Fue la mano de Dios: la memoria vital, apasionada y conmovedora de Paolo Sorrentino
En su película autobiográfica, Paolo Sorrentino entrega otra gran muestra de su cine exuberante, esta vez con unas cuantas referencias muy familiares para el público argentino
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Fue la mano de Dios (É stata la mano di Dio, Italia/2021). Dirección y guion: Paolo Sorrentino. Fotografía: Daria D’Antonio. Música: Lele Marchitelli. Edición: Cristiano Travaglioli. Elenco: Filippo Scotti, Toni Servillo, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Luisa Ranieri, Renato Carpentieri, Massimiliano Gallo, Betti Pedrazzi. Duración: 130 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: excelente.
Después de Alfonso Cuarón y Pedro Almodóvar, y antes de Steven Spielberg, le toca ahora a Paolo Sorrentino responder con una película de autor al impulso autobiográfico que parece surgir, inevitable, en la madurez de algunos grandes artistas del cine. Estas irresistibles memorias de adolescencia fortalecen todavía más, como si hiciera falta, la inconfundible mirada sobre el mundo que tiene el director de La gran belleza. Ahora, en primera persona y en clave retrospectiva.
Fue la mano de Dios es una silenciosa plegaria de agradecimiento narrada a corazón abierto que nace desde el dolor más profundo. Tal vez la única diferencia entre la obra previa de Sorrentino y esta película, mucho más íntima y confesional, pase justamente por la expresión contenida y ensimismada de Fabietto Schisa (un extraordinario Filippo Scotti), el personaje central del relato. Fabietto, casi no hace falta decirlo, es el propio Sorrentino en tiempos de adolescencia. El muchacho es toda una rareza en la expansiva, vibrante y ruidosa Nápoles de los años 80.
Mientras sus compañeros de colegio corren sin pausa en el patio detrás de una pelota de fútbol, Fabietto atraviesa el centro de ese lugar ajeno a todo el movimiento, como si se moviera en otro espacio y otro tiempo. “No tengo amigos”, confesará en algún momento. Pero nadie podría decirse que su identidad se aleja de la geografía que lo envuelve. Fabietto es napolitano hasta la médula. Observa y festeja las bromas que hacen (y se hacen) sus padres, late de deseo frente a la mirada voluptuosa de su tía Patrizia (Luisa Ranieri, inolvidable) y, sobre todo, sueña con la llegada de Diego Maradona al equipo de su ciudad. El fútbol y el ídolo argentino son sus pasiones, pero le gusta vivirlas siempre para adentro.
Desde esa postura silenciosa y reconcentrada Fabietto observa el mundo y empieza a imaginarse el futuro. El cine empieza a modelarse como destino en la mente “clásica” del muchacho. Primero alrededor de Fellini (referencia insoslayable de todo el cine de Sorrentino), que anda por allí buscando rostros para un próximo film, y más tarde en la reveladora compañía de un enérgico realizador napolitano, a quien le dice que “la realidad es horrible”.
Aquí está seguramente la clave de este relato de abrumadora y profunda sinceridad. En Fue la mano de Dios el paso del tiempo es una observación hecha desde el presente. En la postura de Fabietto, en sus movimientos y sobre todo en el ejercicio de la curiosidad está la mirada tierna y delicada que Sorrentino hace del pasado. El suyo y el del lugar que lo vio crecer. Toda la película es la crónica del camino que lo lleva a una decisión crucial: la vida no es otra cosa que el distanciamiento de las cosas y las personas que amamos.
Sorrentino confesó varias veces que no todos los recuerdos de esta autobiografía son literales y que hay hechos y personajes que son el resultado de sumas y acumulaciones. Más que citas o referencias literales, lo que importa es el universo que pinta Sorrentino con esas imágenes contundentes y poderosas que llevan su sello. Lo sacro y lo profano (o lo sublime y lo vulgar) en una misma secuencia, la belleza mediterránea (geográfica y humana), el desfile permanente de cuerpos excesivos o castigados por el tiempo, pero siempre exhibidos con orgullo y sin vergüenza. En este mundo es posible reírse de todo (y burlarse de todos), y también hay milagros que en algún momento pueden llegar a cumplirse.
También hay secretos y mentiras en la casa de los Schisa, pero a pesar de ellas la vida familiar tiene momentos esplendorosos. Un gran creador como Sorrentino sabe capturar la imagen completa de la felicidad en un solo plano. O iluminar cada encuentro entre el muchacho y sus padres (los formidables Toni Servillo y Teresa Saponangelo, dueños de una vitalidad exuberante) y llenar de conmovedor humanismo ese mismo vínculo cuando la desgracia se hace presente y la incertidumbre sobre el futuro, hasta allí contenida, parece convertirse en un vacío sin fin.
Fue la mano de Dios es una película de escapatorias, de búsquedas e intentos de salida a los desafíos que nos proponen la vida y el porvenir. Los personajes de esta historia sueñan con tener hijos, actuar en películas, festejar goles, vivir veranos eternos bajo el sol o tener una casa en las montañas. Sorrentino nos advierte que algunos de esos anhelos pueden aprisionarnos, convertirse en estériles o transformarse en oscuras e irreversibles pesadillas, pero también nos dice que solo podemos superar ese temor si no nos quedamos quietos y aprendemos a querer a la tierra que nos cobija sin tener que aferrarnos a ella.
Desde la memoria, la película también es un canto de amor a Nápoles, la ciudad en la que nació y creció el director. Amor a su inconfundible bahía (jamás retratada con tanta belleza), a algunos de sus mitos revisitados (como San Gennaro y el Monascello, ese pequeño monje que la leyenda popular define como portador de buena fortuna), a la poesía de Edoardo De Filippo y las canciones de Pino Daniele. Y también está llena de referencias para los espectadores argentinos. Vemos a los napolitanos festejar los goles de Maradona en el Mundial 86, nos reencontramos con el relato del “barrilete cósmico” y también escuchamos desde la banda de sonido al cello de nuestra compatriota Sol Gabetta. La película empieza con una cita del propio Maradona: “Hice lo que pude. No creo que me haya ido tan mal”. Con la ayuda de “la mano de Dios”, Sorrentino nos cuenta en retrospectiva que encontró mucho más que la salvación. Halló su destino.
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