En el año 1989, el arqueólogo se unió a su padre para encontrar un importante objeto histórico, en el marco de una aventura que es considerada por muchos como “la mejor de todas”
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En 1981, Steven Spielberg y George Lucas habían creado a un verdadero ícono cinematográfico. Cuando ambos unieron fuerzas y le rindieron homenaje a los héroes de los viejos seriales, llegó a la pantalla el carismático Indiana Jones (Harrison Ford) al frente del film Los cazadores del arca perdida. Esa película fue un rotundo éxito que dio comienzo a una saga muy querida por la cinefilia, y el estreno en cines del quinto largometraje protagonizado por el arqueólogo, es la excusa perfecta para repasar la que muchos consideran su mejor aventura.
Tiempo de revancha
El público parecía no cansarse de Indiana Jones. En simultáneo al éxito de la trilogía inicial de La guerra de las galaxias, George Lucas disfrutaba del fanatismo que generaba su otra gran saga, esa que había creado con Steven Spielberg, sobre un aventurero que recorría el mundo en búsqueda de importantes piezas históricas. Las películas del personaje, Los cazadores del arca perdida e Indiana Jones en el templo de la perdición, eran dos de los éxitos de taquilla más importantes de la década de los ochenta; por ese motivo, ambos resolvieron que había llegado el momento de poner en marcha la tercera entrega del héroe. Ese proyecto entusiasmó a los dos socios, pero especialmente a uno de ellos, que sentía la necesidad de reivindicarse ante su propio personaje.
“Yo no estaba para nada satisfecho con el segundo film”, reconoció en una oportunidad Spielberg, y luego agregó: “Era muy oscuro, muy subterráneo, y demasiado terrorífico. Creo que estaba en la línea de Poltergeist. La verdad es que sentía que no había nada de mí en El templo de la perdición”. Algo de eso es cierto. Por lejos, esa segunda entrega se revelaba mucho más apagada que la primera parte, y al día de hoy, por muchos fans es considerada la menos favorita. Por ese motivo, el director de E.T. sentía la necesidad de redimirse ante ese paso en falso, y entregarle a su público una nueva épica que estuviera a la altura de Los cazadores del arca perdida. Con esa intención en mente, Spielberg rechazó la posibilidad de dirigir Quisiera ser grande y Rain Man, para sentarse con George Lucas a decidir el siguiente paso en el camino de Indy.
La primera idea tenía que ver con una mansión embrujada, aunque (afortunadamente) no tardaron demasiado en considerar que ese no era el ambiente ideal para una aventura del arqueólogo. Sin un rumbo entre manos, Spielberg convocó a Chris Columbus (un apadrinado del director que fue guionista de Gremlins), y lo invitó a escribir un libreto. Columbus entregó una historia llamada Indiana Jones and the Monkey King, que llevaría al protagonista a Mozambique, a luchar contra tribus africanas e incluso contra un poderoso pirata (al que describió como Toshiro Mifune, casualmente, el actor japonés que pudo ser Obi Wan Kenobi). Pero esa opción tampoco los convenció.
En busca de un nuevo guionista, Spielberg y Lucas se reunieron con Jeffrey Boam, y entre los tres le dieron forma a las dos premisas que más interesaban a los padres del personaje: Lucas quería que el centro de la trama girara alrededor del Santo Grial, mientras que Spielberg quería focalizarse en la dinámica entre Indy y su padre, Henry Jones, un prestigioso profesor de literatura medieval, que no tenía con su hijo una relación muy cercana.
Con el libreto terminado, y sabiendo que el ida y vuelta entre Indiana y su papá debía ser ágil pero esconder también la naturaleza compleja de ese vínculo, Spielberg contrató al dramaturgo Tom Stoppard para que escribiera exclusivamente todas las escenas entre ambos personajes. “Era una historia emocional, pero no por eso quería que fuera sentimental. La falta de conexión entre ambos era el eje de muchos momentos de comedia, y le di a Tom Stoppard, que no figura en los créditos, mucho para escribir. Y él es el responsable por cada línea de diálogo entre ellos”, contó el realizador de Tiburón. Con el guion terminado, finalmente comenzó la etapa de buscar al Henry Jones ideal.
La llegada de Sean Connery (y del joven Indiana)
La figura del padre era clave en el film, y para ponerle cuerpo a un rol tan importante, Spielberg solo tenía una opción en mente: Sean Connery. Para el director, que siempre había querido hacer una película de James Bond, Indiana Jones era su propia versión del espía, y por ese motivo quién mejor para interpretar a su papá que el primer actor que encarnó en pantalla al agente 007. Aunque no le generaban tanto entusiasmo, las alternativas eran Gregory Peck y Jon Pertwee, pero para alegría de Spielberg, no hubo necesidad de pensar en alguien más, porque Connery aceptó la oferta y se sumó al proyecto.
Durante la filmación, Sean y Ford compartieron innumerables escenas y tuvieron una química inmejorable en la piel de padre e hijo. La libertad con la que trabajaron, incluso les permitió improvisar unas pocas líneas de diálogo, a pesar del meticuloso trabajo de guion que había realizado todo el equipo autoral. Un tema no menor, sin embargo, era la poca diferencia de edad entre ambos: Connery tenía apenas doce años más que Harrison. Por ese motivo, le pidieron al artista británico que luciera una barba blanca que lo hiciera parecer mayor, mientras que Ford llevaba su rostro afeitado al ras, para subrayar que él era considerablemente más joven que su contraparte.
Indiana Jones y la última cruzada comenzaba con un flashback del joven Indy, por lo que también era importante encontrar al intérprete ideal para dicha secuencia. Pero la búsqueda no había ni siquiera comenzado cuando Ford le sugirió a Spielberg y a Lucas que le hicieran una prueba a River Phoenix, un talentoso actor con el que había trabajado en La costa mosquito. A los responsables les gustó esa opción, y contrataron a Phoenix para el rol. Para interpretar a Indiana, River basó su actuación no en el personaje, sino en el propio Harrison, al que estudió detenidamente antes de personificar a Jones en pantalla.
Fiel a su objetivo de mantener el espíritu del primer largometraje, Spielberg convocó también a dos de los nombres que aparecieron en Los cazadores del arca perdida: John Rhys-Davies y Denholm Elliott, que poco antes de comenzar a filmar, recibió la noticia de ser VIH positivo, un diagnóstico que no le impidió asumir con entusiasmo su vuelta al universo de Indiana Jones. Por último, Alison Doody personificó a Elsa Schneider, la espía nazi que traiciona al protagonista. En la lista de los pendientes, el director no pudo satisfacer su deseo de contar con Laurence Olivier, el actor al que quería para componer al cruzado que aparece en el último acto del film; lamentablemente Olivier ya estaba muy enfermo y murió poco después.
La audacia de Harrison
El rodaje de Indiana Jones y la última cruzada fue terriblemente ambicioso, ya que contaba con numerosas secuencias de acción a gran escala y persecuciones a pie, en tren, en bote, en avión, en auto y hasta en una moto con sidecar. Pero a pesar de las dificultades, la filmación no tuvo grandes complicaciones, aunque quizá el único dolor de cabeza del director tuvo que ver con la desmedida audacia de Ford.
El actor protagonista quería hacer todas las escenas de riesgo él mismo, y una y otra vez rechazaba la ayuda de los dobles de riesgo. Vic Armstrong, un legendario coordinador de dobles, aseguró que durante La última cruzada, él debió ponerle un freno a Ford porque se ponía en riesgo muy seguido, y aseguró: “Si no fuera un actor excepcional, seguramente hubiera sido un gran doble de riesgo”. El compromiso de Harrison con su personaje era tan grande, que teniendo en cuenta que en todas las escenas se acción el gorro de Indiana se le volaba, llegó a pedir que lo engrapen a su sien, con el objetivo de no perderlo. Por suerte para la cabeza de Ford, eso no llegó a ser necesario.
Indiana Jones y la última cruzada llegó a los cines de Estados Unidos el 24 de mayo de 1989, y no tardó en ser un fenómeno de taquilla. Con una inversión de 48 millones, el título recaudó casi doscientos millones de dólares. El público celebró el reencuentro con el mítico Indy, y el realizador pudo saldar con creces esa deuda que sentía frente a la decepción de Indiana Jones y el templo de la perdición. Gracias a la dinámica entre padre de hijo, Spielberg y Lucas lograron una historia inesperadamente cálida, con escenas que quedaron instaladas en el corazón de la cinefilia, frases largamente citadas y una secuencia final de enorme emoción.
Indiana Jones y la última cruzada es una obra maestra del cine de aventura, pero más importante aún, es la carta de amor de Spielberg y Lucas a un personaje que, aunque amenaza con retirarse desde hace más de treinta años, sigue más vivo que nunca en las salas de cine y en el imaginario del público.
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