En La estrella que perdí, Mirtha Busnelli y Anita Pauls, madre e hija en la vida real, se potencian en la ficción
Las actrices brillan en la ópera prima de Luz Orlando Brennan, estrenada en el último Bafici, que hace uso de una estructura compleja para rendir homenaje a la carrera de Busnelli y permitirle lucirse en toda su versatilidad
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La estrella que perdí (Argentina/2024). Dirección y guion: Luz Orlando Brennan. Fotografía: Agustina Trincavelli. Edición: Daniel Casabé y Daniela García. Elenco: Mirta Busnelli, Ana Pauls, Gustavo Garzón, Susana Varela, Fabián Arenillas y Ezequiel Asnaghi. Duración: 99 minutos. Nuestra opinión: buena.
El punto de partida de esta ópera prima de Luz Orlando Brennan tiene algún punto de contacto con Sunset Boulevard (1950, aquí se conoció como El ocaso de una vida), el clásico de Hollywood dirigido por Billy Wilder y protagonizado por Gloria Swanson en el papel de Norma Desmond, una estrella del cine mudo que no termina de aceptar que su época dorada está definitivamente clausurada.
Aquí también hay una actriz de larguísima experiencia que empieza a notar cómo su carrera empieza a apagarse. Está ensayando una obra de teatro comercial que no la convence, sufre comparando ese presente chato con momentos más estimulantes y para colmo vislumbra el alejamiento inminente de una hija que vive con ella (Anita Pauls, hija de Busnelli en la vida real) pero planea mudarse con su pareja.
La relación entre ellas pasa a ocupar muy pronto el centro del relato: un vínculo complicado, con varios claroscuros y muy determinado por las exigencias de una madre excesivamente demandante que entra en crisis ante lo inexorable.
Después de sumar experiencia como guionista -Muerte en Buenos Aires, La fiesta silenciosa-, la directora debutante se anima a armar un rompecabezas cinematográfico donde también cumplen un rol clave la representación y el juego de espejos. Aparecen las citas explícitas -a El hijo de la novia, un gran éxito de Juan José Campanella, a Boda secreta, un film poderoso, pero mucho menos conocido de Alejandro Agresti- para condimentar una línea argumental que paulatinamente va tomando la forma de una matrioshka.
Toda esa estructura abigarrada es una gran oportunidad para que Busnelli despliegue su talento y su indiscutible versatilidad como actriz, pilares de una trayectoria extensa y virtuosa sintetizada en una serie de fotografías que aparecen en el inicio de la película echando mano de una vida real y construyendo la ficción de otra específicamente ideada para la ocasión. Y también para que se saque chispas con su hija: tanto en los repetidos conflictos que funcionan como ejes de la narrativa de La estrella que perdí como en el terreno puramente profesional. Dos actrices que se retroalimentan y se potencian en un vaivén constante de acciones y reacciones, en suma.
Hay varias lecturas posibles de esta intensa historia, pero una que no debería pasarse por alto es la que involucra al homenaje: a los 78 años y después de superar con templanza un importante problema de salud, Busnelli condensa en un personaje cargado de amor, furia, tristeza y muchas contradicciones una vida dedicada a la actuación. Y lo hace en complicidad con su propia hija, la socia necesaria en una aventura artística valiente y entrañable que explora los meandros de una relación muy verosímil, como si la experiencia de la vida íntima en común de sus protagonistas se fuera filtrando en cada resquicio que encuentra disponible.
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