¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret: brillante relato sobre las agridulces experiencias de la preadolescencia que esquiva los golpes bajos
La película, dirigida y escrita por Kelly Fremon Craig, conmueve en su sincero retrato sobre el comienzo de una nueva etapa, sin necesidad de golpes bajos ni escenas lacrimógenas
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¿Éstas ahí, Dios? Soy yo, Margaret (Are You There God? It’s Me, Margaret, Estados Unidos/2023) Dirección: Kelly Fremon Craig. Guion: Kelly Fremon Craig. Edición: Nick Moore. Música: Hans Zimmer. Elenco: Abby Ryder Fortson, Rachel McAdams, Kathy Bates. Disponible en: HBO Max. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Hay personajes a los que aprendemos a querer en pocos minutos, criaturas de cine que por su calidez o por su verdad, nos interpelan de manera inmediata y que, al final de la película, los reconocemos como amigos que estuvieron junto a nosotros durante dos horas. Lograr eso no es sencillo, porque ante todo se necesita la mano de una realizadora que sepa qué fibra tocar y cuáles son esos pasajes que pueden interpelar al espectador, para llevarlo a reconocerse en el marco de esa historia. Y eso es lo que sucede con ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret, el nuevo largometraje de Kelly Fremon Craig.
La historia de Margaret (Abby Ryder Fortson) es la de una típica preadolescente. Con 11 años, ella vive junto a su padre y a su madre en un departamento de una gran ciudad, hasta que la promesa de un mejor futuro laboral,lleva a la familia a mudarse a los suburbios. Ese cambio le significa la pequeña Margaret un dramático desarraigo, decirle adiós a sus amistades y aventurarse a un nuevo lugar y colegio. Pero las cosas no salen tan mal. Instalada en su nuevo hogar, ella rápidamente se hace amigas nuevas, se enamora, pero también es víctima y victimaria de algunas miserias propias de esa edad. Y en ese devenir hay una pregunta que surge en su mente de tanto en tanto: ¿Qué rol puede cumplir Dios (si es que existe) en su vida?
El padre de Margaret es judío, su madre católica, y ambos decidieron no educarla bajo ningún mandato religioso, a la espera que ella decidiera durante su adultez si quería o no practicar una creencia determinada. Para la protagonista, esa libertad se convierte en un interrogante y por ello no deja de plantearse si hay alguna figura que pueda guiarla o acompañarla en cada tristeza o alegría de esa etapa de tanto bullicio emocional y hormonal.
¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret es un coming of age puro en su esencia, un relato de crecimiento y de qué significa el inicio de la adolescencia. En ese sentido, la trama muestra muchos pasajes obligatorios para el género, como el primer amor, las peleas y reconciliaciones entre amigas, la ansiedad ante los cambios físicos y los inevitables cruces familiares. Pero hay varios aspectos que separan a este largometraje del resto, y que le dan una frescura única. La forma de construir la relación de Margaret con su padre y su madre, el enorme trabajo interpretativo de la pequeña Abby Ryder Fortson, y la calidez que la directora le inyecta a la historia, hacen de esta una pieza de gran nobleza. Y más importante que eso, es que el film no es lacrimógeno ni se empeña en dar golpes bajos que busquen la lágrima barata, sino que explora con inteligencia los aspectos que integran el universo emocional de la pequeña Margaret, y de esa manera, la trama pasea por los muchos y muy dispares mundos que componen la agridulce sensibilidad preadolescente.
Si bien el relato tiene a Margaret como conductora, la directora entiende que hay breves momentos en los que la acción debe trasladarse al mundo paterno y materno, otra etapa de más incertidumbres que seguridades. A través de esa dinámica, se plantea un relato a dos puntas que tiende un puente entre madre e hija, que se reencuentran más en la incondicionalidad que en la imposición de mandatos. Ninguna sabe qué va a pasar el día siguiente, pero la construcción de ese camino es el que guía el vínculo entre la niña y su madre (un personaje con el que Rachel McAdams logra una de las actuaciones más sentidas de su carrera).
Puede que este film le pida al espectador una entrega que quizá muchos no tengan ganas de hacer. En varios aspectos, la película exige despojarse de cierto cinismo, y no porque este sea un retrato sobre la perdida de la inocencia, sino justamente porque la historia reivindica la importancia de aferrarse a una sensibilidad preadolescente y volver a conectar con la agridulce belleza de esa etapa. Margaret quiere crecer, pero no quiere perder su esencia en ese proceso; la entusiasman los cambios, pero también la asustan. Por este motivo, es que ver este largometraje es reencontrarse con ese momento y poder plantearse desde cual sea la etapa que atraviese el espectador, la importancia de jamás dejar de hacer algo por primera vez, creyendo más en uno mismo que en Dios.
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