Historia de épocas y de miradas
La cámara oscura es el cuarto largometraje de María Victoria Menis
La cámara oscura (Argentina-Francia/2008). Dirección: María Victoria Menis. Con Mirta Bogdasarian, Patrick Dell’Isola, Fernando Armani, Carlos Defeo, Silvina Bosco, Joaquín Berthold, Jerónimo Freixas, Elisa Carricajo y Ezequiel Cirko. Guión: María Victoria Menis y Alejandro Fernández Murray, basado en un cuento de Angélica Gorodischer. Fotografía: Marcelo Iaccarino. Música: Marcelo Moguilevsky. Edición: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marcela Bazzano. Sonido: Martín Grignaschi. Presentada por Distribution Company. Duración: 86 minutos. Apta para todo público.
Nuestra opinión: muy buena
Este cuarto largometraje de la realizadora de El cielito es una (bienvenida) rareza en el cine argentino actual. No sólo porque está dirigido por una mujer (que siguen siendo minoría en el panorama local), porque se trata de una historia de época (su prólogo está ambientado a fines del siglo XIX y la acción principal transcurre en 1929) ni porque prescinda de grandes figuras para trabajar con notables intérpretes del teatro independiente, sino principalmente porque su apuesta temática, estética, narrativa y hasta emotiva conlleva un gran riesgo y se ubica en las antípodas de buena parte de la producción nacional.
La cámara oscura es una película sencilla, pero que al mismo tiempo requiere la participación activa –en toda su dimensión sensorial– del espectador. Es un film que, por su tono, sus búsquedas y su ritmo, que descreen del vértigo, de la obviedad y de la demagogia, demanda una paciencia y un compromiso para ingresar en este universo tan íntimo y particular. Exigencias que, por cierto, luego se verán ampliamente recompensadas.
La película está narrada desde el punto de vista de Gertrudis (delicado trabajo minimalista y lleno de matices de Mirta Bogdasarian), una mujer que ha padecido una infancia y una juventud marcadas por el desprecio de los demás –incluida su familia de inmigrantes rusos– debido a su falta de gracia física y, por lo tanto, a una personalidad herida por una inevitable acumulación de traumas y una escasa autoestima.
Tras esa introducción, la historia, escrita por Menis y Alejandro Fernández Murray a partir de un texto de Angélica Gorodischer, nos muestra a una Gertrudis ya madura, casada con un ruralista y madre de cinco hijos, en una colonia judía de Entre Ríos. La familia alcanza una dinámica más o menos normal (el duro trabajo en el campo, los estudios y los primeros amores de los jóvenes), pero la protagonista, que casi no habla, sigue siendo una observadora a distancia, mientras cumple con su papel de ama de casa y se conecta con su propio mundo constituido por bellos elementos de la jardinería, la gastronomía y la poesía.
Nadie parece prestarles demasiada atención a ella ni a sus cosas hasta que aparece en escena Jean Baptiste (Patrick Dell’Isola), un fotógrafo francés que tuvo su época de gloria como cronista de la Primera Guerra Mundial y que ahora recorre la Argentina tomando retratos familiares, mientras alimenta una colección personal de imágenes surrealistas. La presencia del sensible artista extranjero, por supuesto, generará un fuerte impacto en Gertrudis.
El film, que mantiene algunos puntos de contacto con otros dos largometrajes nacionales también dirigidos por mujeres, como Yo, la peor de todas, de María Luisa Bemberg, y La rabia, de Albertina Carri, no se queda en el simple desarrollo de la anécdota ni cae en la mera exaltación feminista y políticamente correcta de su heroína.
Menis construye un entramado audiovisual (gentileza de la fotografía de Marcelo Iaccarino, la dirección de arte de Marcela Bazzano, el sonido de Martín Grignaschi, la edición de Alejandro Brodersohn y la música de Marcelo Moguilevsky) lleno de climas y atmósferas, detalles y observaciones que hacen al mundo interior de la protagonista y a la evolución y desenlace de la trama.
La realizadora no sólo elabora con delicadeza y sofisticación cada detalle de la puesta en escena, sino que incluso se arriesga (y triunfa) con dos secuencias que quiebran de forma abrupta el tono del resto del relato: una, de animación, trabajada con Rocambole (habitual colaborador de Los Redonditos de Ricota), que describe las pesadillescas y fantasmagóricas fantasías infantiles, y otra, de claro espíritu surrealista (en la línea de los pioneros Breton, Man Ray, Buñuel, Dalí, Ernst y Miró), que sintoniza con la veta creativa del fotógrafo francés.
Algunos podrán criticarle al film ciertos rasgos naïves y puede que a una parte del público le cueste sumergirse en el mundo de una protagonista tan atípica como Gertrudis y en una narración a contracorriente como la que propone Menis, pero ni siquiera esos eventuales reparos invalidan en lo más mínimo los múltiples hallazgos de esta historia sobre la subjetividad de la mirada y del concepto de belleza. Una pequeña gran película, de esas que permanecen en la retina, en la memoria y en el corazón mucho tiempo después de que terminan los créditos finales y se prenden las luces de la sala.