LA NACION habló con el realizador australiano, y con los actores Austin Butler y Olivia DeJonge, sobre la biopic que retrata la vida de Elvis Presley con la desmesura propia del creador de Moulin Rouge!
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Uno de los sellos de Baz Luhrmann, además de ese espíritu desenfrenado y de su juego con los anacronismos, es el de trastocar las perspectivas. Así cómo en El gran Gatsby volvió protagonista a Nick Carraway al otorgarle el rol clave de observador de lo que sucedía en esa casa donde el reloj se detenía para esas fastuosas celebraciones, en Elvis -que llega a las salas hoy- el preámbulo es similar. Vemos al “Coronel” Tom Parker (Tom Hanks), ese hombre que manejó la carrera de Presley luego de apartar al productor Sam Phillips (Josh McConville), recordando esas épocas de gloria con quien se convertiría en uno de los pioneros del rock. Además de ese juego doble, de ese fluctuar entre el artista y su antagonista (á la Amadeus), Luhrmann también expone cómo Elvis fue mucho que eso, y cómo su figura representaba tanto la conquista del “american dream” como la de la fusión cultural en épocas de divisiones.
Cuando Presley, ese muchacho nacido en la extrema pobreza en Tupelo, Mississippi, interpretó en el especial de la NBC la canción “If I Can Dream”, lo hizo con una fuerza diferente a la que venía exudando todas las noches que se subía a un escenario. Ese componente animal del artista estaba arraigado, precisamente, a sus raíces, a su puja por llevar a cada rincón de los Estados Unidos una imagen prístina de la música como forma de salvación, todo un correlato de su propia historia. Luhrmann, con esa dinámica de jukebox que tan familiar le resulta (en Elvis suenan desde Doja Cat y Kacey Musgraves hasta Stevie Nicks), de sueño febril que atraviesa a su biopic desatada, concibe un relato (apuntalado por Sam Bromell, Craig Pearce, Jeremy Done) a partir de eso que borbotaba en la calle Beale Street.
El Elvis oyente no es elusivo para el director de Romeo + Julieta y Moulin Rouge!, como tampoco lo es ese joven que trashumante, devoto de su madre Gladys, quien en Tupelo ingresaba a las iglesias impulsado por una devoción por la música góspel que lo acompañaría hasta sus últimos días. Mientras caminaba por esa zona rural, Presley iba absorbiendo los sonidos que salían de las radios de sus vecinos, a quienes les pedía que subieran el volumen para poder escuchar mejor. En esa atmósfera sureña, el joven se alimentaba de la naturaleza expansiva de la creación artística y empezaba a entrelazar el góspel con el rock, llevándose esa curiosidad a Memphis a sus 13 años, cuando en los 50 la música vibraba y él permanecía absorto ante las luces de los bares y todo aquello que emanaba Beale Street. Elvis, al fin y al cabo, nunca dejó de ser un estudiante, un muchacho que pasaba por esa calle para vivir una experiencia, con las voces de referentes como B.B. King (Kelvin Harrison Jr. lo personifica con sensibilidad en la biopic) y Rufus Thomas, entre muchísimas otras.
“Hice todo lo posible para no concebir una biopic clásica”, le cuenta Baz Luhrmann a LA NACION vía Zoom. “El objetivo siempre fue el de explorar Estados Unidos en los 50, 60 y 70 y cómo Elvis dio una buena batalla en esas décadas. Por otro lado, quería mostrar cómo la tragedia siempre está en el centro de la cultura”, añade, en relación a cómo la pureza de Elvis comenzó a desvanecerse cuando Parker lo conoció en Nashville (ciudad al que Elvis revolucionó al introducir el blues), le hizo perder fortunas y lo explotó al verlo como merchandising y no como artista, a diferencia de Phillips.
En simultáneo, Presley manifestaba una adoración por el Coronel, reconociendo que le había enseñado todo lo que sabía y que no hubiese crecido sin él. Su percepción cambió cuando ese management se impuso por encima de su enorme figura y lo mantuvo en cautiverio, forzándolo a actuar en películas que no lo enorgullecían y quedándose con gran parte de su fortuna. “Elvis fue una especie de prisionero”, subraya Luhrmann. “Fue ese niño solitario que creció en una de las pocas casas designadas para blancos en un barrio negro y que, como Eminem en la actualidad, absorbió la cultura a su alrededor, rechazando la segregación racial y apostando a la unión, para luego estar atado”.
El retrato de una revolución única
Además de absorber música, Elvis absorbía manierismos. Su mujer, Priscilla (Olivia DeJonge en el film), contó en una ocasión que los movimientos físicos que fueron el germen de una revolución popular los copiaba de personas con las que se cruzaba por la calle. Atento a todo lo que sucedía en su entorno, Elvis metía diversos elementos en la coctelera para crear su propio feeling.
Para recrear esa histeria masiva que generaba Presley y que fue extremadamente controversial para un sector conservador, Luhrmann fue a las fuentes. “Yo literalmente viví mi película como si estuviera en Memphis. Tenía una oficina creativa en Graceland, hablé un poco con Priscilla, pero hice mucho trabajo académico. Tengo un gran equipo de investigación, pero también me gusta salir al campo, y por eso me llevó tanto tiempo realizar la película, investigué, viví y filmé”, revela en una charla con este medio. “En un momento sentí como si estuviera hablando con Elvis, ese rebelde de los años 50, ese Elvis estrella del pop, ese actor mejor pago de Hollywood, ese Elvis divino. Es la ópera norteamericana, una ópera estadounidense trágica”, describe el cineasta a su biopic, y destaca cómo se propuso hacer un film de conceptos, con los nombres como disparadores.
“Me encanta la forma en la que William Shakespeare toma figuras para explorar ideas más amplias, y un día me vino esta idea y mi esposa me recordó que desde que me conoce que vengo diciendo que Elvis realmente es los Estados Unidos de América. Entonces, pensé: ‘¿Qué puedo hacer al respecto? Algo que sea bueno pero que también me ayude a explorar ese ADN’”. Según Luhrmann, no fue azarosa la realización de Elvis. Después de la serie The Get Down (2016), tenía que surgir algo que lo motivara a salir al ruedo nuevamente. “Es por eso que casi nunca hago películas, porque consumen mucho de mí, no tengo una razón que me conduzca a hacerlas, pero tengo un propósito mientras estoy filmando”.
En Elvis hay rock, pop, hip-hop, R&B y, por supuesto, el góspel como suerte de manto protector. Si Presley era ecléctico, Luhrmann era el director indicado para traspolar lo temerario de Elvis, ese arrojarse a lo desconocido de manera voraz, para luego replegarse en el góspel cuando el brillo de Las Vegas lo aturdía o cuando la tragedia lo azotaba, como la muerte de su madre. En esos instantes abrumadores, Elvis tenía a Graceland, pero también había una audiencia a la que le gustaba llegar en su extenso derrotero. “El aspecto musical de la película se asemeja al de El gran Gatsby”, explica Luhrmann. “Hay un entretejido de artistas, está ese cúmulo de influencias que tenía Elvis, y la idea era perpetuar eso”. Esa búsqueda de la perpetuidad de la leyenda la encontramos también en la mirada despojada que, aunque no parezca propia del director, fue la base de todo.
“Lo principal era descubrir a Elvis como persona, y lo que más me sorprendió fue su intenso amor por la música cristiana, por cómo buscaba sentarse al piano y cantar góspel hasta la madrugada; eso lo convirtió en una persona muy espiritual. Eso es lo que traté de aportar a la historia, quise humanizar al rebelde”, aclara el director, no sin antes arrojar una observación sobre el cine actual y su contribución a la coyuntura. “Hice una película para ver en salas, mi misión es romper con el mito de que solo las franquicias pueden llevar audiencia al cine”.
Austin Butler y el desafío de ponerse en los zapatos de Elvis
El joven de 30 años, exestrella de Disney, irradia un magnetismo que no solo se percibe en el film mismo sino también en su diálogo con LA NACION. Con una cadencia peculiar para expresarse y atisbos de euforia por cómo ha sido recibido su primer protagónico, Butler asegura que se sacó “un enorme peso” de sus hombros. La preparación del actor fue extenuante y, mucho antes de obtener el papel, empezó a trazar el camino para conseguirlo.
“Quería profundizar y encontrar el motivo por el que Elvis se movía de esa manera, pensaba en qué lo inspiraba, en qué experimentaba en esos momentos, y así fue cómo comencé a estudiar esas influencias no solo físicas sino también vocales, y tuve el gran placer de trabajar con Polly Bennett, la coreógrafa y coach que trabajó con Rami Malek en Bohemian Rhapsody. Todo esto pasó mucho antes del casting. Yo quería llegar preparado”, recuerda Butler. “Mi idea no era recrear sino que todo se sintiera vivo y espontáneo, y me pasé horas viendo lo que él hacía, y me propuse yo mismo hacer de todo, desde bailar tap hasta ponerme zapatillas de danza clásica y de danza contemporánea, todo para hacer que la música fluyera a través de mi cuerpo”, subraya el actor.
Al igual que Luhrmann, Butler también descubrió un aspecto desconocido de Elvis en la gestación de su versión del ícono. “Lo que más me impactó fue el darme cuenta de cuán generoso era, esa fue una de las cosas con las que no estaba familiarizado, era una persona altruista, les regalaba autos a extraños y si alguien le decía ‘me gusta tu collar’, él se lo sacaba y se lo daba, era increíblemente generoso. Y por otro lado estaba su gran sentido del humor, y la risa más contagiosa del mundo”. El actor californiano, quien interpreta temas como “Baby Let’s Play House” y “Trouble” en la biopic, explicó cómo fue su proceso de grabación. “No hice playback”, aclara. “Lo que hicimos fue grabar antes para que yo después pudiera usar el material como guía. Filmamos durante meses y tenía que cantar todo el tiempo al punto tal de que destruí mi voz por completo un día”.
El deseo tan fuerte del actor de obtener el papel de Elvis, figura omnipresente en la casa de su abuela, lo condujo a un entrenamiento fructífero. “Desde el momento en que me enteré de que Baz estaba haciendo esta película, que me preparé como si me hubiera dado el papel”, cuenta Butler, quien, ante la pregunta de si piensa en un posible Oscar en el futuro, se muestra cauteloso. “Nunca quiero centrarme en los premios de esa manera, pero si tus compañeros dicen que hiciste un buen trabajo, eso se siente bien. De todos modos, si te enfocás demasiado en eso, no resulta beneficioso. El arte es difícil de premiar, es muy subjetivo, no se puede medir qué cosa es mejor que otra”, reflexiona.
Un regalo para la audiencia joven
Cuando Elvis interpretaba, no dudaba en tomar el micrófono, meterse entre la gente, buscar el contacto. A veces, improvisaba por instinto. Otras, interrumpía la canción por algunos segundos para luego ralentizarla. Ese approach salvaje a la música y a los movimientos generaba una liberación en su público, especialmente en la gente joven. Por lo tanto, Luhrmann, Butler y DeJonge coinciden en que la película debería servir como vehículo para que las audiencias más jóvenes lo conozcan.
“Espero que esta película sea una ventana a la esencia de quién era él, que despierte algo visceral en ellos de la forma en que sucedió en ese momento en que estaba actuando. Hablé con un joven el otro día que no podía decir ni una canción de Elvis y me rompió el corazón”, revela Butler. “Creo que lo que pasa con Elvis es que es universal, la música que hacía provenía de un lugar de alma pura, el rebelde en él era tan emocionante que creo que esos sentimientos son universales hasta el día de hoy”.
Por su parte, DeJonge, quien describe a Luhrmann como “una fuerza de la naturaleza de constante inspiración”, le cuenta a LA NACION lo satisfecha que está con el aval de Priscilla, quien declaró que Elvis le hizo justicia a esa figura enorme. “Eso era muy importante para nosotros, como también el crear otro género, como suele hacer Baz con su visión tan singular. Elvis obviamente fue uno en un millón, fue un pionero, eso lo podemos ver en retrospectiva, pero en ese momento, este niño estaba maquillado y vestido de rosa en los 50. Le gustaba teñirse el pelo, lo que era visto como una locura”.
Un poco (bastante) de locura también hay en la película de Luhrmann, un realizador que deja a sus actores entregarse a lo lúdico al incitarlos a improvisar. Esa valiosa impredictibilidad de Elvis vibra en una biopic que, como las interpretaciones del auténtico rockstar, confía en lo instintivo y sale de las entrañas.
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