Esteban Meloni: "Los canales deberían repetir las ficciones argentinas en lugar de importar material"
Imaginaba el abrazo entre todos, ese que se comparte después del estreno en sala. Pero esa postal, desdibujada por el recuerdo o idealizada como un sueño futuro, hoy será cambiada por otra distinta en el sillón de su casa, con una copa de vino en una mano, el celular en la otra y, de frente, la pantalla del televisor (o computadora) en el canal Cine.Ar (www.cine.ar), donde el jueves 28 a las 22 se proyectará por primera vez La chancha, tercera película de Franco Verdoia y el primer protagónico en cine de Esteban Meloni.
"Estamos redescubriendo el cine nacional, creo que hay un furor nuevo con esta posibilidad de meternos en los hogares de la gente, de manera accesible y con mayor alcance", dice Meloni acerca de esta opción elaborada por el INCAA para aquellos films que no llegaron a los cines: por una semana, el estreno está disponible gratis y después, el alquiler es de 30 pesos. En funciones privadas, La chancha fue vista en diciembre por amigos de Buenos Aires y de Las Varillas, Córdoba, la localidad donde creció Verdoia y en la que transcurre la acción.
"No, no lo odian a Franco en el pueblo, lo adoran", responde, entre risas, el actor que conoce al director y guionista desde que ambos tenían 18 años y habían llegado al centro porteño a estudiar y trabajar, desde Bahía Blanca uno y de Córdoba, el otro. Trabajaron juntos, Meloni participó en La vida después (el film anterior, 2014) y a fines de 2018, le tocó protagonizar una historia que conocía hace mucho tiempo: "Parte de una historia personal pero es ficción, un thriller psicológico, de suspenso, una película de género que aborda una tema difícil".
Pablo es un hombre de 40 años con una vida "normal" pero cierta opacidad disimulada. En pareja con una mujer brasileña, Raquel (Raquel Karro), mamá de Joáo, un nene de ocho años (extraordinario Rodrigo Silveira), la familia viaja al pueblo natal del argentino a pasar unas vacaciones. En ese paisaje agreste, se encuentra con un conocido de la infancia (Gabriel Goity), acompañado por su esposa (Gladys Florimonti), un hombre que vuelve a actualizar un trauma quizá imborrable. "El arte nunca es oscuro sino que justamente es capaz de iluminar la oscuridad gracias a la sublimación. Por supuesto que es un tema muy denso y doloroso y, en este caso, algo menos común que lo que acostumbramos escuchar porque la víctima de abuso fue un niño", dice Meloni sobre su personaje en La chancha.
-¿En qué te basaste para componer a Pablo?
-Había leído en el diario El País, cuando estuve en España haciendo la obra Olvidémonos de ser turistas, los testimonios de hombres de todas las edades, algunos muy grandes, que habían sufrido abusos en la infancia (muchos de parte de curas) y que recién se animaban a contarlo. Fue a raíz de la ley por la que esos delitos no prescriben con el tiempo. Son heridas muy profundas y el recuerdo queda impreso. Había mucha sensorialidad en esos relatos: olores, ruidos, colores, texturas, descripciones de sensaciones de un niño que "no entiende lo que pasa pero sabe que está mal", como dice Pablo cuando se enfrenta a este fantasma. En mi caso, lo más traumático que me pasó de chico fue la separación de mis padres cuando tenía seis años, nada comparable pero es cierto que hay sensaciones que no se olvidan más. Debo decir que me encontré con un guión muy sólido. Cuando lo leí en un bar me dio taquicardia.
-¿Cómo fue el rodaje? Es un elenco heterogéneo, no solo de distintos países sino tribus actorales.
-Estuvimos un mes en un complejo de cabañas en La Cumbre pero ubicado más alto, fue estar medio aislados, con poca señal, toda una experiencia. Como se trata de una coproducción con Brasil y con Córdoba, la mitad de los técnicos eran brasileños y los argentinos, cordobeses. Raquel resultó una compañera alucinante, habla español y me ayudó con el portugués. Ni hablar del Puma (Goity) que con su trayectoria y tan querido por el público, se arriesgó a hacer ese personaje. Y a Gladys no la conocía y su entrega y disponibilidad para el trabajo fueron enormes.
-¿Qué trabajos que ibas a empezar este año se cancelaron o pospusieron?
-Ahora, en unos días, empezaban los ensayos de Bodas de sangre, de Lorca, con dirección de Vivi Tellas en el San Martín. Mi papel era el del novio, con Maite Lanata, y con Cecilia Roth como mi madre. Un elencazo y una gran tristeza. Imagino y espero que lo hagamos más adelante. También tenía una película que se postergó y la obra que hacía con Diego Velázquez, Miedo, de Ana Frenkel.
-¿Y podés subsistir bien durante esta cuarentena?
-Y si, los actores siempre tenemos que tenerlos porque hay muchos baches. Pero una cosa es bancar uno o dos meses y otra esto que no sabemos cuando se reactivará. Y estoy de acuerdo, hay que guardarse, eso está en claro pero los actores quedamos muy desprotegidos, nos cortaron las piernas. Todo el tiempo me invitan a charlas, lecturas, eventos virtuales que está muy bien hacerlos, todo de onda para mantener el espíritu. Pero yo no aplico al IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) ni tengo otras posibilidades, no doy clases y quienes las dan tampoco están bien. El panorama es malo y ya venía en caída porque cada vez hay menos ficciones nacionales. Los canales deberían repetir las miniseries y telenovelas argentinas en lugar de traer material de afuera. Cobramos por lo que repiten en la tevé abierta y en cable pero no en Netflix ni en Youtube, esto falta ser legislado, tiene que cambiar.
-¿Estás en alguna de estas ficciones?
-Trabajé en un capítulo de Los Internacionales, por Telefe (el que están Nancy Dupláa, Laura Fernández y Lorena Vega), la serie sobre una banda de ladrones colombianos que aprovechan el desmadre de 2001 para robar y que se estrena el miércoles. Por suerte, desde el martes repiten Doce casas, de Santiago Loza, por la TV Pública: participé en una de las historias, la de Nora, con Luisina Brando (su último trabajo en televisión, en 2014) y Laura Paredes. Y en Chile, no sé cuándo se verá, hice una biopic sobre Isabel Allende, serie en la que ella misma colaboró: hago de una de sus parejas, un músico argentino que conoció en Caracas, por quien dejó a su marido (y él a su mujer) y se fueron a España. Nunca dijo su nombre pero el rumor apunta a que era alguien del grupo Trocha Angosta (risas).
-También se te puede ver por Teatrix (plataforma paga de teatro on demand) con dos obras muy importantes en tu carrera: Todos eran mis hijos, de Arthur Miller, con Lito Cruz y dirección de Claudio Tolcachir, y El principio de Arquímedes, de Josep Miró y dirección de Corina Fiorillo.
-Sí, pero las regalías son muy bajas. Es cierto, fueron muy buenas experiencias. Corina es una directora que te hace sentir seguro, te da autoridad escénica. Y ahora me doy cuenta que esa obra se relaciona con La chancha aunque desde otro punto de vista y tratamiento. En la obra me tocaba estar del otro lado, un profesor acusado de abuso infantil, aunque nunca queda claro si el señalado no era también una víctima.
-En televisión, participaste de ficciones muy recordadas como Vidas robadas, que fue tu gran salto a la popularidad, Para vestir santos, Viudas e hijos del rock & roll y la premiada Historia de un clan, de Luis Ortega. ¿Hay algo en especial que destaques de estas experiencias?
-Todo suma. Imaginate que cuando logré hacer mi primer bolo en 90-60-90 Modelos, en el Canal 9 de Romay, con Natalia Oreiro, me sentí tremendamente feliz. Y en Verano del 98, en la tercera temporada, era el hijo de Alicia Bruzzo, una novela que veía en mi casa. Después Cris Morena me llamó para Floricienta, fui su primer novio. Trabajar con Daniel Barone, lo que todos queremos. Pero en especial, podría decirte que Luis Ortega es único, me llamaba mucho la atención todo lo que indicaba, alguien tan joven con la sabiduría de un hombre de 80 años, la mirada que tiene sobre la gente. También Gastón Portal, muy distinto a Luis pero alguien muy personal en la manera de trabajar: hicimos La última hora, con Daniel Aráoz.
-¿Dónde y con quién pasás la cuarentena?
-Primero me agarró en Bahía Blanca, con mi mamá, a quien fui a visitar a mediados de marzo y ahí quedé varado como un mes y medio hasta que logré volver con uno de esos permisos. Ahora estoy en mi departamento, en Palermo, solo.
-¿Cuándo te fuiste de Bahía Blanca a Buenos Aires qué dejabas atrás?
-Mi familia. Vivía con mi mamá, docente, y mi hermano. Mi papá, contador, volvió a formar pareja y tengo otros dos hermanos por ese lado. Ellos, los más chicos, se dedicaron a la música y uno, Matías, también actúa. Pero no era una familia de artistas. Nunca se opusieron a mi decisión, tuve total libertad, si bien estaban un poco sorprendidos, no eran padres "progres" que me llevaban al teatro o esas cosas. Tampoco había tanta información en los ochenta.
-¿Tenías algún amigo o amiga con quien compartir lo que te gustaba?
-No. Era muy solitario. Cuando salía del colegio secundario, iba al cine a ver dos películas, siempre elegía las argentinas, las de Aristarain, Subiela, Piñeyro. En la primaria, me pasó algo increíble. Tenía un compañero de grado, Gaspar Gantzer, el hijo del director de la orquesta sinfónica de Bahía Blanca. Necesitaban a chicos de relleno para el coro. Hacían La Bohème, de Puccini. Yo iba a un coro del barrio y este nene lo sabía y me dijo si quería. Por supuesto acepté y cuando le dije a mi mamá, creyó que me estaban haciendo una broma. Fue mi primera experiencia teatral, inolvidable. Tenía 11 o 12 años y tengo fijada en mi memoria la música y letra de esa ópera.
-¿Qué hiciste ni bien llegaste a Buenos Aires?
-Todo junto, al mismo tiempo. No pensaba en nada, solo iba para adelante. Supongo que estuvo bien. Estudiaba Imagen y Sonido en la UBA, y actuación con Raúl Serrano. Mi primer trabajo fue de mozo en el hotel Alvear. Tuve que pasar la selección: peso y estatura, inglés, condiciones para camarero. Atendía el salón desde las 6 hasta las dos de la tarde, engominado, con frac y guantes blancos. ¡Más teatralidad que esa, imposible! Me tocó atender a Antonio Banderas y Melanie Griffith, que nos regalaron un equipo de música a los empleados del hotel, a María Julia Alsogaray le serví un vino blanco, venían muchos políticos durante el menemismo. También hice publicidades, una de Coca Cola en la cancha de River durante el partido Argentina-Venezuela.
-¿Te acordás cuál fue el primer trabajo como actor que conseguiste en un casting?
-Rebotaba mucho al principio, la pasaba mal porque no tenía herramientas. El teatro independiente fue donde me fortalecí y perdí temores, esa es mi casa, mi hogar. El cine, en cambio, siempre fue el desafío, el amor a conquistar. Recuerdo la primera película donde trabajé, El viento (2005) de Eduardo Mignona, con Federico Luppi. Hablamos un rato y me dijo "bueno, creo que ya estamos". Me había dado el papel. Y me fui de ahí, flotando.
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