Entre la magia y el realismo, sin gracia
La educación de las hadas (España-Argentina-Francia-Portugal/2006). Dirección: José Luis Cuerda. Con Ricardo Darín, Irène Jacob, Bebe, Víctor Valdivia, Jordi Bosch, Gloria Roig y Abdelaziz Arradi. Guión: José Luis Cuerda, basado en la novela La educación de un hada , de Didier van Cauwelaert. Fotografía: Hans Burmann. Música: Lucio Godoy. Edición: Nacho Ruiz Capillas. Dirección de arte: Josep Rosell. Producción hablada en castellano y presentada por Buena Vista International. Duración: 103 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular
Uno de los misterios del cine (para bien y para mal) reside en que nunca se sabe cómo van a funcionar y a complementarse los distintos aspectos y los diversos talentos que confluyen a la hora de concretar una película. Si en vez de séptimo arte estuviésemos ante una ciencia más o menos cierta, el resultado final de La educación de las hadas debería ser incuestionable. Pero no lo es. Por uno de esos extraños misterios de la creación artística, esta vez la conjunción entre uno de los mejores realizadores españoles, como José Luis Cuerda ( Amanece, que no es poco , El bosque animado y la magistral La lengua de las mariposas ), una novela original de enorme popularidad y encanto, como la del francés Didier van Cauwelaert, y los aportes del mejor actor argentino de cine, como es Ricardo Darín, y de una actriz como la suiza Irène Jacob, a quien el gran Krzysztof Kieslowski eligió para protagonizar Tres colores: rojo y La doble vida de Verónica, no es suficiente como para redondear una historia que esté mínimamente a la altura de semejantes talentos reunidos.
Todo lo que en La lengua de las mariposas funcionaba a la perfección (el lirismo, la fantasiosa mirada infantil, los diálogos provistos de una emoción nunca subrayada, la capacidad de observación, los climas intimistas) aquí resulta demasiado artificial, distante, forzado. Y no es, precisamente, que a la trama le falten situaciones con poder dramático. A la película le cuesta mucho encontrar el tono (o los tonos) que van desde las fábulas propias de los cuentos de hadas hasta lo más crudo de la existencia humana (léase desde enfermedades terminales hasta mujeres golpeadas).
Nicolás (Darín) se topa, de la manera menos esperada y en el lugar menos previsto (a bordo de un avión), con la mujer de su vida y con el hijo que nunca tuvo. El es un inventor de juguetes y ella, Ingrid (Jacob), una ornitóloga que carga con el peso de problemas de salud y de la muerte todavía reciente de su marido, un piloto caído en Irak. En el medio está Raúl (Víctor Valdivia), un niño de ocho años que no tarda en entrar en el mundo de fantasías cómplices que le proponen los cuentos de Nicolás.
Todo (incluido un paradisíaco enclave en medio de las montañas de Cataluña) parece dispuesto para una idílica existencia, pero los traumas del pasado, los dolores del presente y la incertidumbre por un futuro que no permite hacer demasiadas proyecciones terminan generando una profunda crisis.
Digna, pero sin impacto
Cuerda -qué duda cabe- es un sólido narrador y trabaja el enigma central (¿por qué ella quiere terminar de manera abrupta una relación afectiva tan gratificante?) con criterio, pero la película se va desinflando con el correr del tiempo, especialmente durante su segunda mitad. Ni siquiera la aparición de Sezar (la cantante Bebe, en un más que digno trabajo), una joven argelina que se gana la vida como cajera de un supermercado pero sueña con estudiar en La Sorbona de París, alcanza a dotar a la trama del impacto necesario como para recuperar el interés del planteo inicial.
Los rubros técnicos son muy consistentes. Darín aporta su habitual profesionalismo, jerarquía y compromiso (aunque está muy lejos de lucirse como en sus trabajos para Fabián Bielinsky o Juan José Campanella), mientras que a Jacob no la favorece en nada su pobre dicción en castellano. Quizá por eso su actuación no alcance a transmitir casi nunca los múltiples matices de un personaje tan enigmático y misterioso como clave para la construcción y evolución del film.
Así, con más tropiezos que hallazgos, estamos ante una película que -debe aclararse- jamás irrita y que incluso hace gala de una gran dignidad, pero de la que podía esperarse mucho más.
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