Estrenos de cine: Petite Maman es una bella metáfora del vertiginoso periplo desde la infancia a la adolescencia
La directora francesa Céline Sciamma invita a reencontrarse en la mirada que permitía ver castillos, animales y paisajes encantados en la forma incierta de las nubes, en una historia con ojos de infancia
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Petite Maman (Francia, 2021). Dirección y guion: Céline Sciamma. Fotografía: Claire Mathon. Montaje: Julien Lacheray. Música: Para One. Elenco: Joséphine Sanz, Gabrielle Sanz, Nina Meurisse, Margot Abascal, Stèphane Varupenne. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 72 minutos. Calificación: Apta pata todo público. Nuestra opinión: excelente.
Reconocida en la escena francesa desde su ópera prima Naissance des pieuvres, el nombre de Céline Sciamma se hizo mundialmente famoso en el exigente panorama del cine de autor por Retrato de una mujer en llamas -de reciente estreno en los cines argentinos- gracias a su paso por el Festival de Cannes, donde ganó el premio al mejor guion, y por otros 57 reconocimientos que recibió esa película alrededor del mundo. El éxito de esa volcánica historia de pasión en la Francia del 1700 hacía suponer una senda en la cual la siguiente realización ahondara esa delicada magnificencia.
Pero Sciamma se detiene en los aspectos sensibles de su anterior trabajo para obtener lo opuesto desde la realización, con una película pequeña, casi como una pieza de cámara, que conserva su sensibilidad pero no la búsqueda de la elegancia formal, para el retrato de una historia con ojos de infancia que adquiere aires de fábula fantástica y es, desde su resuelta sencillez, un trabajo descomunal. Sí mantiene de Retrato de una mujer en llamas la exploración del amor entre dos mujeres, aquí reemplazando la naturaleza erótica por el tierno vínculo filial.
A los ocho años Nelly es una niña como cualquier otra que asiste, con una mezcla de desconcierto, dolor y naturalidad, al ritual que significa despedir a un familiar, en este caso su abuela materna, y por unos días va a la casa en el bosque que fue el hogar de la infancia materna para acompañar en el difícil proceso de vaciarla y cerrarla. Pero mientras los adultos están en esa tarea, la pequeña se dedica a inspeccionar el bosque donde encuentra los restos de una cabaña de madera que era, precisamente, el refugio de los juegos de infancia de su madre. Durante esos paseos, Nelly conocerá a otra niña que es físicamente muy parecida a ella y entre ambas se dará una rotunda amistad. A medida que el vínculo crece, Nelly visitará la casa de su nueva amiga, que es idéntica en su arquitectura a la casa de su abuela. La amistad también dará paso a las confidencias infantiles y a un imposible reconocimiento incluso de parte de ese pasado familiar.
Contar más sobre Petite Maman para explicar los alcances de la trama es desnudar ante el lector el hábil artificio con el cual Sciamma construye la película y además restarle a su visualización parte de su sorprendente encanto. Porque el film descansa hábilmente en un guion que desde el realismo explora la construcción de una fábula que se presenta tan imposible en el pensamiento de un adulto como cotidiana en la imaginación de un niño. Y como tal, más que contar los alcances de una trama pequeña que el espectador podrá seguir en una hábil yuxtaposición entre realidad y fantasía, conviene destacar cómo la realizadora consigue, con un par de pequeñas locaciones, pocos personajes, y elementos cotidianos, entregar un relato que juega con los límites del universo fantástico. Pero también permite al espectador reflexionar, ya sea desde la mirada realista al imaginario o desde las posibilidades concretas de aceptación de un mundo desdoblado en la más natural historia de ciencia ficción.
Junto a lo sorprendente de su construcción formal, que permite el ingreso de la fantasía hasta donde el espectador acepte, Sciamma construye un inteligente estudio sobre los vínculos familiares con tierna melancolía pero sin melodrama y con una sobrecogedora armonía narrativa y visual. Se vale de una puesta de cámara ascética, de un guion que parece un mecanismo de relojería y de un dúo infantil protagonista que juega permanentemente con la magia del misterio con Nelly (Josephine Sanz), y su amiga (Gabrielle Sanz, hermana real de Josephine), idénticas en la imagen tan real como fantasmagórica que devuelve un espejo. El montaje refuerza ciertos paralelos y la fotografía sirve para engañar, y a su vez demostrar, un vínculo entre pasado y presente con algo de viaje en el tiempo. En definitiva, así también se vale en su construcción de la metáfora del tránsito que depara el vertiginoso periplo desde la infancia a la adolescencia como antesala a una adultez. A fin de cuentas, la película propone como ejercicio al espectador algo que los adultos han olvidado: reencontrarse en la mirada que permitía ver castillos, animales y paisajes encantados en la forma incierta de las nubes.
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