Estrenos de cine: Matrix resurrecciones da por agotado el legado de un clásico de la pantalla
La cuarta entrega, ahora a cargo de Lana Wachowski en solitario, oculta detrás de una persistente autorreferencialidad su notoria falta de ideas y del ímpetu transformador que consagraron al film original como uno de los más influyentes del cine moderno
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Matrix: resurrecciones (The Matrix Resurrections, EEUU/2021). Dirección: Lana Wachowski. Guion: Lana Wachowski, Aleksander Hemon y David Mitchell. Edición: Joseph Jett Sally. Elenco: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Christina Ricci, Jada Pinkett Smith y Lambert Wilson. Duración: 148 minutos. Distribuidora: Warner. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
El cine de acción y ciencia ficción está, en la escala del prestigio fílmico, apenas un escalón por encima del porno y los videos de Tik Tok. Por eso Matrix (1999) puede ser reconocida como un ejemplo logrado del rubro pero no como lo que realmente es: una de las mejores películas de la historia. Aunque habrá quien sienta que esta calificación es excesiva, sus atributos son comparables a los de, por ejemplo, Vértigo (1958), que sin controversia encabeza actualmente la lista de mejores films según el British Film Institute (y a la que Matrix cita explícitamente en su persecución por los techos del comienzo, en su paleta de colores dominada por el verde y en las circunstancias de su protagonista, que vive en una fantasía manufacturada).
El rasgo más ponderado de Vértigo es su innovación formal impecablemente integrada al contenido. Hitchcock creó un nuevo tipo de imagen, que rápidamente se incorporó a la gramática del cine, para representar la alteración de la percepción de su personaje central: el llamado dolly zoom, un efecto visual con el que parece alterarse la perspectiva. Análogamente, las Wachowski crearon el bullet time, que también se sumó al repertorio del cine, en el que la cámara se mueve libremente dentro de una imagen congelada y que expresa a la perfección un mundo en el que es posible romper las reglas de la realidad. En ambas se debe ponderar su complejidad narrativa, manifiesta en su cautivante lógica de pesadilla y en sus impredecibles vueltas de tuerca. También, su densidad conceptual: Matrix debe ser la única película de artes marciales que toma sus ideas de la obra sobre el simulacro de Jean Baudrillard.
Conociendo la historia personal de las realizadoras, el rito de pasaje de los protagonistas, que abandonan una vida impuesta de apariencias, también puede ser entendido como una metáfora sobre la transición de género. Quienes gusten de la autorreferencia podrán ver en la trama una alusión al desplazamiento del cine (y del mundo) analógico por el digital. Las lecturas posibles del film, tal como señalan los personajes en la nueva película, se cuentan por decenas. Finalmente, hay que destacar la inoxidable vitalidad y eficacia de ambas obras a la vez como arte y entretenimiento popular. La diferencia entre los realizadores es que Hitchcock logró todo esto varias veces a lo largo de su carrera y las Wachowski, solo una.
En efecto, las secuelas de Matrix ni se acercan al grado de innovación e influencia de la primera parte. Ambas se concentran en explorar y expandir su mundo (explicado en interminables infodumps que pretenden pasar por diálogos) y en generar larguísimas e indescifrables batallas en CGI que desgastan nuestro interés y drenan a la historia de toda potencia hasta un involuntario y frustrante anticlímax. La tercera película, Revoluciones (2003), clausura este mundo porque no ya no queda razón para volver allí.
Lamentablemente, esto se verifica en esta nueva secuela, que se presenta como un regreso al primer film pero en verdad continúa con la degradación del tercero y toma un camino que revela el total agotamiento de su novedad: la película es un continuo comentario metatextual sobre sí misma. Thomas Anderson (Keanu Reeves) es aquí un diseñador de videojuegos que creó la exitosa trilogía The Matrix y es forzado “por la compañía Warner Bros.” a producir una cuarta parte que se hará con o sin su participación. Más que la deconstrucción irónica de un tanque de Hollywood, se lee como una mala justificación del desgano y la notoria falta de ideas nuevas. La película no es mucho más que un remix de momentos de las anteriores (citados en breves clips), pero sin su originalidad ni su ímpetu.
Así como la primera funciona en todos los frentes, aquí lo que parecía un universo perfectamente construido expone sus fallas. Tal como en la original, eventualmente Neo toma la pastilla roja y despierta en el mundo real, donde empieza a recordar su historia (que es la de su videojuego, de modo que no está claro qué es lo que olvidó). Liberado, Neo se dispone a rescatar a Trinity (Carrie-Anne Moss) quien también olvidó su pasado, está casada literalmente con un “Chad” y tiene dos hijos.
Paradójicamente, en nuestro mundo de tribus y “realidades” particulares e irreconciliables, la película no enfatiza su muy actual teoría del simulacro sino el anticonformismo. A su favor, hay que decir que tiene una melancolía que da mayor resonancia emocional a los personajes (pero como está siempre en modo irónico, no se priva de mencionar su propia melancolía, cosa que la anula un poco). Otro mérito es que no es habitual en Hollywood es el hecho de que la protagonista de su historia de amor sea una actriz de 55 años como Moss. Pero ni esto, ni su comentario sobre sus condiciones de producción, pueden disimular que nada en este film tiene la relevancia de siquiera un minuto de la película original.
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