Pese a que no fue la primera opción para interpretar a Harry Callahan, el actor se apropió del rol y le sumó condimentos que no estuvieron ajenos a la polémica
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Un “placer culpable” es aquel deseo fuera de la norma al que no nos podemos resistir. Es ese que no llega a las historias de Instagram, sino que se mantiene íntimo, se asume con unos pocos (con suerte) e irremediablemente se repite periódicamente. Puede ser una comida no apta para la dieta, cantar un tema de Ricardo Arjona a los gritos, o ver una serie. Ah, y también ser fanático de Harry el sucio.
Machista, soberbio, policía, juez, jurado y verdugo, el personaje popularizado por Clint Eastwood fue resistido desde mucho tiempo antes que existiera la cultura de la cancelación o se pusiera la lupa desde las redes sociales sobre las causas y las consecuencias de la violencia institucional. Su condición de “ejecutor” (en el sentido más amplio de la definición) ante un sistema que no daba las soluciones en el tiempo y forma que él entendía necesarios, fue etiquetada como fascista, sin ver que se trataba de un espejo de la sociedad norteamericana de comienzos de la década del 70. Fue una saga que le dijo a la gente lo que quería escuchar.
Para muestra basta el siguiente diálogo. El alcalde de San Francisco confrontaba a Harry en Magnum 44 con la siguiente frase: “Callahan, no quiero más problemas como los que tuvo el año pasado ¿está claro? Esa es mi política”, a lo que el detective le respondía: “Cuando un adulto está persiguiendo a una mujer con intenciones de violarla, le disparo al bastardo. Esa es mi política”.
A finales de la década del 60, el matrimonio de guionistas de Rita y Harry Julian Fink concibieron un guion sobre un policía llamado Harry Callahan que tenía como misión detener a un psicópata francotirador. La historia, que se llamaba Dead Right, estaba inspirada en “El asesino del Zodíaco”, criminal que tuvo en jaque a la policía durante la misma época.
La idea era que Universal produjera una serie sobre el tema, pero si bien la historia era muy atractiva, el nivel de violencia que manejaba puso incómodo a más de un ejecutivo por lo que el guion quedó a la deriva.
Los derechos pasaron a Warner Bros, que se entusiasmó con la idea de convertir la historia en una película a la medida de Frank Sinatra. Aunque al cantante y actor le gustó la idea, la depresión posterior a la muerte de su padre lo dejó sin ganas de meterse en un proyecto de esas características.
Así comenzó un desfile de nombres y de rechazos: Marlon Brando, Steve McQueen, Robert Mitchum, Paul Newman, Lee Marvin, George C. Scott, Burt Lancaster, algunos le bajaban el pulgar por otros compromisos, otros porque le tenían miedo al encasillamiento (caso McQueen, que venía de hacer Bullit) y varios porque decían que la historia tenía “una moral de derecha”.
Fue Burt Lancaster quien les dijo a los de Warner: “¿Por qué no llaman a Clint Eastwood?”, una pregunta lógica siendo que el espíritu de la historia tenía mucho de western urbano, y Clint por entonces era un ícono del Far West gracias a programas como Cuero crudo (Rawhide) o películas como la saga italiana de The Man With No Name, entre otras.
Nace la leyenda
Eastwood aceptó participar, pero siempre y cuando el director fuera su amigo y mentor Don Siegel, con quien ya había trabajado en Mi nombre es violencia (Coogan’s Bluff, 1968), Two mules for sister Sara (1970) y Defraudadas (The Beguiled, 1971). Aunque los estudios preferían a Sydney Pollack o Irvin Kershner, pesó más la voz del protagonista, quien también negoció con Universal el préstamo del realizador, que estaba contratado por ellos.
Director y actor, junto a la colaboración del guionista Dean Riesner, comenzaron a trabajar a partir de cuatro tratamientos diferentes, uno de ellos escrito por Terrence Malick. Quien años más tarde se consagraría popularmente con La delgada línea roja había imaginado a Harry peleando contra una suerte de “justiciero”, que mataba a aquellos que habían logrado esquivar a la justicia. Si bien esta aproximación fue descartada para Harry el sucio, le gustó tanto a Eastwood que la utilizó luego como materia prima del segundo título de la saga, Magnum 44.
Explica el guionista John Millus: “La idea era que Harry fuera un hombre solitario, que no tuviera relación con ninguna mujer a menos que fueran prostitutas. Vivía solo, tenía comida asquerosa y un par de cervezas en la heladera. Es decir, que no tuviera más motivación que la cacería. Por eso también llevaba una Magnum 44, que es un revólver de caza. A ningún policía le permitirían llevar un arma así”.
El siguiente paso fue elegir a la contracara del protagonista, el asesino despiadado conocido como Escorpio. El papel recayó en Andrew Robinson, actor de teatro, divertido, pacifista, que nunca había agarrado un revólver en la vida. “Cuando me dieron el guion no entendí al personaje, primero porque no tenía nada que ver conmigo, lo describían como un gordo pelado, y después porque no entendía cómo se podía interpretar a alguien tan violento y demente. Le pregunté a Siegel por qué me había contratado a mí y me contestó: ‘Porque necesitaba a alguien que tuviera la cara de un niño que canta en un coro de iglesia’’', contó entonces. De esta manera, y con un personaje totalmente ajeno a su personalidad, Robinson se convirtió en uno de los villanos más memorables en la historia del cine.
Harry el sucio funcionó en todos los niveles. El guion, la actuación, la dirección, su ideología, todo se conjugó en torno al objetivo de crear un policial de una magnitud hasta entonces inédita. La escena del banco (“¿Do You Feel Lucky, Punk?”), la violencia por momentos excesiva, la permanente dicotomía entre ley y justicia, fueron elementos que interpelaron a los espectadores y dividieron las aguas.
Años después, el actor describía sus motivaciones: “En los 70 la película provocó muchas reacciones porque no se pensaba mucho en las víctimas de crímenes violentos. La mayor parte de la prensa estaba obsesionada con los derechos del acusado, como debe ser. Pero había una cosa subyacente en la sociedad en general, que sentía que se ponía tanto el acento en los derechos del acusado que no consideraban los derechos de las víctimas”.
Al momento de su estreno, la controversia en torno a los métodos utilizados por el protagonista fue mucho menor a su recaudación. Harry el sucio se convirtió en la película más taquillera en la carrera de Clint Eastwood hasta ese momento.
Calmando a las fieras
Cuando Magnum 44 se estrenó en 1973, el público estaba feliz de que llegaba una nueva aventura de Harry el sucio. Entre las muchas críticas que le habían hecho al primer film, y especialmente al personaje, estuvo la mirada que en realidad se trataba de un “vigilante” que estaba por encima de la ley. Eastwood nunca lo había visto de esa manera (o al menos eso decía), y decidió probarlo tomando aquella vieja idea de Terrence Mallick sobre un “asesino de criminales”.
Que en realidad fueron varios, porque en el film resultaban ser un grupo de jóvenes policías admiradores de Harry que rastreaban y mataban a aquellos que habían logrado zafar de una condena judicial. El líder del grupo se llamaba Davis, y estaba interpretado por David Soul, un par de años antes de consagración con Starsky y Hutch.
La contradicción se producía cuando Callahan descubría la situación y los confrontaba. Mientras ellos intentaban sumarlo a la causa, él les explicaba: “Si los policías se convierten en verdugos, ¿cómo va a terminar esto? Pronto van a empezar a matar gente por pasar un semáforo en rojo, y van a terminar matando al vecino porque el perro les meó el césped. Odio al maldito sistema pero hasta que no venga alguien con cambios que tengan sentido voy a seguir respetándolo”.
La lavada de cara del personaje incluyó la participación de un compañero negro (interpretado por Felton Perry) para Harry, así de paso también se suavizaban las críticas acerca de la tan cuestionada escena del banco de la película anterior, donde amagaba disparar a la cabeza a un ladrón indefenso.
Y ya que hablamos de ese momento icónico que sirvió como presentación del personaje: en una versión primitiva del guion, para saber si le quedaban o no balas en su Magnum, el policía se ponía el revólver en la sien y gatillaba. Tanto Eastwood como Siegel lo consideraron una imagen demasiado fuerte y la descartaron. Años después Mel Gibson retomaría esa idea de autodestrucción en Arma mortal.
Magnum 44 recaudó todavía más dinero que Harry el sucio, lo que dejó a todos felices y ávidos por una nueva entrega. Todos menos el director Ted Post, que acusó a Eastwood de habérsele subido los humos y querer dirigir él toda la película. De más está decir que nunca más volvieron a trabajar juntos.
Sin miedo a la muerte (The Enforcer, 1976) fue otro paso en la “domesticación” del personaje. Esta vez con una mujer como compañera a cargo de la actriz Tyne Daly, cinco años antes de consagrarse con Cagney & Lacey. La intérprete rechazó tres veces el papel antes de que la convencieran, y una de sus condiciones fue suprimir cualquier indicio de vínculo romántico con Harry, algo con lo que Eastwood estuvo de acuerdo.
Iba a ser la primera película de la franquicia dirigida por el actor, pero su trabajo previo en El fugitivo Josey Wales (The Outlaw Josey Wales, 1976) lo dejó agotado y sin tiempo para volver a asumir un doble rol, por lo que le dejó el lugar a James Fargo.
Aunque se trata de la película más floja de la saga, una historia de terroristas y varias secuencias de acción bastante inspiradas alcanzaron para reafirmar en el puesto a un personaje que por entonces no tenía rival en el cine policial.
Un regreso fulminante
A comienzos de la década del 80, y con una trilogía sobre sus espaldas que había marcado al cine de acción de la década anterior, Clint Eastwood estaba entusiasmado con otro tipo de proyectos. Pero algunas malas elecciones que no obtuvieron el éxito en taquilla esperado, llevaron a Warner a sugerirle que resucitara al personaje.
Por entonces, como parte de la campaña publicitaria del film bastardo de James Bond, Nunca digas nunca jamás (Never Say never Again, 1983), los estudios habían hecho una encuesta sobre un actor que estuviera muy asociado a un personaje. Y el primero, lejos, había sido Clint con Harry.
Esta vez Eastwood no solo ocupó la silla de director, y partiendo de un guion que no estaba destinado a ser una película de la saga, el actor lo acomodó a las características de su criatura y a todo lo que se esperaba de él.
Impacto fulminante (Sudden Impact, 1983) es la película menos condescendiente de la saga desde la original. Es violenta, exagerada, de moral cuestionable y con todo un nutrido catálogo de pocas palabras, miradas de odio y ceños fruncidos de Eastwood. Lo dicho, lo que uno espera en una película de Harry el sucio.
Sumó a la consolidación de la leyenda una escena que muchos atribuyen erróneamente a la entrega original, aquella en la que Harry, mientras le pone a un ladrón el caño de su Magnum a la altura de la frente, lo invita a dispararle a la rehén que sostiene con la frase: “Go ahead, make my day” (“Vamos, alegrame el día”). La frase, surgida de un recuerdo de la infancia del guionista Charles B. Pierce con su padre, se volvió tan popular que incluso fue utilizada en un discurso del presidente Ronald Reagan.
En Impacto fulminante acompañó a Eastwood como contrafigura femenina, Sondra Locke, su pareja de entonces. Aunque él solía incluirla en sus proyectos, este caso fue especial porque el personaje era quien los había unido: la pareja se habían conocido durante la filmación de Magnum 44, cuando Locke mantenía una relación clandestina con David Soul.
Ahora sí, todo daba a entender que Harry Callahan se despedía del cine con gloria. Sin embargo, un pacto de honor no escrito lo llevó años después a protagonizar una aventura más.
El largo adiós
Corría 1987, y a pesar de su buen estado físico, Clint Eastwood se acercaba a los 60 años y su imagen de duro se había ablandado notablemente. Además ya estaba para otras cuestiones, venía de despedirse del western -algo que en realidad sucedió en 1992 con Los imperdonables- con la formidable El jinete pálido (Pale Rider, 1985) y de dirigir Bird, su proyecto más personal hasta ese momento.
La biografía de Charlie Parker, película que estaba muy lejos del cine comercial y muy cerca de lo que sería su posterior carrera como autor, recibió excelentes críticas pero vendió pocas entradas. Warner apoyó, pero ante los resultados le pidió al actor que compensara los ingresos con un último film de la franquicia de Harry el sucio. Así llegó Sala de espera al infierno (The Dead Pool, 1988), una despedida agridulce. Se acercaba la década del 90 y los justicieros comenzaban a pasar de moda, por lo que se convirtió en la película menos taquillera de la franquicia.
La trama del film partía de una “lista negra” que, a modo de juego, aventura qué personajes famosos morirán en un futuro cercano (divertimento que todavía se hace en redes sociales). Pero misteriosamente los integrantes del listado comenzaban a ser asesinados, lo que llevaba al Inspector Callahan a investigar quién estaba detrás del macabro entretenimiento.
A Harry se lo veía rechinando los dientes como siempre, pero bastante más cansado. Y aunque el ritmo de la película se sostenía, al mismo tiempo que ostentaba toda la acción y violencia necesarias como para que los fans terminaran satisfechos el sabor de boca no fue el mismo.
Como curiosidad cabe destacar la presencia en el film de dos muy jóvenes Liam Neeson y Jim Carrey (haciendo las mismas morisquetas de siempre) en papeles secundarios, también el cameo en la escena del funeral de algunos integrantes de la banda Guns N’ Roses, que colaboraron con la banda de sonido. Por último, vale mencionar que el título de esta película inspiró el nombre de uno de los personajes más inclasificables de la factoría Marvel: Deadpool.
Aunque Sala de espera al infierno no fue el mejor cierre para quien sentó las características cinematográficas del justiciero moderno, tampoco lo afectó en demasía. De Duro de matar a Arma mortal, de Arnold Schwarzenegger a Sylvester Stallone, Jason Statham, o el mismo Neeson, todos abrevaron y abrevan en Dirty Harry. Su halo fue tan grande, que incluso de este lado del planeta tuvo su homenaje paródico en Boogie el aceitoso, la tira de Roberto Fontanarrosa.
Más acá en el tiempo, Clint Eastwood definió su saga cinematográfica con su habitual economía de palabras: “Supongo que podría intelectualizar y buscarle un sentido profundo a todo lo que hicimos, pero esa profundización no alcanza para calmar la frustración de la gente por decisiones legales que perdonaban a una persona, aun siendo extremadamente peligrosa. Algunos sentían que en Harry había un trasfondo político, pero eso es una tontería. Estábamos haciendo un policial, eso era lo único que importaba”.
Harry el sucio está disponible en Google Play y Apple TV; el resto de la saga puede verse en HBO Max.
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