En la sorprendente Border, los humanos pueden ser los monstruos
Border ("frontera") fue la película ganadora del año pasado de Un certain regard, la sección del festival de Cannes que, como indica su nombre, centra su atención en jóvenes realizadores con una mirada particular. También fue la propuesta de Suecia como mejor película extranjera para los Oscar pero no quedó como finalista (sí obtuvo una candidatura a mejor maquillaje, aunque perdió ante El vicepresidente, más allá del poder: es verdad que el monstruo que se ve en esta última es más atroz, pero no necesariamente más logrado).
Si se considera que la mejor película del año para la Academia de Hollywood fue Green Book, el fracaso de Border es comprensible: ya desde el título que recibió en castellano (el impecablemente descriptivo "Una amistad sin fronteras") la ganadora del premio mayor es el reverso exacto de la película sueca. No sólo porque Green Book nos dice que las buenas personas pueden hermanarse por encima de todas las diferencias, mientras que las diferencias de Border son extremas e irreconciliables, sino –y principalmente–, porque la película norteamericana construida para palmearnos en la espalda por el progreso logrado desde la época de la segregación racial. Sus queribles protagonistas solo pueden hacernos sentir reconfortados. Border, en cambio,va por el sentimiento contrario, acaso del mismo modo calculado: se regodea en la fealdad de sus personajes y se sale del camino para inquietar lo más posible a su público. Una es edulcorada y complaciente; la otra, precisamente lo opuesto.
A pesar del título en singular, hay varias fronteras presentes en el film. Una es literal: Tina (Eva Melander) es una oficial de aduanas en la frontera marítima de Suecia. Con su cuerpo macizo y cabeza grande, con arcos superciliares prominentes y ojos hundidos, hacen pensar en alguien que acaba de abandonar de la edad de piedra. "Tengo un cromosoma extra. Soy deforme" explica con un tono resignado al rechazo. Como funcionaria es extraordinariamente competente: un sentido del olfato rayano en lo sobrenatural le permite detectar todo tipo de contrabando, desde bebidas alcohólicas hasta pornografía infantil.
Sus días transcurren en una tranquila tristeza, entre el trabajo, las visitas a su padre que padece demencia y una relación sin rumbo con un criador de perros holgazán. Esta monotonía empieza a romperse cuando se cruza en su puesto de vigilancia con un hombre que luce como ella, aunque su actitud es completamente distinta: es seguro de sí, no hace ningún esfuerzo por integrarse o agradar y parece saber cosas sobre la naturaleza de ambos que Tina ignora. Los sucesivos encuentros con este hombre, llamado Vore (Eero Milonoff), no solo transforman a Tina sino también a la película, que deja de ser un curioso escandinoir para volverse también un drama romántico y un relato fantástico que abreva en la mitología nórdica. El género cinematográfico no es el único límite trastocado, sino también el de sus personajes, que lleva a uno de los encuentros sexuales más incómodos que se recuerden en pantalla. Nada en este film es confortable: la película misma camina sobre otra frontera: la del ridículo. Hay una línea muy delgada que separa aquí el drama del disparate. Una nota reciente de The New Yorker que la calificaba de obra maestra también daba cuenta de la reacción de algunos espectadores, que comentaban que era la peor película del año.
La tercera frontera del film es metafórica. la que divide a Tina y Vore de quienes los rodean, la que los convierte en "otros" y refleja la dificultad de la integración de cualquier diferencia pero, más específicamente, teniendo en cuenta que se trata de una película de origen sueco, la cada vez más problemática de los inmigrantes en la sociedad escandinava. Así como Green Book pone la segregación en el pasado –representándola de modo que resulte inocua para el presente– Border plantea que la plena integración del otro no siempre es posible, que la existencia de otro implica convivir con diferencias que no van a ser limadas.
La presencia de estos "otros" es la mayor constante en los relatos de John Ajvide Lindqvist, autor de "Grans", el cuento en que se basa el film. La otredad de los personajes del escritor es radical porque, como opera en el género del terror, se da con respecto a lo humano: sus protagonistas son vampiros, zombis, demonios, seres mitógicos: en suma, todo tipo de monstruos cuyos hábitos, en particular su sexualidad, suelen encontrarse descriptos con detalle.
Tras doce años trabajando como mago (Lindqvist cuenta que empezó a escribir para tener algo que decir durante su acto), pasó a hacer stand up y a componer guiones para TV, hasta que, finalmente, saltó a la fama por su primera novela, publicada en 2004 y traducida al castellano como Déjame entrar. Su título original era una cita del tema de Morrissey "Let the Right One Slip In", de quien Lindqvist es un confeso fanático, al punto de que escribió otra novela, Puerto Humano, en la que buena parte de los diálogos son referencias a temas del cantante.
Déjame entrar fue llevada al cine dos veces, con mejores resultados la primera vez, con dirección de Tomas Alfredson y guion del propio Lindqvist (la segunda fue la remake norteamericana de este film). La novela y la película tratan sobre la amistad de un chico y un vampiro centenario que tiene el cuerpo de una niña y es asistido en su búsqueda de sangre humana por un sufrido maestro pedófilo. El éxito disparó su carrera como escritor y lo volvió asombrosamente prolífico. Por su regularidad al publicar y la conjunción de lo horrible con lo cotidiano en su obra, fue llamado "el Stephen King sueco".
Su segunda novela, Descansa en paz, narra el brote de una epidemia zombi en Estocolmo: tras una ola de calor, los muertos empiezan a volver a la vida, aunque sus cuerpos continúan deteriorándose. El texto no se concentra en los zombis como fuerza que lo consume todo (al modo de George Romero) sino que se pregunta por las consecuencias que tendría la reinserción de los ya fallecidos en las vidas de personas normales. Su último trabajo a la fecha es una trilogía que comenzó en 2014 con Himmelstrand (el apellido de un cantante melódico sueco de los 70) y concluyó el año pasado con X Den sista platsen, en la que una caravana de casas rodantes es transportada a una dimensión paralela donde solo existe una pradera interminable y un cielo plomizo sin sol. Pronto, empiezan a descubrirse cosas horribles, como que en la radio solo se escuchan temas de Himmelstrand o que el pasto de la pradera consume sangre.
Border nos ofrece una otra incursión en el mundo de este escritor poco traducido al castellano, que nos suele revelar que humanos y monstruos coexisten, que la convivencia de ambos es imposible pero no tenemos más remedio que afrontarla y que ser humano o monstruo depende exclusivamente de la tribu que desde la que se mire.
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