Estrenos de cine: Pequeña flor, una aventura cinematográfica que respira libertad y buen humor
Adaptación de una novela corta de Iosi Havilio, la nueva película de Santiago Mitre (El estudiante, La cordillera) cruza géneros y se apoya en un elenco muy sólido donde se luce la francesa Vimala Pons.
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Pequeña flor (Petite fleur, Francia-Argentina-España-Bélgica/2022). Dirección: Santiago Mitre. Guion: Santiago Mitre y Mariano Llinás. Fotografía: Javier Juliá. Edición: Alejo Moguillansky, Andrés Pepe Estrada, Mónica Coleman. Elenco: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvile Poupaud, Sergi López, Francoise Lebrun. Calificación: apta para mayores de 16 años. Duración: 98 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Una historia de vida y muerte, no importa en qué orden. Es lo que se propone contar el narrador de Pequeña flor, adaptación de una novela de Iosi Havilio escrita como si se tratara de un solo (muy largo) párrafo y perfecta para leer de un tirón. La versión para cine que escribieron juntos Mariano Llinás y Santiago Mitre, el director del film, traduce el relato a otro lenguaje con algunas variaciones pero manteniendo su vocación de libertad.
La película trabaja en distintos registros -los del fantástico, la comedia matrimonial e incluso del misterio y el terror- con el mismo desprejuicio con el que suele moverse Havilio en la literatura. “Si en La serenidad, mi novela anterior, me alquilé un conventillo con muchas entradas y salidas, en Pequeña flor se trata de otro tipo de conventillo, o el mismo, pero con una salida que parece más ordenada. Entre las entradas reconozco: el relato autobiográfico, el policial, lo fantástico, la comedia, la confesión…”, decía el autor en una entrevista hecha cuando apareció el libro que dio origen a esta coproducción con Francia que, en lugar de apelar a lugares comunes propios de los manuales de turismo, como es habitual en estos casos, por fin incorpora nociones valiosas de otra cultura: el clima y la cadencia del cine de la nouvelle vague, la gran tradición de la chanson francaise, la recuperación de una figura importante pero no tan recordada del jazz como Sidney Bechet, notable músico de New Orleans que terminó viviendo en París, donde fue muy venerado.
Se podría decir que la Pequeña flor película es una familiar “afrancesada” pero genuina de la novela de Havilio: comparten la sangre, aunque tengan personalidades levemente distintas porque sus orígenes son también diferentes. El ritmo del film es menos acelerado que el del libro, pero los tiempos están manejados con maestría: basta con detenerse en la formidable escena en la que el manosanta indolente que interpreta con mucha gracia el catalán Sergi López intenta manipular en el reducido espacio de un baño al agobiado protagonista, un José interpretado con aplomo por Daniel Hendler al que su némesis pretende Jorge solo para perturbarlo más; o en todas las que preceden a las explosiones de violencia gore contra un refinado dandy, coleccionista de jazz y amante de los buenos vinos (Melville Poupaud, actor que trabajó con Eric Rohmer y Raoul Ruiz), que opera como la voz del inconsciente del antihéroe de la historia.
Solo en la intimidad de sus encuentros con él y en el despliegue de su imaginación como dibujante encontrará José una vía de escape para exorcizar a sus fantasmas más recurrentes. Su carácter taciturno y apocado -una especialidad de Hendler en el terreno de la composición- contrasta con el de su pareja, una mujer impulsiva que atraviesa un poco a los tumbos el tiempo difícil del posparto. La dificultad de comunicación entre ellos excede las barreras del idioma: en castellano o francés, el entendimiento sufre constantes cortocircuitos. Ese drama está narrado sin ninguna solemnidad: al contrario, es el humor el que aligera los momentos de mayor tensión de la película sin restarles potencia: una sesión de terapia grupal en un hilarante “centro de aventuras psíquicas” termina en un intento de estrangulamiento, y la Gestalt y Jung aparecen en la misma categoría que los viajes de ayahuasca y Sting.
La trama no responde a una lógica convencional pero sí tiene un sentido. Ya cerca del final del viaje alucinatorio y lleno de alternativas que propone Pequeña flor, Lucie (Vimala Pons, sugerente, vital y ajustadísima) ordena en soledad una serie de dibujos de José que no tienen una conexión aparente. “Es todo un lío, no tiene lógica. No cuentan nada”, asegura él cuando la descubre. “De hecho, sí -le responde ella-. Es un poco como la vida. Este desorden no cuenta nada. Y al final cuenta que no cuenta nada. Entonces cuenta algo”. La analogía se vuelve evidente: igual que la película, esa obra desperdigada del protagonista contiene una narración, y no importan demasiado las formalidades. Por si quedara alguna duda, el delicado narrador francés acude a un cita del célebre pianista Bill Evans sobre la improvisación: “Hay ciertas cosas que pueden parecer incomprensibles pero que igual tienen sentido”. La apelación al rico universo del jazz no suena desafinada. Porque Pequeña flor también nos regala una banda sonora exquisita que enaltece al género y no sólo reproduce su temperamento volátil y aleatorio, sino que busca también alcanzar su belleza.
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