Ingmar Bergman y Luis Buñuel, dos directores únicos e inolvidables
Imaginen esa voz engolada de muchos trailers de hace algunas décadas, esos avances que comenzaban diciendo "en un mundo... en el que pasa tal cosa..., Juan y Pinchame se fueron al río... etc etc" (en inglés era "In a world…", de hecho hasta hubo una película sobre este asunto). Imaginemos ahora esa misma voz mientras vemos un plano aéreo de una calle de una ciudad actual, en la que a través de las ventanas de sus edificios se vislumbran encendidas pantallas y pantallas en aislamiento audiovisual y escuchamos: "En un mundo... en el que las series se han convertido en plaga y la gente las mira de forma compulsiva y las comenta ansiosamente... todos al mismo tiempo para no sentirse tan solos, pero sin remediar la soledad porque todos monologan y no dialogan... en un mundo así… la historia del cine, este arte tan del siglo XX... se repliega en su cuartel para tejer planes y así recuperar su merecido lugar, ese que provocaba, apasionaba, mostraba formas de ver el mundo... y abría discusiones y no cerraba cabezas".
Mediante trucos cibernéticos, a partir de una búsqueda lateral de algo en Internet se nos hizo notar que un 29 de julio de 1983 murió Luis Buñuel y un 30 de julio de 2007 murió Ingmar Bergman. Bien hecho, cuartel general del cine: dos días seguidos, de diferentes años, y ninguno de estos aniversarios luctuosos es un número redondo. Es justo, entonces, hacer esta nota, porque acá seguimos las instrucciones del cuartel general del cine... Además, ¿para qué quieren números redondos? Si el español Luis Buñuel fue uno y único y el sueco Ingmar Bergman fue uno y único. Y quizás a los dos, pero a Buñuel seguro, le habría gustado la falta de respeto a los números redondos. Además el apellido de los dos empieza con B, BB, pero no Brigitte Bardot.
Luis Buñuel fue el máximo cineasta español de la historia, aunque algunos quizás insistan con Víctor Erice o Pedro Almodóvar. Pero basta revisar someramente la filmografía de Buñuel para darse cuenta de que se trata de uno de los mayores artistas del cine y del siglo XX, uno que experimentó y legó algunas de las imágenes más perdurables de la provocación en el cine (ese ojo cortado en Un perro andaluz, entre muchas otras pesadillas inolvidables), hizo un documental (bueno, algo así)insoslayable como Las Hurdes- Tierra sin pan, narró con formas clásicas (los mejores melodramas son suyos), adaptó a grandes escritores, hizo cine en España, en los Estados Unidos, en México, en Francia y otra vez en España: tuvo que irse de su país, pero volvió y se rió de tal manera del franquismo que su irreverencia debería ser materia en las universidades: algo así como "Irreverencia de Luis Buñuel". Pero él mismo no lo autorizaría y se reiría, como se rió respetuosamente del surrealismo al hacerlo grande en el cine. Se río de todo y de todos, y leer una entrevista a Buñuel sigue siendo una experiencia inolvidable, casi tanto como acercarse por primera vez a su cine. La película más citada por los psicoanalistas, además, es suya: Belle de jour. Afortunadamente, esa película también tiene los antídotos contra cualquier sobreinterpretación. Buñuel, además, es el cineasta más inimitable de la historia: para citar a Buñuel hay que tomar mucha sopa, quizás la última película de Arturo Ripstein, El diablo entre las piernas -odiada por una cantidad tremenda de críticos y que iba a estar en el Bafici 2020- haya encontrado la manera de seguir el camino de Buñuel sin necesidad de ser obvia y mimética.
Ingmar Bergman fue el mayor cineasta sueco de la historia, uno de los mejores de la historia del cine europeo, y fue santo y seña para cualquier conversación entre los amantes del cine que ocurriera en Buenos Aires y Montevideo desde la década del sesenta. Una retrospectiva que tuvo lugar en la sala Lugones en los noventa todavía se recuerda por el lleno absoluto y por el regreso de tantos y tantos espectadores que extrañaban las multitudes que se agolpaban para ver El silencio o Gritos y susurros o Persona en los cines de Lavalle y discutir y fascinarse antes de que a la censura se le ocurriera prohibir y secuestrara las copias de sus películas. La mirada de Bergman sobre el ser humano y sus temas más densos (no, no usamos "denso" en su sentido vulgarizado en las últimas décadas) como la pareja, el sexo, la muerte y la religión -también tema fundamental en la concepción del mundo y del cine de Buñuel- fue algo así como un meteorito lanzado en el cine y el arte de la segunda mitad del siglo XX. Los sesenta en el cine no se entienden sin Bergman, otro cineasta favorito de los psicoanalistas. Y también de actores y actrices, que han aprendido en grandes dosis de sus películas y sobre todo de sus protagonistas femeninas, dirigidas y manipuladas por ese "demonio de director" (basta leer las notas escritas en Primera Plana de los sesenta para ver la construcción cultural de un fenómeno y un mito con una calidad periodística y literaria que hoy, mayormente, solo añoramos).
¿Y por qué escribir hoy, por qué resaltar hoy a Buñuel y a Bergman si ya se escribió mucho sobre ellos, aquí, allá y en todas partes? Porque fueron dos de los más grandes cineastas de la historia del cine, y porque en tiempos en los que la unanimidad militante de cualquier cosa es moneda corriente, en tiempos en los que desviarse de "lo que piensan todos" (lo que gritan todos) es motivo de represalias y "cancelaciones", recuperar a dos señores que no tuvieron miedo de expresarse con su arte, que incitaron a pensar más allá de los límites (más allá de los hashtags) debería ser algo más frecuente. Estos dos señores cubren desde 1929 hasta 2003 con su actividad cinematográfica, unos tres cuartos de siglo, que van desde Un perro andaluz (Buñuel + Dalí) hasta Saraband (Bergman), y en el medio hicieron algunas de las más grandes películas que ha dado este arte, el cine. Sí, Bergman hizo televisión, pero vayan y comparen su televisión con esa otra televisión, la dominante. Comparen por ejemplo Saraband,Después del ensayo y En presencia de un payaso con Poco ortodoxa; a la televisión de Bergman no le quedaba grande ampliarse a una pantalla de cine. Hay que recuperar de forma urgente a Buñuel y a Bergman porque ya es hora de recordar que en este mundo hubo artistas que podían afirmar que el demonio nos gobierna, que la ilusión viaja en tranvía y que la libertad es un fantasma. Cineastas menos integrados, menos conformes, menos proclives a la unanimidad que tantos estragos causó y está causando. Buñuel y Bergman se atrevían a pensar distinto, a filmar distinto, y a sus películas se vuelve hoy para confirmar que no son solamente películas de autor, de gran autor, son además películas hechas para durar mil años, y películas de personalidad intransferible, películas no solo -esplendorosamente- filmadas sino también firmadas.
Ambas filmografías son de esas que ahora llaman "oceánicas"; es decir, son un montón de películas. Y si hay gente que no vio películas de Buñuel y/o Bergman, o si vio algunas pocas, qué mejor que... ¡ver películas de estos señores! Porque, además, como suele ocurrir con los grandes que jamás se achancharon ni se durmieron en los laureles, que fueron vitalmente artistas y no indolentemente "artistas": sus filmografías permiten el disenso, el desacuerdo, la falta de unanimidad, también en la jerarquización, en las preferencias. Quien esto escribe, que no es fan de nada, se considera casi fan de Buñuel, de su filmografía y de su libro de memorias junto a Jean-Claude Carrière Mi último suspiro, y sabe que el cine sería mucho pero mucho menos rico, sorprendente y genial sin Un perro andaluz, La edad de oro, Las Hurdes-Tierra sin pan, Subida al cielo, Él, Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto, Tristana,El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo. En este grupo de películas tenemos la explicación acerca de qué es el surrealismo (y por eso mismo y por supuesto, no vamos a explicarlo acá ni tampoco lo explican las películas), tenemos las ideas más osadas y mejor resueltas acerca de la inevitabilidad de ciertas cosas (Viridiana), y el humor imprevisto y sardónico y, claro, imposible de imitar de Luis Buñuel. En ese listado de títulos está la mejor película jamás hecha sobre los celos (Él, y eso que existe El infierno de Claude Chabrol), la mejor película jamás hecha con un encierro inexplicable en una casa (El ángel exterminador, y Buñuel sigue riéndose este año tomando un martini infernal), una de las dos mejores películas con Catherine Deneuve (la otra es Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy y esta es Tristana, la película que podría haber hecho Alfred Hitchcock de haber nacido en España) y una trilogía final en la que revela que ya no podía hacer otra cosa más que reírse sabiamente y de eso hacer gran cine. Películas muy famosas y fundamentales de Buñuel como Los olvidados, Belle de jour, Ensayo de un crimen les gustan más a otras gentes... pero, como decíamos, en estos cineastas -y en todos- el canon de los demás es el de los demás, y cada uno toma lo que más le gusta del mundo -qué mundo, universo- de Buñuel.
Lo mismo pasa con Bergman: "Persona, de Ingmar Bergman. El último film de Bergman es casi todas las cosas a la vez: su mejor obra, el mejor film del año, una elucidación del cine, un análisis de su valor de comunicación en la sociedad contemporánea. Pero, sobre todo, es la confesión del arte en beneficio de la vida (...) Con su nombre y su obra ya gastados por los oráculos y los criptólogos, Bergman demuestra ahora que está más allá de toda corrupción: que es capaz, como los genios verdaderos, de ser cada día diferente a sí mismo". Eso decía la cada vez más añorada revista Primera Plana el 26 de diciembre de 1967, y ponía a Persona como la mejor película del año; la segunda era Masculino-femenino de Godard. Ahora bien, quien esto escribe admira Persona pero no la prefiere: a la hora de elegir conecta mejor y se queda con Luz de invierno, El silencio, Detrás de un vidrio oscuro, Gritos y susurros, Un verano con Monika, Hacia la felicidad y Cuando huye el día. Y huye de las famosas La fuente de la doncella, El huevo de la serpiente y El séptimo sello. Aunque esta última podría ser útil en estos días porque nos presenta físicamente a la muerte, ese concepto que este año pareciera ser una flagrante novedad conceptual para buena parte de la humanidad. Pero para muerte mejor Gritos y susurros, menos literal y menos estratégica, más pesadillesca, más carnal y más indigerible; una de esas que habría que dar en todos los cines de los centros comerciales y que las cabezas estallen al escuchar "que disfrutes la película"... Estábamos encaminados hacia la felicidad, y el verano con Monika era el esplendor de la vida, pero... la visión de Bergman sobre la pareja no es, por decirlo velozmente, dulce, serena y esperanzada. Dios, el diablo, curas, iglesias de madera, sexo, tortuosidades varias, una luz inolvidable, de invierno y de verano, e Ingrid Thulin, Bibi y Harriet Andersson más que Liv Ullmann, porque de grandes directores como estos se generan también constelaciones y preferencias de actores, actrices y de temas. Bergman convirtió en estrella inclusive a algunos colaboradores, como su director de fotografía Sven Nykvist, y por estos lares generó una leyenda hiperbólica con algunas bases reales: la de "ser descubierto" antes que en Europa.
Bergman y Buñuel son dos de los mayores directores de cine del siglo XX. Algunos siempre preferiremos al aragonés frente al sueco, y trataremos de pelearnos con los más fanáticos del sueco, pero revisaremos alguna película del sueco y nos rendiremos ante la evidencia de que se animaba a esos temas y a esos temas de esa manera, y nos daremos cuenta de que, efectivamente, ya no se hacen películas así; de hecho, hoy en día se hacen pocas, y de esas unas cuantas se hacen llenas de miedos, llenas de cálculos para no ofender a nadie: son películas con sabor a nada, algunas de las cuales ya ni siquiera sueñan con la pantalla grande, ese oscuro y también luminoso objeto del deseo, de la aventura, de la discusión y de la inteligencia y la desavenencia, de eso que llamábamos cine y que tenía a gigantes como Bergman y Buñuel.
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