Fallida historia sobre un par de estafadores
Se pierde en vueltas de tuerca y afectaciones
Los estafadores (The Brothers Bloom, EE.UU./2008, color; hablada en inglés). Dirección y guión: Rian Johnson. Con Rachel Weisz, Adrien Brody, Mark Ruffalo, Rinko Kikuchi, Maximilian Schell. Fotografía: Steve Yedlin. Música: Nathan Johnson. Edición: Gabriel Wrye. Presenta Alfa. 109 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular
Difícil divertirse con una comedia de estafadores si no hay empatía con sus personajes, y menos aún si los arriesgados golpes que proyectan resultan demasiado intrincados, demasiado largos y, por lo general, más interesantes cuando se describen que cuando se concretan. No es culpa de los actores: si el film captura a ratos la atención de la platea es porque Mark Ruffalo y Adrien Brody intentan poner algún rasgo humano en criaturas que tienen poco de carne y hueso y mucho de construcción literaria y pretenciosa, y porque Rachel Weisz se divierte bastante componiendo a la extravagante y polifacética heredera que le tocó en suerte.
También ayudan el marco exótico y variado en que transcurren las aventuras -las complejas estafas llevadas a cabo por los hermanos Bloom exigen saltar de país en país-; la admirable fotografía de Steve Yedlin, que sabe sacar el mejor provecho de esos escenarios, y los atractivos de la banda sonora, aunque ésta sea empleada -también sucede con la luz- como efecto sorpresivo para hacer avanzar la acción espasmódicamente, a puro impacto, a pura fosforescencia.
Petulancia
Lo exterior, ya se ve, ha sido muy cuidado. Lamentablemente, en el guión pasa lo mismo: la historia de los huérfanos que desde chicos han vivido de su astucia para timar al resto del planeta atiende más a la especulación formal que al contenido narrativo. Rian Johnson pone en boca de sus actores diálogos rebuscados, llenos de citas y disparados a velocidad de clip. Y la propia base del conflicto central desnuda su petulancia. Uno de los hermanos, Stephen, escribe los timos "como los rusos escribían sus novelas"; el otro, Bloom a secas, es insuperable para concretarlos. Pero un buen día se cansa de vivir en las ficciones de su hermano y quiere "vivir una vida no escrita". Ahí entra la linda millonaria para el golpe de despedida y para el amor.
Como si hubiera habido pocos, nuevos giros se acumulan sobre el final. A esa altura, quedó claro que el director quiere ser Wes Anderson. Tras tanto artificio para tapar el vacío y tanta broma sobre verdadero/falso, cabe preguntarse si Johnson mismo no será también un fraude más.
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