Estrenos de cine: el Napoleón de Ridley Scott navega entre la imponencia de las escenas bélicas y una compleja intimidad
Joaquin Phoenix aplica sus tics más conocidos en la personificación de un personaje histórico de poderoso magnetismo, cuya historia está marcada por grandes batallas retratadas por el director con un imponente despliegue
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Napoleón (Estados Unidos-Reino Unido/2023). Dirección: Ridley Scott. Guión: David Scarpa. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Martin Phipps. Edición: Claire Simpson y Sam Restivo. Elenco: Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Edouard Philipponnat, Catherine Walker, Ludivine Sagnier. Distribuidora: UIP. Duración: 158 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años, con reservas. Nuestra opinión: buena.
“Yo no soy como el resto de los hombres”, le advierte Napoleon Bonaparte a la viuda Josephine de Beauharnais mucho antes de la transformación de ese casi anónimo capitán de artillería en el hombre más poderoso de Europa y de buena parte del mundo conocido a comienzos del siglo XIX. La imagen todavía se instala en los tramos iniciales de este nuevo acercamiento del cine a una figura histórica de ribetes extraordinarios, cuyo retrato Ridley Scott quiere atrapar desde una doble dimensión: la del oficial que se apoya en su arrogancia y su genial talento de estratego militar para construir su destino de gloria y poder y la del hombre atormentado por toda clase de miedos, fobias e inseguridades, sobre todo en el terreno afectivo y amoroso.
Es una empresa muy ambiciosa la de Scott, un director al que le gusta mirarse en el espejo de los personajes de sus películas, sobre todo aquellas que lleva adelante con un despliegue de producción poco común para estos tiempos. Con sus proyectos a gran escala, como el que se estrena hoy, Scott se muestra como una anomalía en el cine actual.
Su mirada sobre algunos grandes hechos y momentos históricos suena casi anacrónica, como si quisiese recuperar en toda la línea aquel modelo de superproducción internacional tan característico de fines de la década de 1950 y comienzos de la siguiente, respaldado por un enorme dispositivo técnico y humano que se aprecia en el cuadro con toda su magnitud y no tiene, al menos a primera vista, una dependencia visible de la tecnología digital.
A Scott le encanta filmar grandes batallas, choques y enfrentamientos en espacios abiertos aprovechando toda la dimensión que le ofrece la pantalla grande y dar a través de ellas la impresión de que allí solo hay hombres y máquinas en movimiento en vez de efectos visuales que transforman esa realidad en un vistoso artificio.
El mayor atractivo de la película aparece en estas imponentes escenas de masas, que Scott registra como es su costumbre con multiplicidad de cámaras y un trabajo de edición que surge del propio rodaje. A este método, el realizador le agrega una dosis de realismo que las viejas superproducciones históricas de Hollywood no tenían. Ver, por ejemplo, cómo Napoleón se levanta y sigue adelante con todo el uniforme ensangrentado después de que un impacto de cañón despedaza literalmente a su caballo en plena batalla marca diferencias entre el pasado y la actualidad.
El director se enojó en los últimos días con algunos comentaristas que le reprocharon una serie de aparentes imprecisiones históricas y dijo que su propósito no pasa por ser fiel a esos libros. Pero el espectador, después de seguir el recorrido histórico que la película propone a través de una sucesión bastante cuidadosa de episodios bélicos (de las grandes victorias en Tolón y Austerlitz a la catastrófica campaña rusa y la capitulación final en Waterloo), se sentirá estimulado a comparar lo que aquí se cuenta con el relato de los historiadores.
El recorrido por estas tres décadas y media decisivas en la historia de Occidente dominadas por la figura de Napoleón tiene unos cuantos agujeros y habrá que esperar a la prometida versión integral de cuatro horas que Scott llevará al streaming (Apple aportó el dineral invertido en la producción) para taparlos. La mayoría de los personajes históricos aparecen apenas delineados y con escaso espesor, como si fueran nada más que figuras circunstanciales o sencillamente decorativas.
Detrás de toda esta descripción general aparece el otro aspecto al que Scott le presta atención. El Napoleón íntimo, doméstico, inseguro, casi desesperado por ganarse para siempre el corazón de una mujer que sabe al mismo tiempo que va a engañarlo. Todo ese festival de arrebatos, impulsos, caprichos y reacciones inesperadas pertenece más por momentos a la personalidad de Joaquin Phoenix que a la del personaje que interpreta. A su lado, Vanessa Kirby se esfuerza (a veces de un modo demasiado elocuente) para mostrar cómo una personalidad tan voluble como la de Josephine se va tornando cada vez más introvertida, sobre todo cuando siente que no puede darle un heredero al Napoleón ya coronado emperador.
Las dos dimensiones de Napoleón que atrajeron a Scott también esperan la versión integral. En estos 158 minutos de película no logran congeniarse de la manera esperada en una obra que pretende hacer revisionismo con conceptos de otra época, como lo es escuchar a los franceses del siglo XIX hablando todo el tiempo en perfecto inglés.
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