Fantasías de ayer y de hoy
Disney: con un esquema similar al del clásico de 1940, "Fantasía 2000" vuelve a relacionar grandes partituras e imágenes.
Walt Disney conoce los ingredientes de la magia. Por eso puede darse el gusto de desempolvar un viejo clásico para aggiornarlo a las nuevas recetas del milenio. De esa fórmula, aprendida durante décadas, surgió "Fantasía 2000", un film nacido de aquel otro "Fantasía" que revolucionó a los cines allá por 1940.
Pero lo cierto es que entre una y otra película hay muy poco parentesco. Las dos están divididas en ocho secciones, es cierto. Pero en la nueva versión -que Disney estrenó en diciembre último, en casi todo el mundo y en una costosa gira que incluyó a la Filarmónica de Londres tocando en vivo, con la batuta de James Levine- hay un solo rastro del ADN paterno: el ratón Mickey. Más precisamente, aquel memorable "El aprendiz de brujo".
Hoy, sesenta años después, Mickey vuelve a repetir su travesura. Aquella que nació de la mano del propio Disney, cuando quiso transformarlo en "El aprendiz de brujo" y terminó convirtiéndolo no sólo en el primer embrión del film, sino en un clásico de todos los tiempos.
Claro que, para trascender tanto tiempo, su parte tuvo que ser sometida a un lifting tecnológico. El resultado: un Mickey en tono más sepia que, aun en esa gama, no desentona con el resto de la propuesta. Y eso aunque las otras siete partes del film, movidas según los ritmos de la música clásica, lleven consigo los genes auténticos de la tecnología y los trazos heredados de los tiempos y los dibujantes modernos.
Contrastes animados
Para abrir la historia, que se verá a partir de mañana en 39 salas, Disney prefirió prestarle sus dibujos a la Sinfonía Nº 5, de Beethoven (en lugar de la Nº 6, que inauguraba el viejo film). Con esa música de fondo, una serie de imágenes abstractas se debate en un enfrentamiento que asemeja la pelea entre el bien y el mal.
Acto seguido llegan "Los pinos de Roma", de Ottorino Respighi. Y en este caso, el 2000 se hace completamente presente con la animación computarizada tridimensional. Tanto recurso está puesto al servicio de la historia de un pequeño ballenato que queda prisionero entre toneladas de hielo y sus padres no pueden encontrarse con él.
Luego le toca el turno a "Rapsodia en azul". El director artístico, Eric Goldberg, responsable de "Pocahontas", eligió homenajear con ese fondo al caricaturista Al Hirschfeld. Así, ambientó el relato en la Manhattan de la era del jazz, con soñadores y perdedores que finalmente pueden, por obra y gracia de la mano del dibujante, cumplir sus deseos.
El clásico siguiente llega de la mano de aquel conocido cuento infantil de Hans Christian Andersen, "El soldado de hojalata", y el Allegro del Concierto para piano Nº 2, Opus 102, de Shostakovich.
Aquí, como en "El aprendiz...", los dibujos parecen un tanto viejos. Pero en este caso es a propósito: el director de animación, Hendel Butoy, se inspiró en una serie de bocetos realizados justamente en 1940 por uno de los artistas de la Disney. Y sobre la base de ellos recreó las desventuras de ese pobre soldadito de hojalata al que le falta una pierna y que, pese a todo, se las ingenia para salvar a la bailarina de la caja musical.
Cada movimiento es único. No existe ninguna relación con el que lo precede o el que le sigue. El contraste parece la regla. Entonces, en esa paleta, no desentonan "El carnaval de los animales", de Camille Saint-Sa‘ns, donde un grupo de siete flamencos se enredan en la soga de un yoyó. O la historia protagonizada por el pato Donald, al ritmo de "Pompa y circunstancia", que aquí lleva adelante la historia del arca de Noé. O la "Suite del pájaro de fuego", de Igor Stravinsky, encargada de cerrar la película.
Sesenta años después, Walt Disney sigue manejando los hilos de la magia. Con mucha más tecnología a su disposición. Pero con el mismo talento.
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