Con un imponente despliegue técnico y humano, conflictos dramáticos atenuados y un Denzel Washington desbordante de histrionismo, esta secuela se mira todo el tiempo en el espejo de la exitosa película que ganó el Oscar en 2001
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Gladiador II (Gladiator II, Estados Unidos-Reino Unido/2024). Dirección: Ridley Scott. Guion: Peter Craig y David Scarpa. Fotografía: John Mathieson. Música: Harry Gregson-Williams. Edición: Claire Simpson y Sam Restivo. Elenco: Paul Mescal, Denzel Washington, Pedro Pascal, Connie Nielsen, Joseph Quinn, Fred Hechinger. Duración: 148 minutos. Distribuidora: UIP. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
No solo por invocación o deseo de los fans la memoria de Gladiador está presente todo el tiempo en esta secuela tantas veces anunciada y largamente demorada. Hay una voluntad expresa de Ridley Scott de llevar la acción todo el tiempo hacia el recuerdo de la historia original y no solo por cuestiones de sangre. Los paralelismos se extienden a otros personajes y también al contexto, como si la mirada de Scott sobre el mundo de la Antigua Roma se mantuviese fija a lo largo del tiempo.
El director nos dice que en el apogeo (el momento triunfal del emperador Marco Aurelio, narrado en el comienzo del film que ganó el Oscar en 2001) y la decadencia (todo lo que vino después, incluyendo esta segunda parte) tiene un destino marcado por la corrupción, la traición y la tragedia. Los mismos impulsos representados por nuevos personajes, con alguna excepción de continuidad entre una película y otra.
Lo que también se mantiene es la espectacularidad visual que desde hace mucho tiempo es marca de fábrica de Scott. Con una vitalidad y una energía admirables para un hombre que está por cumplir 87 años, es capaz de montar una serie de escenas monumentales en las que mezcla despliegue humano y tecnológico para decirnos, entre otras cosas, que todavía es posible reproducir “a la antigua” relatos de época solo para que nos asombremos de lo que el cine todavía es capaz de hacer. Toda una invitación para ver esta película en la pantalla más grande posible. De otra manera, la experiencia se devalúa muchísimo.
También como es costumbre en buena parte de la irregular carrera de Scott, detrás de esa imponencia no queda mucho. Lo mejor es el prólogo: el sitio que el ejército romano establece desde el mar al último bastión de resistencia contra el Imperio en África. Allí, después de la cruenta batalla, es tomado prisionero un guerrero que se hace llamar Henno.
Pasaron casi 25 años del film original y también de aquellos hechos. Henno (Paul Mescal, con un physique dû role muy propicio para el temperamento bravío e indómito de su personaje) niega su origen y nos conecta con el comienzo de la historia cuando se transforma en un gladiador que debe luchar por su vida y conquistar así su libertad. Tiene en el astuto y escurridizo Macrinus (Denzel Washington, liberado de cualquier atadura para divertirse a puro desborde con un papel de villano histriónico, desalmado y amoral) a su mentor, el hombre que le permitiría vengarse del valeroso y leal general romano Acacio (Pedro Pascal, excelente como siempre), pareja de la retornada Lucille (Connie Nielsen), la hija del emperador Marco Aurelio.
Los ecos del primer Gladiador resuenan todo el tiempo en un gran juego de espejos entre la película original y esta secuela practicado por todos estos personajes. Y también en la repetición de varias frases del primer film, recitadas con suficiente solemnidad como para que quede claro que tienen destino de trascendencia. En el medio surge una cantidad de detalles inverosímiles que no le temen al ridículo, y que van desde peleas con rinocerontes, tiburones (en medio de la insólita transformación del Coliseo en una arena flotante) y bichos espantosos salidos de alguna película de ciencia ficción hasta el retrato caricaturesco de un megalómano Caracalla, a quien la historia real le brinda un veredicto mucho más favorable a pesar de su conducta fratricida. El rigor histórico habrá que buscarlo en otro lado.
En términos conceptuales, Scott entiende a Gladiador II como el equivalente cinematográfico de una ópera. Quiere que miremos todo el tiempo esta secuela en el espejo de la original con la intención de cerrar todos los conflictos que quedaron abiertos un cuarto de siglo atrás. Pero esta continuidad pierde todo el tiempo frente al rigor y la profundidad dramática que ofrecía, aun con la ligereza de una adaptación hollywoodense, el trágico arco de conflictos desarrollado en el capítulo inicial.
También falta Crowe, dueño de un carisma insustituible al servicio del personaje más poderoso de toda esta breve saga. Al resto no le queda otra cosa que ponerse a la zaga y por más esfuerzo y talento que todos sean capaces de mostrar (Washington es el que más se luce y se divierte en medio de un elenco muy aplicado) no hay manera de igualar, y menos superar, la evocación de la película original.
Todo esto no impide que Gladiador II pueda verse con agrado desde lo mejor que puede ofrecer: un gran espectáculo visual que entre otras cosas consigue que un arsenal inacabable de efectos digitales se ponga en buena parte de sus dos horas y media (jamás agobiantes) a la altura de una escala humana. Estamos frente a un relato monumental, pero en sus mejores películas Scott no necesitó tanto alarde para alcanzar la grandeza. Este no es el caso.
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