Horacio Quiroga, el primer crítico argentino
"Cuando en 1917 prestaba yo fe suficiente en la trascendencia y vitalidad del arte cinematográfico para dedicarle las primeras crónicas que sobre él se hayan escrito en el país, estaba lejos entonces de creer que catorce años más tarde debía volver a tomar la pluma para escribir un responso sobre su tumba." En el comienzo de este artículo, publicado en 1931 por LA NACION, Horacio Quiroga no sólo renovaba su rechazo a la incorporación del sonido en el cine -a su juicio reducido hasta la hibridez por la profusión de elementos de la opereta y el music hall-, sino que daba testimonio de su temprano interés por un lenguaje artístico que abría ilimitadas posibilidades de representación.
Así había sido. En El Hogar, Caras y Caretas y Atlántida desde 1918 y en estas mismas páginas entre 1929 y 1931 publicó el autor de "Los desterrados" sus comentarios críticos y sus reflexiones en torno de un medio expresivo cuyos rasgos estéticos intentó delimitar, muchas veces a partir de sus afinidades y sus diferencias con el teatro. En esos trabajos estaba presente el riguroso crítico que solía fustigar a David W. Griffith, aplaudir a Thomas Ince, y reconocer las habilidades de Cecil B. de Mille; el que siempre se mostraba más admirador de Buster Keaton que de Chaplin; el que se detenía en las nuevas exigencias que el cine planteaba a sus intérpretes -a quienes aconsejaba sobria naturalidad porque "la pantalla es un simple, grande y luminoso espejo del alma"-; el que dedicaba encendidas páginas a exteriorizar su fascinación por las grandes estrellas: Mary Pickford, Billie Burke, las hermanas Gish, Bebe Daniels, Constance Talmadge, Marion Davis y, claro, Dorothy Phillips, personaje de uno de sus relatos fantásticos.
También estaba presente allí el observador que señalaba vicios y flaquezas de una industria que en este caso el tiempo no ayudó a remediar: la búsqueda del efecto comercial a costillas de la calidad artística, el abuso de la violencia, la tendencia a convertir cada éxito en una fórmula y a encasillar a los actores. Quiroga hablaba de crisis, del desinterés o el desprecio de muchos intelectuales por ese curioso espectáculo "del que su cocinera gusta tanto como él, y el chico de la cocinera tanto como ambos juntos". Y observaba cada película desde su perspectiva de narrador, con suspicacia suficiente como para percibir los rasgos específicos del nuevo lenguaje y -aun entre los reproches que solía merecerle el grueso de la producción- para conjeturar la diversidad de caminos que tenía por explorar. "El cine es hasta hoy -escribía- la forma de arte que más íntimo contacto tiene con la realidad, a través de la ficción poética."
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Estas y otras opiniones y reflexiones del admirable cuentista fueron rescatadas hace nueve años por "Arte y lenguaje del cine", el valioso volumen que, acompañado por un estudio lúcido y persuasivo de Carlos Dámaso Martínez, publicó la editorial Losada, y que el azar de las bibliotecas nos ha vuelto a poner en las manos. Aquel libro no sólo aproxima al lector textos que se conocían de manera parcial y que interesan por la agudeza, el bagaje cultural y la autoridad del observador, sino que iluminan otras facetas de la rica personalidad de Quiroga. De más está decir que esta recopilación de artículos del autor de los imperecederos "Cuentos de la selva" -a quien se considera el primer crítico cinematográfico de la prensa argentina-, debería ser de consulta indispensable para quien desee indagar en los orígenes de la crítica en la Argentina.
Más allá de la escasa distancia que toma respecto de un espectáculo cuyas infinitas posibilidades expresivas lo fascinan -bien distinta, por ejemplo, de la postura analítica de Jorge Luis Borges-, estos escritos de Quiroga constituyen bastante más que una mera curiosidad. Y traen como extra el texto de "La jangada", un proyecto cinematográfico (mudo, por supuesto), que él definía, más que como guión, como un "bosquejo de film con el argumento en grandes líneas, salvo algunas escenas detalladas y varias leyendas ya prontas".
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