta la odisea de una mujer que intenta cumplir el sueño de tener una librería en un pequeño pueblo de la Inglaterra de los 50. Ganadora de tres premios Goya (película, dirección, guion adaptado) y protagonizada por Emily Mortimer , Patricia Clarkson y Bill Nighy , la última aventura de Coixet conjuga el intenso retrato de soledades y anhelos con una aguda mirada sobre la época, capaz de explorar con lucidez una sociedad regida por tradiciones e hipocresías en las puertas de una transformación cultural. Firme y apasionada como la de sus personajes, su voz recorre su trabajo como directora, da vida a sus propios dilemas como artista, y sugiere los deseos que se albergan detrás de cada uno de sus proyectos.
–¿Cómo nace el interés por adaptar la novela de Fitzgerald y cómo fue el proceso hasta llevarla al cine?
–Leí la novela hace ya diez años y me fascinó. Era una autora a la que no conocía y luego, a raíz de eso, leí casi todo lo que publicó en su vida. Me gustó esa apariencia de simplicidad que tenía la trama, esa sensación de que todo es sencillo mientras que detrás se agita un mar profundo, de una complejidad increíble. Y me atraía también cómo un pequeño sueño como el de abrir una librería podía llegar a convertirse en una pesadilla, como algo que podría ser bueno para todo el mundo por esas cosas de la banalidad del mal se transforma en algo tremendo. Es verdad que a la hora de adaptar la novela hice varios cambios, siempre con la autorización de los herederos de Fitzgerald. No obstante, creo que la película respeta mucho el espíritu de la novela, aunque hay situaciones, personajes e incluso la resolución final que son diferentes. Luché mucho, durante mucho tiempo, por llevar la novela al cine. Tal vez si se tratara de cuatro superhéroes que quieren salvar al mundo seguro sería más fácil, pero sobre una mujer que quiere abrir una librería, no tanto. Aunque también el desafío de Florence (Emily Mortimer) no deja de parecerse a la misión de una superheroína.
–¿Sentís una particular cercanía con el personaje de Florence?
–Tengo una afinidad particular sobre todo porque yo siempre he soñado con tener una librería. Nunca lo he hecho y, cuando he tenido la oportunidad, no me he atrevido. Como en la película, creo que esa labor implica una gran responsabilidad y es de esos sueños que, por los menos en mi caso, han de mantenerse como una ilusión. Pero es cierto que me identifico mucho con este personaje, pienso que en las mismas circunstancias, en la misma época, probablemente me hubiera pasado lo mismo. Creo que hay cosas en Florence de obstinación, de tozudez, incluso de cierta ingenuidad, con las que me siento representada. Yo he sentido que en ocasiones peco de cierta ingenuidad, de no medir las consecuencias de los actos.
–Hay referencias literarias en la película que implican cierta ruptura para la época: la figura de Ray Bradbury, el fenómeno Lolita. ¿Sentís que representan algo del quiebre que supone Florence para con esa comunidad rígida y puritana?
–Sí, de hecho mientras Lolita estaba mencionada en la novela original, no se hacía referencia alguna a Ray Bradbury. En la novela de Fitzgerald no se mencionan demasiados libros, así que yo decidí incluir autores y novelas que eran de la época y que para mí representaban libros de aprendizaje. Por ejemplo, Farenheit 451 fue, en su momento, una novela absolutamente rupturista, fue una de las primeras distopías que afirmaba el estilo de un autor que todavía hoy sigue siendo subvalorado. Por eso a mí me interesaba incluir ese libro, porque es el que menos te esperas en ese entorno literario británico de los años 50. Luego, es evidente que Fitzgerald admiraba profundamente a Nabokov y la presencia de un libro emblemático como Lolita es significativa. De hecho, los ejemplares que aparecen en la película son los de la primera edición en Inglaterra, que se publicó tres años después de que el libro se editara en otros países. El libro estaba prohibido, de hecho estaba prohibido hasta imprimirlo, por ello los ejemplares se traían de Francia. Por ello si bien Florence siente que Lolita es un buen libro, necesita consultar con el señor Brundich (Bill Nighy) si él cree que va a ser entendido y aceptado por los habitantes del pueblo. Entonces él le responde con una frase que me parece clave para la película: "A veces entender las cosas hace que la mente se vuelva perezosa".
–De alguna manera la presencia de esos autores y de esos títulos, sobre todo aquellos que no están en la novela, acentúan la incomodidad que genera la figura de Florence y su librería en ese lugar.
–Sí, de hecho, su disputa con Violet Gamart (Patricia Clarkson), la representante de las fuerzas vivas de la comunidad, no se reduce al destino que debe tener una edificación histórica como The Old House, donde Florence instala la librería, sino que representa una lucha intelectual. Para Violet, Lolita inicialmente representa la posibilidad de la ruina de la librería: cree que Florence va a encargar muchos ejemplares y que luego no van a ser vendidos. El éxito del libro pone al descubierto su manipulación y revela la hipocresía y la doble moral reinante en la sociedad de ese tiempo.
–Con respecto a la puesta en escena, es interesante que, casi siguiendo una constante en tus personajes femeninos, la vemos a Florence en permanente movimiento. Camina por la playa, por el bosque, por las calles del pueblo, como una forma de resistencia a esa inmovilidad que parece definir a su entorno.
–Para mí era muy importante ese movimiento. En general, en todas mis películas, los personajes femeninos caminan mucho, pasean mucho, piensan mucho. Ese caminar permanente también es el momento de estar con uno mismo. Yo creo que uno de los interrogantes que plantea la película es qué es lo que pasa cuando uno ha vivido una vida de soledad. Porque la soledad es muy cómoda y, cuando uno se acerca a los demás, los demás muerden y pinchan, destrozan tu equilibrio. Podríamos decir que el infierno son los otros.
–En ese sentido, ¿la librería podría pensarse como una película sobre los vínculos, sobre las relaciones que establece Florence y que paulatinamente la sacan de esa soledad inicial asociada con la viudez?
–Sí, relaciones que establece con Christine (Honor Kneafsey), la niña, con el señor Brundish… Yo creo que ella ha vivido una vida muy protegida, habitada por los libros y por el fantasma de su marido. Y que es en el momento en el que ella se decide a realizar algo que nace de un sueño propio, aun compartido con su marido, cuando quiebra esa especie de burbuja en la que ha permanecido. Cuando empiezan los problemas pero también otra vida, otra verdadera vida.
–Antes de que los roles femeninos cobraran creciente importancia, como en el último tiempo, tus personajes femeninos ya escapaban a las definiciones convencionales, a roles como el de madre o esposa.
–Sin generalizar, son mujeres que trabajan, que estudian, que son independientes, sobre todo que son independientes. Saben estar solas, no les asusta la soledad. A Florence solo la amenaza la soledad cuando implica la pérdida de sus sueños. Yo creo que a mí me costaría hacer una película sobre alguien que no trabaja para vivir, y de hecho cuando he filmado la historia de una mujer rica es una mujer que se aventura sola hacia el Polo Norte (Nadie quiere la noche). Si bien ahora existen más mujeres protagonistas de películas, a mí lo que me hará feliz es cuando haya más mujeres gobernando al mundo. Pero es cierto que la representación es importante, los referentes son necesarios, tenemos que crear películas que enseñen a las niñas que pueden ser lo que quieran ser.
–¿Cómo trabajás los personajes con los actores? Hay algunos que son recurrentes en tus películas, como Patricia Clarkson.
–A Patricia le ofrecí este papel porque ella siempre se quejaba de que nunca había hecho de mala, mala. Entonces pensé que iba a ser la actriz perfecta para el papel de Violet, se lo ofrecí y enseguida aceptó. En el caso de Emily (Mortimer), era una actriz que siempre que la veía pensaba "Hay algo que me gusta en esta mujer, en este rostro, en esta voz". Quería trabajar con ella y tenía la intuición de que nos íbamos a entender. Sabía que su padre había sido un escritor muy famoso (John Mortimer), que ella había crecido rodeada de escritores, y sentía que era un mundo que le interesaba. Ofrecer un personaje a un actor siempre es seguir una corazonada, tratar de descifrar si va a poder encarnar lo que tú tienes en la cabeza. Pero con Emily enseguida nos entendimos y eso fue importante, porque el personaje de Florence es un personaje muy difícil. Encarnar a una buena persona y hacerla interesante a veces es el mayor de los desafíos. Y en el caso de Bill Nighy, siempre me pareció un actor maravilloso. Lo había visto en papeles cómicos pero algo en su rostro me decía que podía interpretar a la perfección a este eremita. Creo que tiene una economía de gestos ideal para representar a este hombre que decidió vivir rodeado de libros y sin hablar con la gente. Emily y Bill tienen una manera de estar juntos, de compartir en silencio momentos como la ceremonia del té, que da placer verlos. La gente siempre habla de química entre los actores y eso en general es difícil de prever, esas cosas ocurren pero en realidad siempre te guías por intuiciones que solo se confirman cuando los tienes a los dos en la misma escena.
–¿Cómo combinás proyectos personales, que nacen de tus deseos u obsesiones, con financiamientos y elencos internacionales?
–No lo sé, creo que las cosas se fueron dando así. Incluso los proyectos por encargo que he realizado, sobre guiones ajenos, siempre se correspondieron con mis intereses, siempre encontré una forma de apropiármelos. He tenido proyectos demorados muchos años pero nunca me he resignado. Soy una directora cuya única virtud es la perseverancia, insistir en las cosas hasta que se concretan. Hay proyectos que parece que van a salir, luego se cae el financiamiento, luego consiguen levantarse nuevamente, y yo siempre estoy ahí, como una roca, insistiendo y empujando hasta el final.
–¿Y tu participación es en todos los aspectos de la gestación de una película, desde el guion hasta la elección de actores y locaciones?
–Es que es lo más divertido. Me gusta estar involucrada en todos los aspectos de la película porque así es como más disfruto. Incluso hago la operación de cámara en el rodaje. Yo siempre digo que cuando he filmado el guion de otro, me he divertido menos porque he tenido que negociar. Cuando tenés que pactar con mucha gente te aburres porque es demasiado gasto de energía.
–¿Cómo es tu relación con el cine español?
–Hay varios cineastas españoles con los que tengo ciertas afinidades, como por ejemplo Pablo Berger (Blancanieves), con el que siempre que coincidimos hablamos mucho y nos entendemos muy bien. También tengo cercanía con cineastas de otros países, como Cédric Kaplish de Francia. En el cine argentino, hay muchos cineastas a los que admiro, pero también por vínculos personales. Por ejemplo, soy muy amiga de Julia Solomonoff, me gusta mucho su punto de vista, y creo que tenemos muchas cosas en común. Tenemos las mismas fobias y en general eso une mucho a los cineastas.
–¿Cómo te llevas con la producción de ficción para televisión o para las nuevas plataformas de streaming? ¿Te interesa, te han ofrecido algún proyecto?
–Durante mucho tiempo me han ofrecido dirigir episodios de series norteamericanas. Pero entrar en una serie en una segunda o tercera temporada, por muy interesante que sea, cuando ya los actores están escogidos, los guiones están escritos, la iluminación está definida, supone entrar como una especie de artesano y es algo que no me interesa. Ahora, en cambio, voy a filmar una película producida por Netflix pero es un proyecto mío, con un guion que yo escribí y que vamos a comenzar a rodar en mayo. Se llama Elisa y Marcela y es la historia del primer matrimonio entre mujeres ocurrido en España. Para mí una película sigue siendo una película, no importa quién la financie o cómo se exhiba. Que es mejor que se vea en una sala de cine que en un iPad, sí, por supuesto. Pero yo me planteo esta película para Netflix como cualquiera de las otras que he realizado. Además, estoy trabajando en una serie muy personal, rabiosamente personal, de la que tengo varios episodios escritos y la que espero poder rodar dentro de un año. Para mí es todo un aprendizaje escribir episodios de media hora acostumbrada al formato del largometraje. Pero me parece que está bien aprender otras cosas porque, en última instancia, a mí lo que me interesa es contar historias.
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