Empieza el baile: Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale se sacan chispas como un trío tanguero en busca de emociones
Incluso en sus momentos más planos, los intérpretes del film de Marina Seresesky se destacan en esta road movie como el cínico Moreno, la terca Margarita y el bonachón de Pichuquito, unidos por un pasado que quisieran fuera presente
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Empieza el baile (Argentina-España/2023). Dirección y guion: Marina Seresesky. Fotografía: Federico Rivarés. Música: Nicolás Gerschberg. Edición: Irene Blecua. Elenco: Darío Grandinetti, Mercedes Morán, Jorge Marrale, Pastora Vega, Agostina Pozzi, Lautaro Zera, Marcelo Xicarts y Carolina Sobisch. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Star Distribution. Duración: 99 minutos. Nuestra opinión: buena.
La primera señal de lo que está por venir son sus tres protagonistas. A una película que reúne a Mercedes Morán, Darío Grandinetti y Jorge Marrale hay que prestarle atención y tomársela muy en serio, mínimamente por respeto a una delantera que no solamente juega de memoria sino maravillosamente bien. Este “trío tan mentado” (en la ficción y en la vida real) es capaz de mejorar cualquier guion pero la pregunta es: ¿es necesario mejorar un guion como el de Empieza el baile?
Juan Carlos Moreno (Darío Grandinetti) es un bailarín de tango que, luego de triunfar por los escenarios del mundo, hizo pie en España, donde se asentó y formó una familia. Un día recibe el llamado de su amigo y compañero Pichuquito (Jorge Marrale) con la noticia del suicidio de Margarita (Mercedes Morán) su compañera de baile y amor de juventud. Aturdido por la noticia, el hombre viaja a Buenos Aires para asistir al funeral. Sin embargo a poco de llegar se entera de que Margarita está viva, que fingió su muerte para obligarlo a volver y pedirle que la acompañe a Mendoza, donde vive el hijo que tuvieron, y del que Juan no sabía absolutamente nada. Pasada la sorpresa, el terceto emprende un viaje en una camioneta destartalada, con más optimismo que recursos, movidos por una amistad que todavía late en el interior de cada uno de ellos, incondicional y muy parecida al amor.
Presentado el conflicto, el resto se desarrolla en clave de road movie por diferentes paisajes mendocinos y madrileños, sumado a una carga de melancolía tanguera concentrada sobre estos tres personajes que encuentran en el pasado la clave para seguir viviendo, y en el presente las razones para cerrar su historia con un último baile.
La directora y guionista Marina Seresesky acompaña el ritmo crepuscular que propone la trama con un tempo acorde, que no desentona pero que al mismo tiempo mantiene la narración en una llanura exenta de picos de interés. Por supuesto que los personajes en su viaje tendrán todo tipo de contratiempos -desde banales a trágicos, pasando por algunos forzados o resueltos a las apuradas- pero ninguno moverá la aguja del relato, más allá de lo necesario para seguir adelante. En este aspecto hay una clara diferencia entre la riqueza de matices de la primera media hora, con lo que viene después, aun cuando en esta continuidad están las mayores sorpresas de la película.
Sin embargo, incluso en sus momentos más planos Empieza el baile se destaca por la actuación del terceto protagónico. Imposible destacar un trabajo por sobre otro entre el cínico Moreno, la terca Margarita y el bonachón de Pichuquito, cada interacción entre ellos es un placer y una clase de actuación al mismo tiempo.
Empieza el baile es una película tan tierna como amarga, no exenta de pinceladas de humor negro que colaboran a suavizar un poco su esencia taciturna. El frío de un último encuentro entre tres amigos, que buscan recuperar por un rato lo que fue una vida juntos. Y a la vez darse el tiempo para confesar lo que sienten el uno por el otro, en un recuerdo de pasadas alegrías, con ritmo y pena de bandoneón.