Gastón Portal: “Estuve dos años sin poder trabajar, por eso me fui”
Está a punto de estrenar su ópera prima como director, con Natalia Oreiro y Diego Peretti en personajes atípicos, tiene más proyectos en el exterior que en la Argentina y critica los programas de archivo de la TV: “Se siguen haciendo porque son baratos”
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Gastón Portal acaba de regresar a Buenos Aires desde México justo a tiempo para acompañar el demorado estreno en cines de La noche mágica, su primera película como autor y director. Estaba lista en abril de 2020, hasta que llegó la pandemia y forzó una demora de casi un año para que podamos conocer este largometraje protagonizado por Natalia Oreiro y Diego Peretti, aquí en papeles que tienen muy poco que ver con sus anteriores apariciones en pantalla. Los afiches hablan de manera un poco engañosa de un cuento de Navidad en el que un ladrón (Peretti) se convierte en alguien dispuesto a cumplir deseos. Pero en realidad lo que se desarrolla es un complejo drama con situaciones inesperadas, sangre, toques de comedia negra y bastante surrealismo que involucra a un triángulo amoroso integrado por Oreiro, Esteban Bigliardi y Pablo Rago, y a una niñita muy despierta. “La película tiene el tono de esas tragicomedias italianas de Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola como Un burgués pequeño pequeño o Nos habíamos amado tanto. En medio de la comedia, de pronto aparecen unos dramas terribles o situaciones absurdas. A mí eso me gusta mucho”, le cuenta Portal a LA NACION.
–¿Qué es lo que más te interesó de la historia?
–Lo primero que me pregunté es si el personaje de Peretti es un Papá Noel de verdad, o mejor, un Papá Noel de hoy. La historia tiene más que ver con La pata de mono, un viejo cuento de terror, que con la Navidad. Este es un Papá Noel que te da algo, pero también te quita. Nada es gratis. La noche mágica no es un cuento de hadas como se lo quieren hacer creer a los chicos. Hay un poco de ese juego de lo que es verdad y es mentira todo el tiempo. Siempre me llamó la atención que cada Navidad todos los padres del mundo occidental decidan confabularse para engañar a sus hijos. Esa debe ser la mentira más aceptada del mundo.
–La película es muy arriesgada. ¿Cómo nació la idea?
–Yo escribo desde muy chico. Hasta tengo una novela terminada, pero todavía no publiqué nada. Y cuando era adolescente escribí un cuento bastante retorcido que era el comienzo de la película. Un ladrón que entra a una casa a robar, se enfrenta a una situación de vodevil con un triángulo amoroso y resulta ser un psicópata que empieza a jugar con esos tres personajes. Tomé esa historia como punto de partida y empecé a trabajarlo junto con Javier Castro Albano, un amigo al que conozco desde los 17 años y con el que escribimos muchísimas cosas. Primero surgió el personaje de la nena, interesante como contrapunto, sobre todo por su relación más cercana con el ladrón que con su familia. Después la Navidad, que enriquecía todavía más la historia. Y hay algo más que se juega en toda la película: los chicos tienen sus fantasías y sus mitos, y los grandes creen que cuando se deja de ser chico esos mitos no corren más. En realidad los cambian por otros mitos: el dinero, el trabajo, la familia.
–También el arte. Uno de los personajes colecciona costosas obras e instalaciones.
–Exacto. Quién tiene derecho a poseer y ver una obra, a quién pertenecen esas obras. La película plantea un juego medio hipócrita que tienen los ricos con el arte.
-Natalia Oreiro y Diego Peretti son dos de los actores más populares y convocantes del cine argentino. Pero acá interpretan papeles que se salen casi por completo de lo que estamos acostumbrados a ver en ellos. ¿Te costó convencerlos?
-Al principio pensé en hacer una película muy chiquita con actores desconocidos y manejarme solo con el presupuesto del Incaa. Hasta que Disney se interesó en la historia cuando todavía no teníamos ni siquiera el guion armado. Y después, a través de Axel Kuschevatzky, la idea le llegó a Natalia Oreiro. Me entusiasmé con eso porque ella nunca había hecho un papel así. Natalia se enganchó tanto que hasta se ocupó de mandarle la historia a Peretti. Mi primera idea para ese papel era Norman Briski, yo quería un Papá Noel muy jovato. Pero después me pareció más interesante que tuviese una edad razonable en la relación con el personaje de Natalia. Así se armó ese casting impensado.
-¿Cómo fue el trabajo con Oreiro y con Peretti?
-En vez de ensayar el guion, estuvimos con ellos dos meses compartiendo charlas para definir el tono de los personajes. La primera referencia que les dí fue Parasite, les mostré la película mucho antes de que se estrenara y empezara a ganar premios. Había muchos temas en común: la casa, la familia descompuesta, la lucha de clases encubierta y una historia frente a la cual no sabés dónde pararte. A mí me encanta hablar con los actores y construir con ellos cosas que no están en el guion. Es mi parte favorita de hacer ficción, más que el rodaje.
–Se ve que trabajaste mucho con los actores, pero al final lo que se nota es un guion de hierro.
–Justamente por eso estuvimos trabajando y reescribiendo el guion original durante tres meses con los actores en vez de dedicar ese tiempo a ensayar con ellos un texto definitivo. Siempre trato de adaptar los guiones en función de lo que me ofrece el actor. A algunos directores les gusta pensar en el actor como una hoja en blanco, van construyendo el personaje desde ahí. A mí me pasa todo lo contrario. Yo quiero saber cómo es el actor, qué oscuridades y matices me pueden ofrecer. Si puedo meter todo eso en el personaje sin romper la lógica del relato, mucho mejor. El guión es de hierro, pero yo escribía y agregaba cosas todas las noches, y los actores se volvían locos.
-En el caso de Oreiro, ¿qué aspectos menos visibles y más ocultos descubriste como para construir su personaje a partir de ellos?
-Lo primero que percibí es que ella de entrada no se sentía del todo cómoda con Kira, su personaje. Al principio le costó tomarle la mano y esa inseguridad me parecía que ayudaba mucho. Me hacía mil preguntas y algunas yo ni siquiera quería contestarlas, hasta me reía de algunas. Que estuviese un poco incómoda era parte del chiste. Ahora, vos le ponés la cámara a Natalia y con su mirada hace lo que quiere. Es un lujo tener a una actriz así. Es lo más lindo del mundo y además es tremendamente expresiva. Puro carisma.
"“Siempre trato de adaptar los guiones en función al actor. A algunos directores les gusta pensar en el actor como una hoja en blanco: a mí me pasa todo lo contrario. Yo quiero saber cómo es el actor, qué oscuridades y matices me pueden ofrecer”"
Gastón Portal
-La película estaba lista para estrenarse el año pasado. Pero apareció la pandemia y otras películas argentinas en vez de llegar a los cines fueron directamente lanzadas en streaming. ¿Pudo pasarle eso a La noche mágica?
-No podía tomar una decisión así porque no soy el productor, pero les rogué a todos que esperáramos la vuelta del cine. Hay muchas cosas en la película, sobre todo en materia de sonido y fotografía, que se valoran mucho más de esa manera. Además es una historia un poco difícil por todo lo que comentamos. Estar dentro de una sala y concentrarse para verla me parece mucho mejor que seguirla en la pantalla de una computadora. En un momento estuvimos a punto de cerrar con una plataforma, pero por suerte las crisis argentinas ayudaron y no hubo acuerdo. Mejor, porque es una película pensada para ser vista en un cine.
–¿Por qué ahora te decidiste a hacer cine?
–Siempre creí que iba a hacer cine desde el comienzo. Puse una productora con la idea de hacer ficción. Lo que pasa es que PNP empezó a funcionar muy bien y terminé yendo para el lado de los archivos. Mientras tanto me puse a estudiar en la FUC. Soy de la misma camada de Szifron, Llinás, Jazmín Stuart, Ana Katz, Gaby Medina, Sebastián Aloi. Estábamos todos en la misma aula. Y nunca pude hacer ficción, solo algunos pilotos, hasta que decidí patear el tablero hace 15 años cuando se abrieron los concursos del Incaa. Ahí apareció Los sónicos y desde ese momento todas mis ficciones funcionaron siempre mejor afuera que acá.
–¿Cómo es eso?
–Ahora estoy haciendo una remake de Los sónicos para México y otra para Estados Unidos. Y me compraron la opción para hacer una película sobre esa historia en Inglaterra. Y de Las 13 esposas de Wilson Fernández hice una versión entera también en México. Yo me fui a Estados Unidos tres años y armé una productora de desarrollo de contenidos originales. Firmé un contrato muy bueno para trabajar en tres series por año a partir de esa premisa. Lo que mejor me sale es generar ideas.
–¿La noche mágica formó parte de alguno de esos proyectos?
–Yo tenía ese guion desde hace diez años. Y con un final mucho más jugado. Pero por una u otra cosa me lo fueron rechazando. Decían que era incómodo, muy fuerte. Y tengo tres guiones más escritos. Con el diario del lunes te digo que así como decidí patear el tablero y empezar un día con las series, pienso hacer ahora lo mismo con el cine, que es lo que quise hacer de entrada.
–A partir de esta película podrías darle continuidad a ese propósito.
–Es lo que más me interesa. De hecho estoy moviendo otros dos guiones para filmar. Esa es la prioridad. Tengo más posibilidades afuera que acá. Una es hacer la película de Las tres esposas de Wilson Fernández en México. Y después hay otra a partir de una novela que escribí y que próximamente va a publicarse.
-¿Por qué elegiste México?
-Porque tiene un mercado enorme y además está pegado a los Estados Unidos. En un momento se cayó allá el viejo modelo de la TV de aire, como pasó en muchos otros lugares, y ellos empezaron a pensar en hacer otras cosas para vender en plataformas. Ese era el nuevo negocio. Pero resulta que los mexicanos no tenían ese expertise y nosotros sí. Parece mentira, pero estamos en mejores condiciones para crear series y contenidos diferentes. Hablo de lo latino. Por eso empezaron a abrir el juego. Acá no se puede trabajar. Estuve dos años sin poder hacerlo. Por eso me fui.
–¿Por qué razón decís que acá no se puede trabajar?
–Tardé cuatro años para filmar esta película. Y mis series pudieron hacerse por los subsidios del Incaa. De otra manera no lo hubiese logrado. Lo que pasa también es que ahora no trabajás para México o para la Argentina, trabajás para el mundo. La televisión cambió. Antes, cuando yo empecé, todos nos peleábamos para ver quién era más original. Ahora, en cambio, te preguntan qué vas a copiar porque solo quieren hacer lo que ya está probado. Pero en un punto yo no me puedo quejar ni me siento un incomprendido. Siempre me sentí una persona caprichosa en el mejor sentido de la palabra, porque pude hacer lo que más me gustaba, sobre todo en la ficción.
–¿Qué se hizo de ese archivo impresionante con el que trabajabas en PNP?
–Todo el archivo más valioso, que va desde 1994 a 2008, lo tengo guardado todavía en VHS. Ese material no lo tiene nadie, ni siquiera los canales. Nunca logré que alguien se decida a invertir, por ejemplo, para hacer un museo de la televisión y pasarlo a digital. La única oferta que tuve fue de una empresa alemana. Hoy le ofrezco ese material a quien me escuche, al Estado, lo cedo para que alguien consciente de que se trata de un patrimonio cultural se decida a digitalizarlo, porque de lo contrario se pierde.
–Creaste con tu papá, Raúl Portal, un modelo de programas de archivo que hoy se mantiene.
–Hoy no tiene demasiado sentido hacer ese tipo de cosas. A veces me siento como Victor Frankenstein, porque fui el creador de ese monstruo. En PNP todos se reían con el blooper, pero nosotros trabajábamos toda la semana para darle un contenido a eso. El nuestro era un trabajo intertextual muy sofisticado, totalmente experimental, que no existía en ningún otro lugar en el mundo. Ahora se sigue haciendo sencillamente porque es barato.
–¿Cómo recordás hoy a tu papá?
–Si pudiera definirlo de alguna manera, mi viejo es como el niño de la película El tambor. Alguien que no quería crecer. Realmente era un chico, tanto que yo a los veintipico ya era como el padre de él y trabajaba para mí. Tenía una mirada muy clara sobre el absurdo de este mundo. De a poco la fui compartiendo con él a través de un trabajo de creatividad muy poderoso. Siempre nos propusimos deformar o transformar todo lo que teníamos alrededor. Además me alentó todo el tiempo a sostener mis ideas. Yo estuve en lugares ideológicamente muy diferentes a los de él. Con el tema Grassi, por ejemplo, yo estaba totalmente en contra de su postura. Pero en vez de tratar de convencerme prefirió que tuviera una mirada propia. Una vez un periodista le preguntó a la esposa de Einstein si ella entendía la teoría de la relatividad. Y respondió: “Yo al que entiendo es a Einstein. Y eso es lo más importante”.
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