Gladbeck, el drama de los rehenes: el impactante documental sobre la tragedia que puso en discusión el rol de la prensa en Alemania
El film, disponible en Netflix, reconstruye con imágenes de archivo el extravagante periplo de dos secuestradores, que fue seguido en vivo por millones de espectadores alemanes y que dejó tres muertes como saldo
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Gladbeck: el drama de los rehenes (Gladbeck: The Hostage Crisis, Alemania, 2022). Dirección: Volker Heise. Duración: 91 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
El caso que aborda este muy buen documental es asombroso. Y por más de una razón. En agosto de 1988, toda Alemania estuvo pendiente del asalto a una sede del Deutsche Bank en Gladbeck, un pequeño municipio del norte de Alemania, que derivó en una toma de rehenes transformada en un macabro espectáculo mediático. Aunque parezca obra de un guionista muy imaginativo, todo lo que cuenta esta película es rigurosamente real. En más de un pasaje, la actitud de los asaltantes se parece mucho a la de los villanos de la ficción: arrogantes, osados, impredecibles, dispuestos a sobrepasar límites e incluso por momentos al borde de lo bizarro. Totalmente conscientes de que aquello que había empezado como un atraco se había convertido en un show y de que los shows tienen reglas que aseguran su eficacia.
Por su singularidad, estos sucesos fueron recuperados más de una vez, tanto en el terreno del documental como en el de la ficción. La más difundida internacionalmente hasta ahora había sido la miniserie de dos episodios 54 hours (2018), que estuvo disponible hace un tiempo en Flow.
Documentalista experimentado (tiene también un magnífico film de tres horas sobre la Alemania de la posguerra), Volker Heise organizó el material de archivo disponible -que es muy profuso porque todo fue seguido paso a paso por muchos medios alemanes- para darle al relato el clima de un thriller. Y lo cierto es que así funciona: aun sabiendo cómo se desarrollaron los hechos -quien desee enterarse de los detalles lo puede resolver con una simple búsqueda en Internet, donde se encuentran decenas de crónicas que aparecieron en los medios en aquella época-, la tensión que provoca el montaje de las imágenes de Gladbeck: el drama de los rehenes es inevitable.
No es solo la frialdad y el atrevimiento de los dos malhechores lo que sorprende. También llaman la atención el comportamiento errático de la policía alemana y sobre todo la falta de consideración de la prensa, completamente enfocada en echar más leña al fuego de un farsa que terminó en tragedia. Hay muchos pasajes que ponen a prueba la credulidad del espectador: periodistas que les llevan café a los secuestradores o entrevistan a una joven rehén que está amenazada por una pistola que le apunta a la garganta (”¿Pedimos que le apunte a la cabeza?”, le pregunta un cronista televisivo a su camarógrafo en el que quizás fue el colmo del descaro y la obscenidad).
El episodio narrado en la serie ocurrió entre el 16 y el 19 de agosto de 1988, duró cincuenta y cuatro horas, incluyó una persecución internacional (los criminales recorrieron con los rehenes -en diferentes automóviles y en un micro- buena parte de Alemania, pero también lograron ingresar a Holanda) y concluyó con tres personas muertas. Un chico de italiano de apenas 15 años fue ejecutado a sangre fría, y una rehén de 18 murió cuando la policía alemana decidió emboscar al coche de Hans-Jürgen Rösner y Dieter Degowski y se produjo un tiroteo del que ellos y una cómplice -la pareja de Rösner, sumada al grupo en plena travesía- salieron vivos. Rösner tenía por entonces 31 años y ya había sido encarcelado a los 14 por asalto, hurto y allanamiento de morada. Hoy cumple una condena a cadena perpetua. Degowski, de 32, también tenía antecedentes y recibió la misma condena, pero salió en libertad condicional en 2017 y hoy vive con otro nombre en algún lugar de Alemania, presuntamente llevando a cabo trabajos de voluntariado.
El anárquico periplo por Alemania (pasaron por distintas ciudades del país: Bremen, Colonia, Hamburgo, Wuppertal) duró dos días muy agitados en los que los perseguidos (más por la prensa que por la policía) se mantuvieron despiertos mezclando alcohol, tabaco y anfetaminas.
Y el resultado de las imprudencias de la prensa causó tal conmoción que cambió las reglas de juego para el futuro: en Alemania se prohibió expresamente entrevistar a un secuestrador en acción, y la Federación Internacional de Periodistas (FIP) publicó la Carta Mundial para Periodistas, que incluye un artículo que estipula la obligación de respetar la dignidad de las personas en casos como el de Gladbeck.
Pero el documental no solo perturba por la crudeza de las imágenes que exhibe. También abre un gran interrogante sobre los límites de la prensa. Aun con esta demostración palmaria de los desastres que pueden producirse cuando periodistas ocupan lugares que no les corresponden (en este caso el de interlocutores que mediaban entre delincuentes y fuerzas de seguridad) y olvidan cualquier consideración ética en busca de la bendita primicia, es legítimo pensar que algo así podría volver a ocurrir, más allá de prescripciones oficiosas cargadas de buenas intenciones. Basta con pensar en las coberturas de muchos casos policiales, en la famosa persecución de los paparazzi a Lady Di o en la violación a la intimidad de los famosos que es moneda corriente en los medios sensacionalistas. ¿Podría entonces producirse hoy otro desaguisado como el de Gladbeck? Incluso con este antecedente demoledor y un marco legal diferente al de 1988, esa pregunta, desafortunadamente, no parece tener una respuesta asegurada.
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