Imágenes para el mundo de Moravia
Si se atiende a la estrecha relación que Alberto Moravia (1907-1990) mantuvo con el cine, lo primero que viene a la mente es, claro, su condición de generoso proveedor de historias extraídas de sus novelas y cuentos: títulos como El conformista , El desprecio o Dos mujeres son difícilmente olvidables para cualquier cinéfilo. Pero ese vínculo, que en cierto sentido se prolonga hasta hoy (no hace mucho volvió a hablarse del proyecto de Benoît Jacquot de rodar en Capri una versión de su novela 1934 ), se manifestó en diversas formas y desde muy temprano. El escritor italiano, cuyo nombre ha vuelto a mencionarse con frecuencia en los últimos días a raíz del centenario de su nacimiento y de la publicación de una novela hasta ahora inédita, Los dos amigos , fue desde siempre un asiduo espectador, pero además estuvo ligado al cine como guionista, aun antes de que sus libros fueran adaptados para la pantalla, y como crítico, labor que desarrolló durante tres décadas en medios como La Nuova Europa , L Europeo y L Espresso . Asimismo, podrían añadirse sus escasamente significativas apariciones como actor -en Monastero di Santa Chiara (1949, Mario Sequi), por ejemplo-, o su única experiencia como director, de la que apenas ha perdurado el título: E colpa del sole (1951).
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Cuando empezó a participar en la elaboración de guiones -según algunos, con Zazà (1944), de Renato Castellani; según otros, con Obsesión (1942), de Luchino Visconti-, el nombre de Moravia no figuraba en los créditos: se lo impedían las leyes raciales del fascismo y la expresa prohibición que había caído sobre él tras el secuestro de su novela La mascarada, en 1941. De los films con cuyos guiones colaboró en la época de posguerra, vale mencionar L ultimo incontro (1951, Gianni Franciolini), Sensualità (1952, Clemente Fracassi) y La lupa (1953, Alberto Lattuada). Poco después, empezarían las adaptaciones de sus obras literarias: la primera, La provinciale (1953, uno de los mejores films de Mario Soldati), se basó en un cuento contenido en L imbroglio y tuvo en Gina Lollobrigida una protagonista carismática y convincente; en 1954, Alessandro Blasetti tomó otro relato, "Il pupo", para un episodio de Nuestros tiempos y un tercero, "Il fanatico", para Lástima que sea una canalla (1954), que contó con adaptadores de lujo (Ennio Flaiano, Suso Cecchi D Amico) y fue un enorme éxito de la pareja Sophia Loren-Marcello Mastroianni. Todavía en el mismo año se conoció La romana (Luigi Zampa), la primera de las muchas novelas suyas que, en manos de realizadores de prestigio, intentarían trasladar al cine su visión crítica de la burguesía italiana de buena parte del siglo XX, una sociedad que mostró condescendiente con el fascismo en los tiempos del régimen, insatisfecha en la posguerra con las contrariedades de las primeras democracias y cada vez más víctima de la alienación en los años del boom económico. Con su penetración para la pintura de personajes, sus agudas observaciones sobre la realidad, su examen de temas como la alienación, la sexualidad, el dinero, la crisis de valores del mundo burgués o la desazón interior, Moravia ofrecía rica materia dramática. Sólo en ocasiones el cine sabría aprovecharla.
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Siguieron a La romana cerca de cuarenta films basados en sus novelas y cuentos, algunos de cuyos personajes, típicos de la Roma de los cincuenta, con sus imposturas e hipocresías observadas en clave satírica, han sido vistos por Antonio Debenedetti como hermanos mayores de los famosos monstruos que Dino Risi confió una década más tarde a Gassman y Tognazzi. Claro que había diferencias de tono entre la ironía burlona de la commedia all italiana y el pesimismo del escritor, como bien quedó expuesto en la versión de los Cuentos romanos abordada en 1955 por Gianni Franciolini. Y aunque no faltan las comedias entre los films inspirados en relatos suyos -de Risate di gioia (Mario Monicelli, 1960), el único film en que aparecieron juntos Totò y Anna Magnani, al episodio de la rica esposa aburrida de Ayer, hoy y mañana (Vittorio De Sica, 1963)-, fueron algunas de sus historias dramáticas las que alcanzaron resultados más interesantes en el cine. Agostino (Mauro Bolognini, 1962), por ejemplo, tradujo la atmósfera turbia y sensual de la novela sobre la pérdida de la inocencia de un adolescente y quizá mereció mejor suerte que la que tuvo entre la crítica y el público. Los indiferentes (Francesco Maselli, 1964) pintó con elegancia formal el derrumbe de una familia de la alta burguesía romana aunque se vio perjudicada por su escasa atención al contexto histórico y político. Dos mujeres (Vittorio De Sica, 1960) evocó con vigor narrativo los duros años de la guerra a través de una anécdota fuertemente dramática que le valió a Sophia Loren el Oscar de Hollywood y el premio a la mejor actriz en Cannes.
Pero seguramente fueron Jean-Luc Godard en El desprecio (1963) y Bernardo Bertolucci en El conformista (1970), quienes concretaron los dos mejores films inspirados en Moravia. Con lo que bien podría afirmarse que su obra dio los mejores frutos en el cine cuando éste se atrevió a hacer de ella una lectura crítica.
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