Fabián Bielinsky: a 15 años de la muerte del joven director que dejó huella en el cine nacional
Ricardo Darín, Gastón Pauls y Fernando Spiner recuerdan el trabajo detrás de grandes películas como Nueve reinas y El aura
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Hablar de Fabián Bielinsky es hablar de cine. No solo por su enorme aporte como guionista y director, sino también por ser un tema que lo entusiasmaba tanto que enseguida le transmitía esa pasión a su interlocutor. Entrevistarlo era repasar el cuestionario de rigor, apagar el grabador y seguir charlando indefinidamente sobre películas; siempre, por supuesto, haciendo base en el cine norteamericano de la década del 70 que tanto le gustaba.
Al cumplirse 15 años de su muerte, Gastón Pauls confirma en diálogo con LA NACION esta faceta que lo convertía en un hombre tan especial: “Mi primer encuentro con Fabián fue hermoso. Entré a una oficina y él estaba leyendo el guion de Nueve reinas. Empezamos a hablar de lo que él tenía ganas de contar y de cómo quería contarlo, y entonces le hice un comentario sobre una frase en el texto que estaba también en La sonámbula, película en la que trabajé y en la que él había formado parte junto a Fernando Spiner y Ricardo Piglia. Me miró y me dijo: ‘Listo, descubriste mi engaño. Podés hacer el personaje’”.
Fue difícil resistir la tentación de preguntarle al actor a qué frase se refería, pero esa reacción no habría sido digna de una nota sobre Bielinsky. Por el contrario, lo correcto era volver a ver ambas películas e intentar resolver el misterio.
El sueño de la imagen en movimiento
El primer contacto de Fabián Bielinsky con el séptimo arte no fue a través de una pantalla, sino en las páginas del libro Historia Del Cine, de Georges Sadoul. Su padre, crítico aficionado, tenía abundante material cinéfilo que hijo repasaba, las fotos cobraban vida en la mente del futuro director.
Enseguida sí, llegaron las tardes entre butacas: “Mientras mis amigos se iban a jugar a la pelota yo iba a ver un mínimo de dos películas por día -contaba en 2005-. Incluso desarrollé toda clase de trucos para poder entrar a ver aquellas que eran prohibidas para menores, porque el deseo por ver películas era más fuerte que cualquier limitación”. Entre esos trucos estaba el de hacerse pasar por mudo, pidiendo una entrada a través de un papelito escrito a mano y apelando a la sensibilidad del boletero.
Terminado el secundario en el Nacional Buenos Aires, y luego de un devaneo con la carrera de Psicología, Bielinsky se decidió a estudiar cine. Ni bien terminó ya tuvo su primer trabajo como meritorio de dirección, inicio de un camino en el terreno técnico que mantuvo durante casi veinte años. Eterna sonrisa de New Jersey, de Carlos Sorín (donde se hizo buen amigo de Daniel Day-Lewis); Alambrado, de Marco Bechis; No te mueras sin decirme adónde vas, de Eliseo Subiela, Sotto Voce, de Mario Levin; la ya citada La sonámbula; El secreto de los Andes, de Alejandro Azzano; y Cohen vs. Rosi, de Daniel Barone; además de publicidades junto a maestros como Wim Wenders, y alguna colaboración autoral en televisión como fue el caso de la serie Bajamar, de Fernando Spiner. Con todos trabajo, de todos aprendió.
“Nos conocimos en 1985″, cuenta Spiner a LA NACION. Los dos trabajábamos de asistentes de dirección en largos y cada uno había hecho un cortometraje: él La Espera y yo Testigos en cadena. Nos hicimos muy amigos, íbamos a ver muchas películas juntos, como dos enfermos fanáticos del cine que éramos. De su mano descubrí el mejor cine norteamericano, porque él era fanático, y yo aportaba el europeo en el que me había formado, especialmente el Italiano. Este era un punto de discusión permanente con el que ambos nos divertíamos mucho”.
El destino también los reunió como docentes de la escuela de cine de Eliseo Subiela. “Él le propuso a Fabi ser director académico, entonces me llamó para que compartiéramos esa tarea. Dábamos clases juntos, y creo que en esa experiencia aprendí más de cine que nunca antes. Fabián tenía muy claro siempre qué era lo importante y tenía el don de transmitirlo con gran simpleza. Teníamos el plan de hacer un viaje en auto de Los Ángeles a New York, que siempre se posponía por alguna película que surgía para trabajar como asistentes”, recuerda Spiner.
Hasta que un día, el hombre que nunca creyó tener la fortaleza para cruzar la línea y convertirse en director, finalmente la cruzó. Ya había intentado con éxito internacional sumergirse en el cortometraje, por lo que Fabián suspendió todo trabajo y se encerró a escribir el guion de su ópera prima. Precavido, había pedido plata prestada a sus padres para que el parate laboral no repercutiera en el seno familiar.
Fueron meses encerrado, escribiendo, inspirándose en recortes periodísticos e historias familiares sobre “cuentos del tío”, hasta llegar a darle forma a ese rompecabezas de estafadores y estafados que luego se convirtió en Nueve reinas.
El debut que le cambió la vida
La pregunta es: ¿Qué se puede decir de Nueve reinas que no se haya dicho? Evidentemente no que fue vista por un millón y medio de espectadores en su estreno en salas nacionales, ni que cosechó 30 premios internacionales, mucho menos que se estrenó en 22 países y que le abrió a su director las puertas de la industria a nivel mundial. Todos estos datos junto a centenares de otros se repiten prolijamente cada vez que se le rinde homenaje a esta película emblemática del cine argentino, con características de obra maestra.
Ricardo Darín ofrece su mirada en diálogo con LA NACION: “Nueve reinas demostró que en nuestro país se podía hacer cine de otra manera, a un nivel que tanto admiramos en producciones de Estados Unidos, Francia o Italia. Y creo que eso sí marcó un cambio muy grande, y sobre todo fue un ejemplo para los cineastas que vinieron después. Fue la luz que señaló un nuevo camino”.
Sin embargo, ese camino de gloria no apareció inmediatamente. Con el título provisorio de Farsantes, el guion estuvo terminado en 1995, pero como el mismo Bielinsky explicaba entonces, “por diferentes razones, nadie quiso producirlo”.
Sin más puertas que golpear, el director lo presentó en un concurso de “Nuevos talentos” que organizaba la productora Patagonik. “Pasaron muchos meses, tantos que ya me había olvidado que lo había presentado. Entonces un día suena el teléfono y eran ellos que me decían: ‘Ganaste, vamos a producir tu película’. No lo podía creer”.
Con el orgullo de haber sido el mejor de entre 260 trabajos presentados, y las condiciones de producción dadas, el paso siguiente fue elegir al elenco. A Bielinsky le gustaba mucho Ricardo Darín como protagonista, pero había un problema de base: era “demasiado simpático”. Con Gabriel Goity como opción, el director se decantó por el primero pero con una salvedad: su personaje jamás sonreiría, pasara lo que le pasara. Y así fue como el actor, asociado hasta entonces con la comedia, aceptó cambiar de registro y de corte de pelo para convertirse en Marcos, ese delincuente egocéntrico y experto en estafas que “se las sabe todas”.
Para el coprotagonista se había pensado en Leo Sbaraglia. Pero el rodaje de Plata quemada y un inminente viaje a España lo llevaron a decir que no. Contra reloj surgió el nombre de Gastón Pauls, y así fue como el destino armó a la mejor dupla que la película podría haber tenido. Hoy es imposible imaginarse a Marcos y a Juan interpretados por otros actores.
El resto de la historia es conocida. Aquella fábula de mentiras, de una realidad ilusoria construida a la medida del engaño al incauto, no era más que un reflejo del cine en sí mismo, que sin explicitarlo actúa de la misma manera. Porque mientras el Marcos de Darín y el Juan de Pauls desconcertaban con inteligencia a sus víctimas para volverlas funcionales a su plan maestro, Bielinsky hacía lo mismo con el público. Y tanto en la vida real como en la ficción todos cayeron rendidos a sus pies.
Durante el rodaje hubo anécdotas de las que se supo poco. Como la caída de Gastón Pauls en la escena de la corrida en Puerto Madero que terminó en fractura de pierna y obligó a alterar el plan de filmación hasta que se recuperara. O el segundo intento de registrar ese momento semanas más tarde, cuando fue Darín el que cayó de la misma manera, lastimándose también él.
Fue incluso poco difundida la mecánica de rodaje. Siendo una película de bajo presupuesto, muchas de las escenas callejeras de Nueve reinas fueron filmadas con personas comunes en el rol de involuntarios extras. Con las cámaras escondidas en camionetas, un asistente daba la orden, los actores salían de su escondite, decían sus líneas y se refugiaban nuevamente. En general el método funcionó, salvo cuando la gente los reconocía y les gritaba: “¡Ey, Ricardo!”, “¡Hola, Gastón!”, malogrando toda la secuencia.
Pero tal vez lo más trascendente del rodaje del film haya tenido que ver con un cambio interno de Bielinsky relacionado a su presente, y también a su futuro: “Cuando empecé a filmar Nueve reinas en mi cabeza seguía siendo un asistente de dirección. Además de pensar en dónde poner la cámara, estaba atento a la agenda de los actores o pensaba ‘Si hago este plano vamos a tener que cortar el tránsito allá’. Entonces me empezaba a complicar. Pero en un momento la cabeza me hizo ‘clack’ y dije: ‘Que se angustie otro si mañana llueve o no llueve’. Recién ahí pude dejar atrás mi etapa anterior”.
La traición de Hollywood
El 19 de abril de 2002, Nueve reinas se estrenó en Estados Unidos, dándose un fenómeno histórico: dos películas argentinas (la otra era El hijo de la novia) se exhibían simultáneamente en Norteamérica. El apellido Bielinsky comenzó a sonar en lugares tan presuntamente infranqueables como Sony Pictures, Universal, Fox, que enseguida lo invitaron a sentarse con ellos para discutir una remake. El director se reunió con todos y finalmente cerró con la productora Section Eight, de Steve Soderbergh y George Clooney.
El resultado fue un fiasco que se llamó Criminal (en nuestro país ni siquiera se estrenó comercialmente sino que se editó directamente en video y DVD), y por suerte muy poca gente se acuerda de ella.
Si bien esta película fue la “remake oficial” de Nueve reinas, no fue la única. El concepto creado por el realizador funcionaba tan bien, que muchos lo imitaron o directamente lo copiaron. Cuando se estrenó Focus: Maestros de la estafa (2005) con Margot Robbie y Will Smith, los fans creyeron ver algo más que una inspiración en Nueve reinas, con el agravante que el film se filmó en nuestro país. Otro caso para mirar de reojo fue el de Los tramposos (Matchstick Men), película de 2003 protagonizada por Nicolas Cage y dirigida por Ridley Scott.
Sin embargo en ninguno de los dos casos las pruebas fueron tan contundentes como la adaptación india Bluffmaster (2004), donde la misma idea es adaptada a la idiosincrasia local de manera risible. Pero quien se lleva el premio a la clonación es el tercer capítulo de la segunda temporada de la serie británica Hustle. Tanto su trama como varias de sus escenas parecen calcadas de la obra de Bielinsky.
Mientras más de uno trataba de imitarlo, el plan del ahora exitoso realizador era otro: la adrenalina estaba en saltar una vez más al vacío y hacer exactamente lo contrario de lo que esperaban de él, aun aceptando el riesgo a perder todo lo conseguido. Y así nació su segunda y última película: El aura.
El vértigo de filmar sin red
“En El aura -reflexiona su protagonista, Ricardo Darín- Fabián hizo lo que nadie hace. En vez de sentarse en los laureles buscó un nuevo camino, buscó más riesgo. Entonces demostró que también podía hacer una película de la oscuridad y de la textura que tiene El aura, que es totalmente distinta a Nueve reinas. Así nuevamente constituyó, de acuerdo a lo que hablé con varios directores, una línea de trabajo que otra vez muchos siguieron”.
A Bielinsky le gustaba decir que su nueva película en realidad era muy vieja. Y es que la idea detrás de ese taxidermista parco, observador y convencido de poder ser mejor que el mejor de los criminales, la había escrito a los 22 años, desde entonces dormía en un cajón bajo el título de Un amigo del señor Dietrich.
“No tiene nada que ver con mi película anterior, ni el ritmo, ni el tono, ni la atmósfera. Para mí fue entrar en un terreno desconocido”, explicaba el director en un documental. Lo mismo pasó con Darín, que por segunda vez se ponía en sus manos y ofrecía otra actuación notable, y bien alejada de sus papeles habituales.
Aunque no alcanzó los números de recaudación de Nueve reinas, y a pesar de su construcción sombría y por momentos hermética, El aura fue también aplaudida por público y crítica, que volvían a extenderle al realizador un cheque en blanco, ansiando verlo materializado en una tercera producción. Comenzaba el 2006, y toda noticia que llegaba con su nombre era recibida con entusiasmo. Todas menos una.
El miércoles 28 de junio, Fabián Bielinsky falleció mientras dormía en un hotel de San Pablo, ciudad a la que había llegado para dirigir el casting de una publicidad. Su última aparición pública había sido apenas unos días antes, en la ceremonia de entrega de los premios Cóndor de Plata organizada por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, donde El aura se alzó con los rubros mayores de la noche.
“Su muerte fue algo dolorosísimo -recuerda hoy Gastón Pauls- porque te puedo asegurar que tenía todavía muchísimo para decir. Yo había hablado con él unos meses antes y lo ví con muchas ganas de seguir haciendo cosas. Todavía hoy Nueve reinas me genera una sensación agridulce, por un lado es una película a la que le estoy muy agradecido porque me ha abierto muchas puertas, pero también está ese dolor de no poder seguir compartiendo cosas con Fabián, alguien a quien yo quise muchísimo y con el que me entendía muy bien”.
Esa tristeza por la ausencia, inalterable al paso del tiempo, también es compartida por Darín: “No soy objetivo cuando digo que era un tipo maravilloso. Muy derecho, muy franco, muy inteligente. Trabajar con él codo a codo fue un gran aprendizaje para mí, porque como director me enseñó a entender cómo funciona el cine. Y como amigo, todavía no pude borrar su nombre y su teléfono de mi agenda de contactos. Eso creo que es una síntesis de lo que lo extraño y lo que me dolió su desaparición. Quedé ligado a su familia, a Cristina y a su hijo, que siempre son muy amables conmigo. Lo extraño muchísimo”.
Para Spiner, la carrera de su amigo no tenía techo: “Nos perdimos de ver algunas películas más suyas, que seguramente habrían sido geniales, como fueron las dos que hizo. Fabián era muy obsesivo y meticuloso, sabía mucho, era muy certero, y lo transmitía al equipo técnico de un rodaje, como pocos. Eso, sumado a su gran conocimiento del inglés, eran elementos que lo habrían destinado a hacer una carrera extraordinaria como director en Hollywood, siguiendo la línea del gran Hugo Fregonese. Para mí siempre fue una gran referencia, y su partida una tremenda tristeza”.
En tantos recuerdos, que son sentimientos compartidos, está la esencia de Fabián Bielinsky. Un hombre que era tan feliz haciendo y mirando cine, que hasta armó una colección de sus películas favoritas para dejarle como legado a su hijo, para que al crecer este disfrutara de la misma magia que lo había subyugado a él.
Y con respecto a aquella frase que se repetía tanto en La sonámbula como en Nueve reinas, después de un par de horas la encontré. ¿Y ustedes?
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