Harvey Weinstein, de "castigador" a paria de Hollywood
Mucho antes de su vertiginoso ocaso, el mundo Hollywood había bautizado a Harvey Weinstein como "el castigador". Meryl Streep usó por primera vez ese calificativo (the punisher, en inglés) para aludir a la extraordinaria habilidad de Weinstein para elevar o destruir la carrera de alguna estrella. Nadie se molestó demasiado en ese momento, ni siquiera el propio productor –que fue condenado hoy a 23 años de prisión tras ser encontrado culpable de violación y abuso sexual – acostumbrado a ese tipo de chanzas que tomaba como muestras de confianza.
Pero en octubre de 2017, cuando estalló el escándalo que terminó pulverizando en pocos días el enorme poder exhibido hasta allí por Weinstein, Streep terminó expuesta a una contradicción compartida por buena parte de sus colegas, ricos y famosos. "Lo que pasó subrayó cuán diabólico y desdoblado es como persona, pero también lo mucho que defendió grandes trabajos. Hacés películas y pensás que sabés todo de todos, pero al fin y al cabo no sabés nada. Y es un shock", admitió Streep, quien debió afrontar en los meses siguientes una campaña de desprestigio. La acusaban de haber sido una suerte de "cómplice silenciosa" del productor. Se habían aferrado a otro de los calificativos que Streep le había puesto a Weinstein: "Dios".
A muchos astros y estrellas del cine les pasó lo mismo que Streep. Pasaron en un instante de la perplejidad al estupor, y de allí en línea directa a una indignación sin camino de retorno. El hombre que como productor cinematográfico había ganado todo (fama, dinero, premios elogios y reconocimientos múltiples) a lo largo de 30 años empezaba a pagar aquello que en silencio había perpetrado durante ese mismo lapso contra un sinnúmero de mujeres.Una meticulosa investigación publicada por The New York Times dejó a la vista su condición de abusador serial. Testimonios estremecedores de estrellas famosas y jóvenes que soñaban con la fama dejaron a la vista que Weinstein sometía sexualmente a sus víctimas para el ejercicio pleno de lo que más parecía obsesionarlo, el abuso de poder sin vueltas.
Harvey Weinstein cumplirá 68 años el jueves 19. Está pasando sus días más oscuros muy cerca de su lugar natal, Flushing Meadows, el enclave del vecindario neoyorquino de Queens famoso en el mundo por ser la sede del torneo abierto de tenis de Estados Unidos (US Open), uno de los más importantes del calendario anual. En pocas horas había pasado de ser una suerte de virtual ciudadano ilustre de Queens a condenado de por vida por sus hábitos escabrosos y su condición full time de acosador sexual.
En su momento de apogeo, Weinstein se jactaba de tener 2000 millones de dólares en activos, cientos de millones más de ganancias por sus películas y otras producciones, 75 Oscar y 65 Baftas (los equivalentes británicos del premio de la Academia de Hollywood). Casi de un día para el otro cambió ese poder por su propia bancarrota económica, la quiebra de la compañía productora (Miramax) que había creado con su hermano menor, Bob, y una interminable seguidilla de demandas y pedidos de resarcimiento económico y moral por parte de las innumerables víctimas de su compulsivo comportamiento.
Weinstein se había hecho famoso convenciendo al mundo de que quería por sobre todas las cosas darle vuelo a actores y directores poco conocidos que con la ayuda de su perspicacia y su talento llegarían más alto que nunca. Sin descanso, se fue ganando la admiración de propios y extraños en el mundo Hollywood por sus dotes maquiavélicas y su sagacidad para conseguir los mejores resultados para sus películas en la temporada del Oscar.
Hasta ese lugar de privilegió llegó después de una carrera artística que había iniciado junto a su hermano como productor de espectáculos musicales. De allí saltó al cine, el lugar en el que siempre había soñado instalarse, y para lograr ese propósito armó una pequeña productora independiente a la que llamó Miramax, agrupando los nombres de sus padres, Miriam y Max. Siempre contaba que tenía junto a su padre y a su hermano Bob una rutina inalterable cada sábado: ir al cine a ver, sobre todo, películas de arte, por lo general producidas en Europa y otros países. Siempre contaba que mientras su padre se quedaba dormido, él y Bob se devoraban cada minuto de lo que veían. El joven Harvey llegó a jactarse de que se sabía de memoria el elenco y el equipo artístico completo de cada una de las películas que veía.
Su primer trabajo en el mundo del cine fue el manejo de una pequeña sala que proyectaba tres películas al precio de una cada sábado por la noche. En 1979 formó Miramax, y pronto quedó a la vista el ojo innato de Weinstein como productor y distribuidor. La serie de éxitos arrancó con Sexo, mentiras y video (1989) y prosiguió con Pulp Fiction, que en 1994 se convirtió en la primera producción de Miramax con nominaciones al Oscar.
De allí en adelante llegó una sucesión de títulos con el mismo resultado, de El paciente inglés a En busca del destino y de Shakespeare apasionado a la trilogía de El señor de los anillos, pasando por Pandillas de Nueva York, Chicago, El aviador, El discurso del rey y muchos más. El 21 de marzo de 1999, cuando Shakespeare apasionado le arrebató para sorpresa de todos el Oscar a la mejor película nada menos que a Rescatando al soldado Ryan, Weinstein subió al escenario principal del Oscar para presidir el festejo y dejar a la vista de todos el lugar que empezaba a ocupar desde allí.
Desde ese momento, la relación entre los productores y la temporada de premios comenzó a verse de otra manera. Harvey Weinstein lo había hecho posible. Hasta ese momento, todos se concentraban a la hora del análisis de nominaciones y premios en los méritos intrínsecos de las películas y el talento de sus artífices, directores y actores ante todo. Pero desde ese momento Weinstein se encargó de hacer notar otro aspecto esencial de cada temporada de premios: el poder ejercido en las sombras por productores con enorme poder de lobby, influencia y capacidad de persuasión.
De todos ellos, Weinstein era el mejor. El que siempre lograba llegar más lejos. A los apodos que se había ganado le agregó el de "señor tijeras". Sabía exactamente dónde y cuándo recortar la duración de sus producciones para garantizar –decía– el disfrute completo de votantes al Oscar y de espectadores. Como buena parte de sus obras respondían a lo que se conoce como crowdpleaser (películas con temáticas dirigidas a estimular y provocar la emoción y alentar los buenos sentimientos del público), los directores no se quejaban de esa intromisión porque los resultados siempre terminaban superando las expectativas.
La riqueza personal de Weinstein (en 2017 su patrimonio era de unos 300 millones de dólares) crecía de la mano de sus éxitos en el Oscar, de la repercusión de sus películas en las boleterías y de los reconocimientos que fue ganando en todo el mundo. Hasta que su lado oscuro salió finalmente a la luz. Y con él, la sensación de final abrupto y definitivo para esa sensación de invulnerabilidad y poder absoluto que llegó a marcar todos sus actos. Como fichas de dominó, fueron cayendo todos los lauros que fue acumulando. La Academia de Hollywood lo expulsó de sus filas, los títulos nobiliarios y de prestigio en el mundo artístico y del entretenimiento que había ganado quedaron sin efecto. Nadie quiso acordarse de los millones que había aportado para causas benéficas (era muy notorio su apoyo a las reivindicaciones del movimiento homosexual) y las campañas electorales de varios candidatos del partido Demócrata.
Hoy, el viejo "castigador" de Hollywood se convirtió en un paria. Un activo tóxico que sólo de manera oblicua encuentra el apoyo de viejos amigos como Quentin Tarantino, que le debe a Weinstein buena parte de la consolidación de su carrera. El hombre que se paseaba por cada alfombra roja del Oscar como dueño de un poder que en su momento todos envidiaban hoy es sólo aparece mencionado en las páginas oscuras de los libros de historia de Hollywood, actuales y futuros. Su nombre es el símbolo de un colosal cambio de época. Pocos llegaron tan alto para caer tan bajo en tan poco tiempo. Ahora le toca enfrentar el castigo por todos los abusos (sexuales, físicos, psicológicos, de poder) que cometió mientras trataba de mostrarle al mundo otro rostro.
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