Herzog y su enemigo del alma, Kinski
Una pasión alucinada: el director seguía convocando al intérprete, aun sabiendo que lo sometería a padecimientos indecibles
Se sabía que Klaus Kinski fue un tipo insoportable, vanidoso, descontrolado, agresivo y convencido de su supuesta genialidad al extremo de creerse un iluminado. Lo sabíamos, sí. Lo habíamos oído decir muchas veces y lo creíamos. Pero otra cosa es verlo, y ahí resulta casi increíble. Esto es posible merced a las imágenes que reunió Werner Herzog en el documental -llamémoslo así- "Mi mejor enemigo" ("Mein liebster Feind", 1999), presentado en el Festival de Cannes del anteaño y que ahora llega a Buenos Aires. Son escenas y testimonios que provocan un súbito empalidecimiento de la mera información: nadie que no lo hubiera visto actuar así fuera de la ficción hubiera imaginado que Kinski era tan loco. Su hija Nastassja vino a Buenos Aires en 1980 para presentar el film "Tess" (Roman Polanski); poco después de bajar del avión, la actriz tuvo un inexplicable sobresalto y, como en un arrebato, le advirtió al autor de esta nota: "Que me pregunten sobre cualquier cosa menos acerca de mi padre; de él no quiero hablar". Ahora, a través del documental de Herzog, se intuyen los sentimientos mezclados de temor y bochorno que deben haber experimentado en su infancia los hijos de este monstruo y, a la distancia, se entiende el súbito arrebato de Nastassja.
Pero, como ocurre con los grandes creadores, este asombroso film (que se proyectará en la sala Lugones durante tres días en el marco de un ciclo organizado por Cinemateca Argentina y el Instituto Goethe) revela también las obsesiones y los niveles de arrojo, de inspiración y delirio del que fue el director y el mentor más allegado a Kinski. Dicho de otra manera: de parte de su realizador, el film es a tal punto confesional (salvo una edulcorada declaración final que suena condescendientemente a "homenaje") que deja entrever que, en el trabajo en común con su actor, Herzog estaba tan loco como Kinski.
Esta sociedad de realizador e intérprete se mantuvo a lo largo de cinco películas, un par de ellas integrantes ya de la filmoteca fundamental del cine alemán del siglo XX. Comienza con "Aguirre, la ira de Dios" (1972); continúa con "Woyzeck" y "Nosferatu, el vampiro" (1978); se prolonga en "Fitzcarraldo" (1980/82), una de las más demenciales aventuras que registra la historia de los rodajes, hasta concluir en "Cobra verde" (1988), el último de los intentos de una dupla que ya no se sostenía más, sobre todo porque el actor tenía in mente su proyecto de "Paganini", cuya filmación acabó asumiendo solo, autodirigiéndose e inmolándose en la pira de su propia megalomanía. Esto ocurrió ante la negativa de participación de su socio, su más encarnizado enemigo y al mismo tiempo su más -y acaso su único- amado artista.
De la miseria a la gloria
La muerte de Kinski sobrevendría en 1991, no mucho después del estreno de su soñado "Paganini". Tenía 65 años y había filmado más de doscientas películas en 43 años de carrera. Hay un par de datos significativos en la biografía del actor que el realizador no menciona, pero que vale la pena consignar. Por ejemplo, el de su nacimiento: Nikolaus Günther Nakszynski (luego Klaus Kinski) vio la luz el 18 de octubre de 1926 en Zoppot, muy cerca de Danzig, zona que desde el fin de la Primera Guerra (1918) era ciudad libre o, dicho de otra manera, tierra de nadie. Es la misma región maldita donde nace el protagonista-narrador de "El tambor", la novela de Günter Grass. Fue, en efecto, un enclave bastante trágico, a veces alemán y a veces polaco, por donde entraron los tanques de Hitler en aquel funesto setiembre de 1939 para, virtualmente, dar por iniciada la Segunda Guerra Mundial. Hoy es de nuevo Gdansk (Polonia), y en sus famosos astilleros se forjó el movimiento social de Lech Walesa.
Kinski nació polaco, pero en una zona donde el 95 por ciento de la población era alemana. Y recibió su formación en el Berlín de los años 30, con Hitler en el poder. De sus oficios juveniles se conoce su alternancia entre lustrabotas y enterrador y, aún adolescente, fue conscripto en la para entonces ya diezmada Wehrmacht (una experiencia humillante que le proporcionó un modelo inmejorable para componer al desgarrante soldado Woyzeck) y fue hecho prisionero por los británicos. La primera de sus crisis emocionales-mentales (luego fue internado más de una vez) fue registrada en esos días de cautiverio, al enterarse de la muerte de su madre bajo los bombardeos estadounidenses. Kinski no había cumplido aún los 19 años.
Tres años después de finalizada la guerra (ya era actor de teatro) tendría su primera oportunidad cinematográfica en el film "Morituri", de Eugen York. Herzog, en "Mi mejor enemigo", admite que nunca olvidaría la composición de Kinski en el rol de un suboficial nazi que, en un film de fines de los cuarenta (¿"Morituri"?) manda a fusilar a un joven Maximilian Schell. Después intervino en "Doctor Zhivago", en un pequeño rol. ¡A él, que se sentía un actor superdotado! Se dice que el polaco vivió la situación como humillante, y que durante el resto de su vida cargó con la idea fija de evocar la figura del director David Lean con cualquier pretexto y con resentimiento.
¿Quién mata a quién?
En el documental de Herzog, Kinski nombra gratuitamente a Lean al pasar (¡la idea fija!) en uno de sus habituales brotes, una situación filmada "por azar" en el descanso para comer durante el rodaje de "Fitzcarraldo". El enfrentamiento es con el productor ejecutivo del film, Walter Saxer, a raíz de una protesta por el catering; la discusión no tiene desperdicio, porque se lo ve al desnudo, esto es, soltando sus furias a los cuatro vientos por una pavada. Herzog no interviene y se alegra de que, por una vez, las iras del actor no se descarguen sobre él. Y hace notar, en un comentario en off, las reacciones espantadas de los indígenas, "que arreglan sus asuntos de otra manera". Sobre el final del rodaje, estos aborígenes le ofrecen al realizador la posibilidad de cercar al actor... y matarlo. Era evidente que lo odiaban. "Yo les expliqué que eso no convenía porque lo necesitábamos para concluir el film -cuenta Herzog-, pero hablaban en serio, y lo habrían matado si yo hubiese aceptado."
Las diferencias y los enfrentamientos entre Herzog y Kinski dieron lugar a la leyenda de las recíprocas amenazas de muerte. La más sonada trascendió después del accidentado rodaje de "Fitzcarraldo", que duró más de un año. La realidad hace pensar que el proyecto de Herzog de filmar aquella megalómana empresa del irlandés Brian Sweeney Fitzgerald de levantar un teatro de ópera en medio de la selva incurría en una megalomanía sólo comparable a la del mismo Fitzgerald, llamado Fitzcarraldo. Para su loca empresa, el realizador alemán convocó en primera instancia a Jason Robards (que, como vemos en "Mi mejor enemigo", llegó a filmar unas cuantas tomas junto a Mick Jagger), pero Robards debió abandonar por razones de salud. Y entonces, para el proyecto demencial, aparece Kinski: a su juego lo llamaron. Algunos de los entretelones de este histórico rodaje son registrados oportunamente por el cameraman y Herzog los recoge en esta curiosa y apasionante recopilación.
Se dice que Herzog amenazó a Kinski con apelar a su rifle y con volarle los sesos si el actor abandonaba el film. En la autobiografía del actor, "Sin cortes" ("Kinski uncut" o, según la versión estadounidense, "All I need is love", publicada por Random House en 1989), Kinski da su opinión sobre Herzog: "Es un individuo miserable, rencoroso, envidioso, apesta a ambición y codicia; es maligno, chantajeador, cobarde, mentiroso recalcitrante y farsante, de pies a cabeza". Unos años antes de la aparición de estas memorias, durante un rodaje en España, había asegurado que Herzog se había pasado años "contando que me obligó a rodar "Fitzcarraldo" a punta de rifle, pero el único rifle (un Winchester) lo tenía yo y fui yo quien le apuntó a él; con Herzog hemos tenido peleas terribles, y en una ocasión lo golpeé y lo dejé K.O., pero luego hicimos otras tres películas juntos". En su film, Herzog da su versión de este enfrentamiento, y es como un espejo: dice más o menos lo mismo, pero invirtiendo los roles. Como dicen los psiconalistas de parejas, no tiene sentido discernir aquí "la verdad": hay otra verdad que está a la vista, y reside en la comprobación de una locura compartida.
El cuchillo en la cabeza
En "Mi mejor enemigo", Herzog vuelve con su cámara a los escenarios de sus rodajes, en el curso del río Urubamba (Perú), en los alrededores del Machu Picchu y en la Amazonia. La nostalgia invade a este hombre, nacido en 1942, al reencontrarse con esos espacios que a sus 28 años le depararían los logros de esa etapa brillante de su carrera que se inició con su sexto film, "Aguirre, la ira de Dios". En el aeropuerto de Lima lo está esperando Justo González, un peruano que en "Aguirre..." interpretó a uno de los soldados españoles que secundan al conquistador. González acompaña al director al paraje de la filmación de 1972 y muestra su cicatriz: para contener en la ficción un exceso de sus tropas, Aguirre-Kinski descargó un brutal golpe de su pesado sable sobre la cabeza de González, que dejó al actor peruano casi inconsciente -aun protegido por su casco-, en el suelo, sangrante. ¿Estaban en lo cierto los indígenas que se ofrecieron a matarlo ante la sospecha de que ese actor polaco-alemán padecía una posesión demoníaca?
Pero cabe otra pregunta, sobre una realidad más tangible: ¿qué movía a Herzog a continuar exponiendo su carrera, sus nervios, su vida? Es algo bien conocido el profundo apego de Herzog a la aventura en general, a la naturaleza en particular y, más específicamente, a la reunión de ambas en la práctica del alpinismo. Estas tendencias, que marcan su vida (y su cine, por cierto) explican su empeño por mostrar a Kinski en este film-ensayo en sus facetas de estupidez humana, y en esto emplea bastante metraje de su película. Herzog cuenta, no sin ironía, que Kinski llegó al rodaje de "Aguirre, la ira de Dios" con "media tonelada de equipos de alpinismo", y luego se expone ante el fotógrafo que ha contratado (mientras Herzog, oculto, lo filma) en sonriente idilio con la maleza, copulando con un árbol. Herzog, que conoce a la naturaleza y la desentraña de otra manera, sabe que todo eso es pura pose de un hombre que se sintió un semidios, desplegando su descontrolado talento a través de una especie de alienación mística y que, en el fondo, no era más que un bello (bellísimo) fantoche de cartón, de labios desbordantes y ojos aterradores, la quintaesencia de una ilusión evanescente, el sueño de un dios ebrio: tan sólo un actor y su engañoso destello.
Eso, tal vez, era Kinski, y Herzog lo sabía. El, como el peruano Justo González, debe sobrellevar sus propias cicatrices pero logró sublimarlas mediante un arte que le era propio: en su naturaleza también anidaba un soplo demencial. "Kinski decía que yo estaba loco -relata el realizador-. Esto, por supuesto, no era cierto. Cuando estábamos juntos, los dos éramos como dos masas críticas que al entrar en contacto formaban una mezcla peligrosa y explosiva." Aunque el registro de una cámara siempre trasunta una óptica o una visión -y toda visión es subjetiva-, esas suertes de "making-offs" ocasionales que fijan las imágenes de un Kinski enfurecido con un productor o con sus compañeros de filmación están ahí: una cierta objetividad inclina la balanza para otorgarle una mínima racionalidad a Herzog. Pero, eso lo sabemos todos, sólo con su propia locura Herzog pudo alimentar y aprovechar la de Kinski.
Odio y amor en palabras textuales
- Nunca eché de menos a Kinski, porque cuando murió la relación que había tenido con él ya había dejado de existir. Sin embargo, de vez en cuando me doy cuenta de que extraño a ese cabrón.
- Los que no nos conocen no pueden entender nuestra relación.
- "Mi mejor enemigo" muestra una vinculación de profunda confianza y al mismo tiempo de un odio que llegó a provocar planes homicidas. Una vez, realmente, casi le hubiera pegado un tiro.