Hombre muerto: un notable ejemplo de western criollo con un protagonista memorable
La película de Andrés Tambornino y Alejandro Gruz tiene los tres elementos necesarios para deleitar a los fanáticos del género: un gran héroe taciturno, una lograda fotografía y un leitmotiv perfecto
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Hombre muerto (Argentina/2024). Dirección: Andrés Tambornino y Alejandro Gruz. Guion: Andrés Tambornino y Gabriel Medina. Fotografía: Alejo Maglio. Edición: Andrés Tambornino. Música: Christian Basso. Elenco: Osvaldo Laport, Diego Velázquez, Daniel Valenzuela, Roly Serrano, Sebastián Francini, Oliver Kolker, Yanina Campos, Harold Agüero. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Cinetren. Duración: 107 minutos. Nuestra opinión: buena.
“No sirvo para tener patrón”, responde en un hosco murmullo el taciturno Almeida a la propuesta del dueño de una mina fuera de actividad llamada Esperanza, en la que el forastero irrumpe sin mediar palabra, buscando tomar medidas para un plan misterioso. El baqueano vive con su mujer en un rancho alejado, pero no será el único que deambule esas tierras, ya que una noche en el bar del pueblo alguien grita “un brindis para el porteño”, presentándose así al foráneo que busca a alguien para concretar otro tipo de trabajo por el que pagará mucho dinero, cancelando las deudas de quien acepte a cambio de dar muerte a un tercero. Esa es la propuesta que recibe Almeida: es un secreto a voces en el pueblo y hasta el cura lo sabe. Todos esperan en silencio que de esa muerte supuestamente venga el progreso en la región.
Hombre muerto parece una película enclavada a fines del siglo XIX o comienzos del XX, parece un western sin señales regionales pero, poco a poco, el relato ofrece coordenadas espacio-temporales que van definiendo donde y cuando transcurre la acción. Ese inicio se entronca en la tradición del “western criollo” que, como mayor o menor cercanía con el género de origen, abrazaron clásicos como La guerra gaucha o Pampa bárbara, parodiaron la mendocina El último cowboy o, más cerca en el tiempo, Los irrompibles, o reivindicaron desde el cuño literario la más reciente Aballay, el hombre sin miedo, en base a la obra de Di Benedetto o Eureka desde el imaginario. Sin embargo, los trazos fundantes de la épica gauchesca de nuestra literatura se diversificaron en variadas vertientes ficcionales que luego nutrieron diferentes tipos de cine y donde el mito épico se impuso por sobre un horizonte tan árido como infinito devolviendo diversos escenarios y entrecruzamientos.
En ese sentido, Hombre muerto es un notable hallazgo que explora esa épica y también se nutre de muchos elementos del género (el “spaghetti western” también forma parte de su lograda estética). Se vale para ello de tres reglas de oro: una fotografía que remarque esa aridez del relato, de una música que refuerce el suspenso y la épica, y de un actor que pueda cargar sobre su espaldas el curso de la acción sin vacilaciones. En los tres aspectos, la realización de Andrés Tambornino y Alejandro Gruz logra con creces su atractivo gracias a la técnica de Alejo Maglio con su homenaje al cine de Sergio Leone y al technicolor, a los acordes de Christian Basso y a una interpretación impecable de un Osvaldo Laport que demuestra nuevamente para el cine su perfil de personaje rudo y mirada punzante, el andar pausado y palabras que evocan otros relatos para no rendir cuentas sobre su propia historia.
Acompaña con acierto un sólido elenco donde brillan Diego Velázquez, como el dueño de la mina; Daniel Valenzuela, del bar y padre de la mujer de Almeida, y Roly Serrano como un cura de mirada poco piadosa. Se debe subrayar aquí el fantástico trabajo de la directora de arte Miranda Pauls, que consigue conjugar pasado y presente, ambiente criollo y atmósfera de western con una solvencia que permite transcurrir entre los variados sentidos sin altibajos ni sorpresas. Solo falla en este notable ejercicio la resolución de ciertos conflictos narrativos, y es una pena, porque no necesitaba de los resortes de la comedia en desmedro de una épica cincelada con pulso de orfebre para esa evocación de pasos cansinos en el siempre rudo camino del héroe.
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