Estrenos de cine: la sensible y madura 30 noches con mi ex es un auspicioso debut como director de Adrián Suar
Con un gran trabajo de Pilar Gamboa, la historia de una expareja reunida durante un mes para ayudar a la reinserción social de ella plantea un cambio de rumbo, más ambicioso en su combinación de drama y comedia, para el actor en su debut como realizador
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30 noches con mi ex (Argentina/2022). Dirección: Adrián Suar. Guion: Javier Gross. Fotografía: Felix Monti. Edición: Emiliano Fardaus. Música: Nicolás Sorín. Elenco: Pilar Gamboa, Adrián Suar, Rocío Hernández, Elvira Onetto, Pichu Straneo, Martín “Campi” Campilongo, Elisa Carricajo, Jorge Suárez, Toto Castiñeiras. Duración: 95 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Treinta días y treinta noches, depende la compañía, pueden ser un instante o una eternidad. En su doble rol de protagonista y de director debutante, Adrián Suar se adentra de lleno en el tema, sin medias tintas y evitando caer en terrenos conocidos y farragosos.
Guste más o guste menos, Suar siempre ha hecho gala de un timing notable para la comedia, trajinado en su época televisiva y extrapolado más tarde al cine. Claro que, como aquel que sabe que juega de memoria, con el paso del tiempo sus películas fueron descansando cada vez más en ese histrionismo exaltado de réplica breve, sin parecer demasiado preocupadas por ofrecer un valor agregado. En otras palabras: un film protagonizado por el actor era, por un lado garantía de confianza, y por el otro la sospecha de que se iba a ver más de lo mismo.
A priori, 30 noches con mi ex no parecía ser la excepción al preconcepto (porque es cierto que no se trata más que de eso) y sin embargo, apenas comienza queda claro que la propuesta va a ser otra, mucho más interesante, atractiva y seductora.
Lo anterior no es una metáfora. Exactamente a los cinco minutos del inicio del film se produce el primer encuentro de la pareja protagonista: sensible, sincero y preciso; y de este lado de la pantalla, con la primera sonrisa, el descubrimiento de que se está ante algo que promete ser distinto y muy disfrutable.
“Loba” (Pilar Gamboa) y “Turbo” (Adrián Suar) llevan seis años separados. La inestabilidad emocional de ella la llevó a terminar internada en un instituto psiquiátrico, quedando él a cargo de la hija que tienen en común (Rocío Hernández). Como un primer paso hacia su reinserción social, surge la idea de que la Loba pase un mes rodeada de sus afectos. Y aunque Turbo siente que ya no tiene nada que ver con esa mujer que en el pasado amó, el pedido de su hija hace que acepte: “30 días, ni uno más”. De ahí en adelante, la vida de esta familia se convierte en un sube y baja de emociones.
Luego de ese punto de partida había dos caminos: potenciar los desequilibrios de ella en un crescendo de situaciones absurdas que fueran pretendidamente cómicas, o intentar tocar una fibra más sensible, más adulta. Afortunadamente prevaleció la segunda opción.
Y que no se malentienda, porque 30 noches con mi ex tiene un generoso número de gags en la línea de lo descrito (la mejor, la escena del restaurant). Basta con mirar el tráiler donde se han empeñado en mostrar gran parte. Lo que sucede es que, confrontados con su condición de historia de amor y superación de dos adultos expuestos a una situación límite relacionada a la salud mental, cualquier situación humorística actúa como alivio cómico a la tensión dramática y nada más. Esto queda especialmente claro en el delineado de los personajes de los vecinos -lo más flojo de la película a pesar de la solvencia de sus intérpretes, Elisa Carricajo y Jorge Suárez- que remedan aquellas viejas fórmulas ya mencionadas, quedando anacrónicos en el planteo predominante.
Si el Turbo de Adrián Suar está ahí para obturar, por contraposición, el mecanismo de la comedia, la exigencia mayor se la lleva Pilar Gamboa. Su Loba hace equilibrio entre el exabrupto y la fragilidad con tal destreza, que es digna de los mayores aplausos. En la construcción de ese personaje complejo que no tiene un control certero de sus emociones, la actriz juega en el límite sin caer nunca ni en la caricatura ni en el patetismo, logrando en el proceso una absoluta empatía con la platea.
En cuanto a los roles secundarios, Campi retoma su conocido rol de ladero, Pichu Straneo baja los decibeles y demuestra que el humorista comienza a quedarle chico, y Elvira Onetto se “roba” todas las escenas en las que aparece.
Hace rato que Suar no es un pibe, y su debut lo encuentra en un muy buen momento, maduro, sin necesidad de abusar del trazo grueso y las estridencias. Se nota en la elección del trasfondo de 30 noches con mi ex, como también en el tratamiento visual que le da a la narración. La cámara reposa en los momentos en que el diálogo lo requiere, y se activa cuando hay que descomprimir. Todo está en función del respeto a la historia que se quiere llevar adelante, con una puesta en escena siempre preocupada por no desentonar.
A juzgar por los resultados, el futuro de Adrián Suar en su nuevo rol de director es auspicioso. Se tendrán que conjugar múltiples factores para que la balanza no se desequilibre y se sostenga este buen punto de partida en nuevas propuestas; pero en lo que respecta a 30 noches con mi ex, el objetivo fue alcanzado con creces.
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