Fernando Spiner y la maravillosa y extenuante aventura de hacer cine de ciencia ficción en la Argentina
A más de 20 años de La sonámbula, el director regresa al género con Inmortal, que tras pasar por varios festivales internacionales, llega este jueves a las salas
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En 1998, Fernando Spiner demostraba con La sonámbula que el cine de ciencia ficción era posible en la Argentina. El realizador, formado en el Centro Sperimentale Di Cinematografía de Cinecittá (donde tuvo como profesores a Gianni Amelio y Furio Scarpelli), devolvía con esa película futurista coescrita junto a Ricardo Piglia y con la colaboración de Fabián Bielinsky, la experimentación de un género que tuvo antecedentes ilustres como Invasión, de Hugo Santiago, pero que fue siempre una deuda pendiente.
Dos décadas más tarde, Spiner regresaría a un set de filmación para retornar al género fantástico con Inmortal, donde a diferencia de su recordada ópera prima, Buenos Aires no es el ámbito de la memoria borrada sino la puerta de entrada a un universo paralelo adonde van los difuntos. En cierto sentido, la memoria aprisionada es el vínculo que une a estas dos películas desde donde Spiner, que coqueteó con el género en tono de comedia con Adiós, querida Luna, vuelve a instalarse en la dimensión fantástica. LA NACION dialogó con el también realizador de Ciudad de pobres corazones, Aballay y La boya y de series como Bajamar y Los siete locos, sobre la película metafísica protagonizada por Analía Couceyro, Belén Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, y Patricio Contreras que llega hoy a los cines, tras competir en Sitges, ser presentada en Mar del Plata y ganar el premio a la música en Trieste.
-¿Por qué volver al género de la ciencia-ficción con Inmortal?
-Es una pregunta que yo también me hago. En una época pensaba como un mandato, que siempre había que cambiar y abordar nuevos universos, sigo valorando eso y es muy divertido vivir experiencias completamente nuevas, pero con el tiempo, fui comprobando que cuanto más trabajás en algo, cuanto más rumiás alguna cuestión, crecen las posibilidades de abordarla con mayor certeza. Igual nada te garantiza nada, en cada nueva vivencia somos diferentes y son distintas las coyunturas, que en el cine son algo clave. Lo cierto es que en los últimos años me han dado ganas de revisitar experiencias del pasado. Volver a filmar un western o una de astronautas, volver a filmar en Italia, o hacer un policial como mi primer corto, o cosas imposibles, como una película con Luis Alberto Spinetta de protagonista, pero siempre con la intención de hacer algo nuevo y diferente a lo anterior.
-¿Cuánto cambio el género de ciencia ficción desde entonces hasta ahora?
-Creo que los adelantos tecnológicos han cambiado bastante al género, pero las grandes películas que lo iluminan siguen siendo las mismas; primero Metrópolis, de Fritz Lang; también Solaris o Stalker, de Tarkosvky; La muerte en directo de Bertrand Tavernier; Alphaville, de Jean-Luc Godard, Fahrenheit 451, de Francois Truffaut; Blade Runner, de Ridley Scott, o La Jete, de Chris Marker, por citar algunas de un largo listado.
-¿Cuáles son sus referencias para esta película?
-Para Inmortal pensé y me inspiró mucho la trilogía órfica de Jean Cocteau, especialmente la película Orfeo, de 1950. Me interesó mucho el modo simple en el que el protagonista accede al mundo de los muertos y la sencillez con que se cuenta ese mundo con efectos mecánicos muy simples y efectivos, y también la idea del amor entre los muertos y los vivos. Por supuesto que todo eso está llevado en Inmortal a un entorno muy porteño y actual, intentando asentar todas las decisiones en nuestras propias cuestiones, lo que lo hace un relato muy argentino.
La historia de Inmortal, coescrita por el realizador esta vez junto a Eva Benito y Pablo de Santis, presenta a Ana, que vuelve a Buenos Aires luego de la muerte de su padre y a través de su viuda descubre que un extraño científico trabaja en la convivencia entre los muertos y los vivos. Ana es Belen Blanco, el padre es Patricio Contreras, la viuda Elvira Onetto y el científico es personificado por Daniel Fanego: “Hay una anécdota muy divertida. Cuando empezamos a hablar de la película con Fanego, le conté del personaje del científico que descubre un mundo paralelo que está dentro de una bola de energía donde esta Buenos Aires, vacía, en construcción… Y el tipo me miraba, medio con una mueca de sonrisa, ante mis locuras inconcebibles. Y me dice: ‘¿Me prestás tus anteojos?’, ‘¿Me prestás tu saco?’, y agrega: ‘Yo me voy a inspirar en vos para hacer este científico loco, porque vos estás loco contando toda esta locura en la que nos querés meter, además con un presupuesto tan exiguo y en un contexto de crisis económica tan grande’, tiempo después la película se proyecta en el Festival de Cine Fantástico de Trieste y se podía ver online y le avisé a mis amigos de Roma y de la Escuela de Cine y muchos me decían: ‘¡No sabíamos que el protagonista eras vos!’”.
-¿Hay una complejidad extra en lo técnico a la hora de hacer ciencia ficción en la Argentina?
-Decididamente, y de manera muy especial en el cine independiente. Inmortal es una película fantástica construida de manera artesanal, y decir artesanal para el fantástico es muy complejo, casi una contradicción, porque el universo fantástico que ha instalado Hollywood es espectacular. Y cuando digo artesanal, y lo digo con mucho orgullo, de ningún modo me refiero a algo hecho a medias, todo lo contrario, para citar un ejemplo, en las actuales películas grandes del género, sólo en los procesos de postproducción participan cientos de empresas y personas. En Inmortal, en cambio, esos mismos procesos los realizó una sola persona en su departamento, solo que lo hizo a lo largo de casi dos años. Eso convierte a nuestra película en una rareza, y eso mismo es lo que le da una identidad única, exponiendo de manera evidente nuestro deseo de contar maravillas fantásticas con muy escasos medios. Haciendo algo pequeño con tremenda pasión. De algún modo pienso, con gran admiración, en la mejor literatura fantástica argentina, la de Borges, Bioy Casares, Cortázar, Oesterheld, o el mismo Ricardo Piglia, y lo que veo allí mucho más que espectacularidad es ingenio, humanidad y universos únicos.
-¿Cuál fue la escena más difícil de resolver en esta película?
-La dificultad estuvo sobre todo en hacer la película en una coyuntura muy difícil para el cine independiente argentino, y en sostener la convicción de contar una historia fantástica con muy pocos medios, pero con gran alegría y disfrute. Fue muy divertido filmar en un estudio todo pintado de croma, con los actores en medio de la nada, para luego en los fondos ir aplicando como un rompecabezas imágenes de Buenos Aires hasta construir una ciudad vacía, en construcción, a la que llamamos Leteo, como uno de los ríos del Hades, que al beber de sus aguas provocaba el olvido, y luego ver durante la fase más dura de la pandemia que esa ciudad vacía se había convertido en real
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