Estrenos de cine: en Black Adam, The Rock es un antihéroe aplastado por los efectos digitales
La película sobre el personaje de DC, un proyecto largamente trabajado por el actor como punto de partida para el relanzamiento de su universo de superhéroes, es un paso en falso para el infalible Dwayne Johnson
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Black Adam (Estados Unidos/2022). Dirección: Jaume Collet-Serra. Guion: Adam Sztykiel, Rory Haines y Sohrab Noshirvani. Fotografía: Lawrence Sher. Música: Lorne Balfe. Edición: John Lee y Michael L. Sale. Elenco: Dwayne Johnson, Sarah Shahi, Aldis Hodge, Pierce Brosnan, Noah Centineo, Quintessa Swindell, Marwan Kenzari, Viola Davis. Distribuidora: Warner. Duración: 124 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: regular
Si el plan a largo plazo de DC se orienta a la construcción de un gran universo de superhéroes con identidad propia y la suficiente fortaleza como para marcar diferencias de fondo con su equivalente de Marvel, estamos con la llegada de Black Adam ante un muy evidente paso en falso. El tiempo dirá si el tropiezo de esta gran maquinaria de producción alcanza también al hasta aquí casi infalible Dwayne Johnson, cuyo carisma de estrella tambalea quizás por primera vez frente a las inconsistencias de un personaje que hasta amenaza con hacerle perder su mejor cualidad: el sentido del humor.
Black Adam es a todas luces un antihéroe. En todo caso, por el modo en que es tratado y considerado por Amanda Waller (Viola Davis), tranquilamente podría sumarse a ese plantel de taimados rebeldes que conocimos en las dos experiencias del Escuadrón Suicida. Razones no le faltarían a la jefa burocrática del grupo. Al fin y al cabo, Black Adam (o Thet-Adam, el nombre que llevaba en su vida originaria en el antiguo reino de Kahndaq, remedo del Egipto de los faraones) apoya su poder en el enojo y una furia infinita.
Es, a grandes rasgos, un personaje fantástico que fue acumulando rencor y sed de venganza durante siglos hasta que logra ser liberado en pleno siglo XXI. Con ese regreso vuelve a plantearse un conflicto ancestral: el sometimiento de un pueblo a un poder abusivo (antes a cargo de un déspota absolutista; ahora, de una poderosa organización multinacional) que expolia los recursos naturales del lugar. Sobre todo un mineral de extraordinario valor.
Pero el destino de Black Adam no es el de otros antihéroes. Primero, porque quien lo encarna en la pantalla es Johnson, que a esta altura no puede permitirse otro lugar que el de un ganador indiscutido, un personaje sin vueltas ni zonas oscuras cuando se habla de heroísmo. Y segundo, porque su destino aparece junto al resto de las grandes figuras del universo heroico de DC, tal como lo sugiere la reveladora escena que aparece en medio de los títulos finales.
Aquí empiezan los problemas. Porque el personaje necesita para cumplir con ese futuro ya definido por DC eliminar algunos aspectos esenciales de su ambigua configuración, que pueden resultar un lastre frente a ese destino anunciado. La película describe justamente toda esta operación. Y no de la mejor manera.
Todo se mueve a partir de los efectos visuales generados por los dispositivos digitales. Son tan descomunales en cantidad y tan extendidos que en medio de ellos, como si funcionaran como una gigantesca cortina de humo, se pierde la mínima certidumbre que necesitan los personajes para explicar el sentido de su presencia en este relato. Con el vértigo de un monumental videoclip, los personajes aceleran sus movimientos o se quedan inmóviles en medio de escenas de acción poco inteligibles (el montaje no ayuda) ilustradas por la apabullante y atronadora música de Lorne Balfe.
Hay momentos en que no sabemos de qué lado está Black Adam y cuál es en el fondo su misión. Lo mismo pasa con el resto, sobre todo los integrantes del equipo de la Sociedad de la Justicia que, con la ayuda de diferentes superpoderes, deben salir a su rescate. Hawkman (Aldis Hodge) se salva un poco porque tiene más compromiso que otros, bastante desaprovechados. Todos, en el fondo, se rinden a otro gran problema que tiene la película: la solemnidad. Casi no hay diálogos creíbles entre los personajes centrales. Solo un intercambio de frases declamadas y pomposas.
La mayor víctima de esta rigidez es Pierce Brosnan, a quien se lo ve por momentos resignado a actuar de taquito para darle certidumbre a su aparición con un mínimo de oficio. Al ex 007 le toca en suerte un personaje (el Doctor Fate, capaz de vislumbrar con bastante certeza el futuro) cuyo parecido con el Doctor Strange de Marvel cuesta disimular.
No es el único parecido entre ambas factorías. Como en las andanzas de los Vengadores aquí también hay un vistoso avión, un grupo de héroes ensamblados dispuesto a hacer justicia, un viaje fantástico a través del tiempo y de distintas dimensiones, y sobre todo, un personaje central bastante enfurecido, que en este caso no exhibe toda su musculatura en tonos verdosos y luce un disfraz coronado con un rayo. Hulk tenía un alter ego (el científico Bruce Banner) que definía su personalidad. Black Adam, en cambio, no sabemos realmente quién es. Y esta película, en medio de su confusión y de un show de artificios visuales, tampoco nos ayuda a entenderlo.
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