Genios locos, el nuevo género de Hollywood
"Una mente brillante" ("A beautiful mind", Estados Unidos/2001). Dirección: Ron Howard. Con Russell Crowe, Ed Harris, Jennifer Connelly, Paul Bettany, Adam Goldberg, Judd Hirsch, Josh Lucas, Anthony Rapp y Christopher Plummer. Guión: Akiva Goldsman, basado en el libro homónimo de Sylvia Nasar. Fotografía: Roger Deakins. Edición: Mike Hill y Dan Hanley. Música: James Horner. Diseño de producción: Wynn Thomas. Producción de Universal, DreamWorks e Imagine presentada por UIP. Duración: 134 minutos. Para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular.
En un sistema de producción cada vez más codificado como el de Hollywood, los films sobre seres disfuncionales, pero con rasgos notables se han convertido en los favoritos de los grandes estudios y en los preferidos a la hora de los premios Oscar. En este sentido, la historia de "Una mente brillante", producción conjunta entre dos grandes compañías como Universal y la DreamWorks de Steven Spielberg, cumple con todos los requisitos de esta suerte de subgénero sobre "genios-locos".
Este film, basado muy libremente en la vida de John Forbes Nash Jr., un matemático revolucionario que, en la cima de su carrera, sufrió un ataque de esquizofrenia paranoica para resurgir tres décadas más tarde y ganar el premio Nobel en 1994 por una teoría aplicada a las transacciones económicas, es casi el paradigma de esta tendencia: una biopic grandilocuente al servicio de una gran estrella. En este caso, para que el neozelandés Russell Crowe intente llevarse su segundo Oscar consecutivo por una actuación que sigue los lineamientos trazados por Dustin Hoffman en "Rain Man", Tom Hanks en "Forrest Gump" y Geoffrey Rush en "Claroscuro", otros exponentes de este tipo de cine.
Puede entenderse la necesidad de Hollywood de buscar y amplificar estos casos reales devenidos ejemplos de vida, historias de fuerte contenido humano con moralejas de fácil lectura y destinadas a levantar espíritus tan alicaídos como los actuales. Lo que no resulta tan sencillo de comprender (y de admitir) es que para estas épicas del corazón se siga recurriendo a fórmulas tan transitadas y llenas de lugares comunes melodramáticos, personajes estereotipados y resoluciones previsibles en las que abundan los golpes bajos (aquí hay un mal reciclaje de "La sociedad de los poetas muertos").
Lo peor de "Una mente brillante" no es que el irregular director Ron Howard ("El Grinch", "Ed TV", "Apollo 13", "Splash", "Cocoon") trate todos los conflictos del protagonista (un hombre con serios trastornos alucinatorios) con un trazo grueso y una liviandad pasmosa o que la versión cinematográfica eluda datos significativos de la historia real, como el hecho de que Nash se divorció de su pareja en 1963. Lo más penoso de este guión de Akiva Goldsman (especialista en trasponer novelas de John Grisham y escritor de las dos últimas entregas de la saga de "Batman") son las intrascendentes escenas que se acumulan durante la segunda mitad, la tendencia al subrayado tanto visual como en sus diálogos ramplones, y la banalidad y demagogia con que se resuelven los conflictos mentales, sexuales o ideológicos que atraviesan los 134 minutos de metraje.
La película ha sido impulsada por un poderoso lobby que le permitió acceder a ocho nominaciones a los premios Oscar, pero ni siquiera merece las candidaturas conseguidas en los rubros técnicos. Que el exagerado maquillaje con que se recarga a los actores a medida que pasa el tiempo o la pomposa banda de sonido compuesta por James Horner ("Titanic") figuren entre lo mejor de la temporada 2001 aparece como un verdadero despropósito. Hasta el talentoso fotógrafo Roger Deakins (habitual colaborador de los hermanos Coen) ilumina con un profesionalismo despojado de la más mínima búsqueda personal las distintas décadas en las que transcurre una historia que arranca en la Universidad de Princeton en 1947 y se cierra con la entrega del premio Nobel casi medio siglo más tarde.
Técnica y emoción
El trabajo de Crowe puede llamar la atención por el riesgo de la empresa, que consistió en interpretar a un personaje con rasgos tan extremos entre los 28 y los 66 años. Pero, más allá de la innegable capacidad técnica y de la entrega emotiva de este actor tan frecuentemente comparado con Marlon Brando, la artificialidad y la inconsistencia del relato terminan por desinflar incluso el aporte de su protagonista.
Al resto del elenco sólo le queda lidiar con una sumatoria de clisés (especialmente a la bella y talentosa Jennifer Connelly) y, en ese contexto, alcanza a destacarse a fuerza de presencia y experiencia el gran Christopher Plummer, como el psiquiatra que sigue el caso de Nash. "Una mente brillante" puede provocar unos pocos momentos de emoción genuina y hasta algunas lágrimas sobre el final. Pero, más allá de la sensibilidad de cada espectador a la hora de enfrentarse a semejante caudal de infortunios y resurgimientos, habrá que hacer un doble análisis -introspectivo y artístico- para ver con qué "armas" y recursos los realizadores nos han sometido a una historia dominada por tantos maniqueísmos y arbitrariedades.
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