Irma Córdoba: un toque de distinción
"Jamás permití que la ficción me mostrara ridícula... A todos mis personajes les puse mis años, que siempre me dieron orgullo", decía Irma Córdoba sin ocultar su comprensible satisfacción. No decía, sin embargo, todo lo demás que les había aportado. En una carrera que se prolongó durante casi ocho décadas -en el teatro y en el cine, aunque éste nunca le dio en la madurez el gran papel que habría merecido-, supo regalarle a cada personaje que le tocó vivir su señorío, su natural distinción, su noble belleza, su gracia y su autoridad. Una autoridad que no necesitaba de desbordes temperamentales del mismo modo que su invariable elegancia no dependía de los trapos que vistiera. En escena tenía el aplomo de quien pisa terreno muy conocido: lo había transitado prácticamente desde que dejó la cuna, durante muchas horas instalada en el palco que su padre, empresario de un teatro de Paraná, reservaba para la familia. Vivió la infancia en el teatro y todavía estaba en la escuela primaria cuando rindió una prueba de declamación delante de Angelina Pagano, amiga de la casa. Lo hizo para no contrariar la ilusión paterna, aunque en realidad no aspiraba a ser actriz, sino bailarina. Pero no hubo caso: aunque la prueba no salió del todo bien y Pagano la envió al cuerpo de baile, pronto sus dotes de intérprete se hicieron evidentes y tuvo que hacerse cargo de los papeles protagónicos de piezas para chicos. Fue su debut como actriz y el principio de una carrera que la llevaría después a las compañías de Blanca Podestá, Luis Arata o Paulina Singerman, entre otras.
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En esos años habrá cincelado el oficio interpretativo que le permitiría "hacer de todas", como ella decía: de hija, novia, esposa, madre, amiga, hermana, abuela, y que, forzosamente, debía conducirla al cine. Con su primera película, en 1932, no tuvo suerte: se llamaba Rapsodia gaucha , tenía como protagonista a Ignacio Corsini y comprendía un experimento abordado por José A. Ferreyra: grabar el sonido directamente en la cinta. Pero fue una tentativa frustrada y el film no se estrenó. Tres años más tarde aparecería por fin en dos films de Manuel Romero: Noches de Buenos Aires (con Fernando Ochoa y Tita Merello) y El caballo del pueblo , con Olinda Bozán y quien sería su compañero en memorables temporadas teatrales: Enrique Serrano. Romero le daría también su primer papel importante en Los muchachos de antes no usaban gomina , al lado de Parravicini y Mecha Ortiz. Y la comprometería para sus incursiones en el policial expresionista ( Fuera de la ley ), el relato de terror ingenuo ( Una luz en la ventana ), donde era la enfermera que llega en noche de tormenta a la casa solitaria donde la aguarda una experiencia de pesadilla, y hasta en las comedias de Niní Marshall, como Navidad de los pobres .
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Tras Mirad los lirios del campo (1947, Ernesto Arancibia), según la novela de Erico Verissimo, estuvo ausente del cine hasta 1955 y a partir de entonces apareció esporádicamente en papeles secundarios, en los que más de una vez prestó su apoyo interpretativo a elencos encabezados por figuras populares: La sonrisa de mamá y Me gusta esa chica (con Palito Ortega), por ejemplo, o Bárbara (con Raffaella Carrà). Pero si la televisión (se la recuerda en El precio del poder ) o el teatro (¿cómo olvidar las lecciones de comedia que daba junto a Enrique Serrano y Osvaldo Miranda?) reconocieron su autoridad de actriz y explotaron su versatilidad, el cine nunca supo sacar provecho de su talento de comediante, una especialidad en la que apenas un puñado de intérpretes podrían comparársele. No son muy frecuentes los ejemplos de semejante precisión en el juego del diálogo, en el dominio de la voz (una voz inolvidable), en la sutileza para variar tonos, sugerir la intención o deslizar una pizca de malicia, sin perder jamás la mesura y mucho menos la elegancia.
Irma Córdoba -de cuya muerte se cumple ahora un mes- será seguramente irreemplazable. Entre otras cosas, por su gracia, su ingenio y su distinción, pero también porque tenía ese algo más que es personal e intransferible: estilo.
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