Fernando Juan Lima, vicepresidente del Incaa: "La Constitución nos obliga a proteger al cine"
El funcionario anticipa que el eje de su gestión será el estímulo a la diversidad
Pasaron cuatro meses desde el momento en que a Fernando Juan Lima le ofrecieron ser el vicepresidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales ( Incaa ) y la publicación del decreto con ese nombramiento en el Boletín Oficial el pasado jueves 3.
Dice el flamante funcionario, con una amplia sonrisa, que todo ese tiempo se insumió en "ponernos de acuerdo" con quien lo convocó. Ralph Haiek , el presidente del organismo. Y que no hubo durante ese extenso paréntesis deliberación alguna alrededor de su nombre dentro de la comunidad audiovisual o en el interior de Cambiemos.
Juan Lima (apellido compuesto expuesto todo el tiempo a la confusión) espera construir junto a Haiek una gestión basada en las "miradas complementarias" entre presidente y vice. Respalda sus dichos en la irreductible independencia que le exige el lugar que ocupó durante casi toda su vida profesional. Habla con LA NACION en el despacho que ocupará en el cuarto piso del edificio del Incaa, pero todavía no comenzó a ejercer sus funciones porque aguarda la resolución del trámite de su pedido de licencia en la Justicia, donde hizo la carrera completa: meritorio, secretario, juez de primera instancia y luego de Cámara en lo Contencioso Administrativo de los tribunales porteños.
"Siempre fui independiente -explica-. Trabajar como juez significa tomar distancia de todas las posiciones partidarias, que en lo personal tengo como cualquier persona. Pero desde esta función no me corresponde expresarlas, sobre todo porque hay cuestiones esenciales en las que deberíamos estar de acuerdo, dado que existe un mandato constitucional en ese sentido."
-¿En qué consiste?
-Estamos obligados por la Constitución Nacional a apoyar la cultura y proteger a nuestro cine, con lo cual la idea de que el Estado va a dar un paso al costado en ese sentido no es posible, aunque alguien lo quisiera. Lo ideal sería que no se dieran barquinazos de gobierno a gobierno y que las políticas se mantuvieran en el tiempo. Sin embargo, con sus más y sus menos, esto último es lo que viene sucediendo en la Argentina desde la recuperación democrática. Incluso en la década del 90 la presencia estatal fue constante en el caso del cine.
-Estamos hablando de políticas públicas.
-Es que el cine no podría existir en ninguna parte sin apoyo estatal. Ni siquiera en los Estados Unidos. Esto alcanza para alejar cualquier fantasma. No hay opción. Estamos obligados por la Constitución. El tema es hacerlo de manera inteligente y eficiente. Hay que construir sobre lo construido, que es mucho. Tenemos un muy buen cine, muy diverso, con mucha producción. Y con muchas cosas para mejorar. Eso sí: una cosa es escuchar a todas las entidades de la industria, algo clave en la dinámica de funcionamiento del instituto, y otra muy distinta es tomar decisiones. En el Incaa se hace política cultural y el cine es una política de Estado.
-¿Va a ser el interlocutor de las instituciones de la comunidad audiovisual?
-Yo estoy para ayudar al diálogo, al consenso. Y hacerlo a partir de una idea de equipo. Hay recelos, miedos y temores al cambio, que son muy lógicos. Me parece bien que cada uno quiera defender lo conseguido. Pero la meta es aprovechar lo mucho y muy bueno que tiene el cine nacional para mejorarlo.
-¿Qué es lo que habría que mejorar?
-Creo que el acento se puso casi únicamente en la producción, que es mucha y muy buena, además de diversa. Pero sin distraer los fondos y los recursos destinados a ese objetivo, creo que debemos prestarle atención a la distribución, que está muy concentrada, y a la exhibición. Tenemos muy pocas ventanas, no hay un circuito de exhibición alternativo. Lo mucho y muy bueno que se hizo con los Espacios Incaa debería ampliarse. Trabajar estrenos simultáneos en distintos lugares del país, actuar sobre la grilla. Todas las semanas alguno de los estrenos medianos o chicos del cine argentino se cae dos días antes, con la campaña de publicidad ya hecha, porque no tiene pantallas. El riesgo es el de la profecía autocumplida: el que hace la película la quiere estrenar como sea, y a veces ese "como sea" es estrenar mal, tarde y para que muy poca gente la vea.
-Ahí es donde aparecen los tanques de Hollywood que acaparan la mayoría de las pantallas.
-Decir que la gente elige ver tanques en lugar de cine argentino es una verdad a medias. Necesitamos que haya grandes películas taquilleras, que llegan al gran público y además acercan recursos a las arcas del instituto. Y también tanques argentinos, porque necesitamos construir nuestro propio star system. Pero al mismo tiempo también necesitamos de las pequeñas, que son las que corren los límites, las que nos llevan a pensar el cine de otra manera, las que llevan nuestro cine a los mejores festivales del mundo.
-De nuevo la diversidad como bandera.
-Es que no hay verdadera elección cuando tenemos 780 copias contra dos. Cuando uno se entera de que la película se va a exhibir recién uno o dos días antes del estreno. Cuando se pasa sólo en dos horarios. Es un tema a conversar con todos los actores de la industria, porque regular siempre implica tratar de ponernos todos de acuerdo. Si en vez de producir 180 películas por año resulta que hacemos todo bien y hacemos todavía más cine argentino, ¿dónde las vemos? ¿Cómo se exhiben? ¿De qué nos sirve?
-¿Qué opinión tiene sobre la actual ley de cine?
-Hay aspectos para mejorar y modernizar. Pero a título absolutamente personal creo que no es el momento de hacerlo. Meterse hoy con la ley sería la peor señal para todos, cuando todavía hay cierta desconfianza en esta gestión, que demostraremos totalmente infundada. Si con los hechos demostramos que va a haber más cine y más apoyo a la producción, eso significa que habrá más fondos disponibles. Hoy nos encontramos con cierto caos normativo, no sabemos muy bien cuál es la regulación vigente. Con que todo esté ordenado y previsible, vamos a mejorar muchísimo.
-Como hombre de la justicia, ¿cuál fue su reacción frente a las denuncias e investigaciones que marcaron el último tiempo del Incaa y forzaron el relevo del anterior presidente?
-Lo vi todo de afuera, estoy haciéndome cargo ahora de la función, pero hay cuestiones que no deberíamos confundir. Luchar contra la corrupción es algo irrenunciable para cualquier funcionario público. Si advertimos algo indebido tenemos la obligación legal de denunciarlo. Pero no nos podemos quedar sólo en esa pelea. Estamos acá para gestionar. Necesitamos un instituto y una industria en marcha, y poner el acento en una especie de auditoría permanente es un error. Investigar el pasado no es nuestra función principal, lo cual no quiere decir consentir o tapar nada. Por eso aparecieron en un momento la Oficina Anticorrupción y la Justicia. Pero no hubo ninguna intervención de esos organismos en el Incaa. Y los últimos números que se difundieron demuestran que se siguen haciendo películas. No debe tolerarse ningún tipo de corrupción, pero no podemos dar esa falsa impresión de decir: llegamos, frenamos todo y nos ponemos a investigar.
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